La Navidad en los más antiguos textos

EL OCTAVO DÍA
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    Otras culturas y otras religiones tienen sus caminos: el misterio de la Navidad por siglos tuvo diversas interpretaciones y estos evangelios son parte de su historia. Más allá de los golpeteos del capitalismo o la crítica a las teocracias de la conducta humana, la Navidad es un tiempo de reflexión, encuentro familiar y de aquilatar los regalos que nos ha dado la existencia.

    Soy lector de la Biblia y de la historia de las religiones por gusto literario, curiosidad y convicción. En mi busca de la claridad, no he dejado de lado los Evangelios apócrifos, los cuales revelan interesantes matices de la crónica de Cristo.

    La Navidad aparece ahí descrita con detalles que no aparecen en la Biblia, pero que a veces reconocemos en la tradición popular mexicana o el arte pre-renacentista. Hoy compartiremos un poco de ello con ustedes.

    Jorge Luis Borges catalogaba a dichos Evangelios como libros fundamentales. Conaculta recientemente los editó en su colección “100 del mundo”, colección que incluye El Sagrado Corán y los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan.

    “Apócrifo” no significa necesariamente falso, sino más bien, oculto. Por lo general, se aplica entre nosotros para definir lo falsificado. En el caso de los Evangelios se entiende por textos que narran la vida de Jesús sin ser reconocidos en el canon actual de la Iglesia.

    Sin embargo, algunos de ellos tuvieron influencia reconocida en los orígenes del cristianismo. La historia del niño Jesús que hace que una palmera se doble para darle un coco para azoro de sus padres ahí está y no es invento de las abuelas.

    Por ejemplo, ahí aparecen los nombres de Dimas y Gestas, ladrones que se mantienen anónimos en los libros incluidos en la Biblia. Por otra parte, en el Evangelio Armenio de la Infancia, el cual tengo frente a mí en este momento, se registran los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar, reyes magos cuyos nombres nos fueron escamoteados por los cuatro evangelistas.

    De dichos evangelistas reconocidos por la iglesia, Lucas es el que aporta más detalles sobre el nacimiento de Cristo en Belén destacando lo del homenaje de los pastores. Lucas, médico sirio culto, helenizado y cercano a Pablo de Tarso, según la tradición convivió con muchos testigos de la vida de Jesús y la propia María

    Él no menciona a los Reyes Magos, que quizá eran tres astrólogos jefes de tribus lejanas. Quizá no lo hace para no repetir lo que ya nos contó Mateo en su evangelio. En cambio Marcos y Juan no mencionan las circunstancias del nacimiento de Cristo. Este último inicia con el milagro de las bodas de Caná y algunos afirman que eso podría ser indicio de que aquella fue la propia boda del nazareno.

    La versión de que José y María se refugiaron en una gruta, tal como puede apreciarse en las pinturas de la antigüedad, aparece en el Protoevangelio de Santiago, en el cual se añade el brillo de la estrella, y la circunstancia de que, tres días después, se trasladaron a un establo y pusieron al niño en un pesebre, sitio en donde fue adorado por el asno y el buey, detalle que también aparece en miles de estampas y cumple con la profecía de Habacuc.

    Hay otros evangelios con elementos mágicos. En otro de ellos, José sale a buscar ayuda de una partera, pero al regresar, encuentra una luz intensa en la gruta y al niño recién nacido, mientras María lo envuelve en pañales, ante la incredulidad de la comadrona que se niega a aceptar que ha alumbrado sin ninguna ayuda. Anticipándose más de 30 años a la incredulidad de Santo Tomás, la partera toca el vientre de María y al instante la mano se le seca.

    Un ángel intercede, luego de que ella se arrepiente, ya que ha sido una buena mujer que nunca cobró a las familias pobres y la mujer recupera la movilidad y frescura de su mano.

    Mientras José sale en busca de ayuda, en el momento preciso del nacimiento de Jesús, la tierra se une con el cielo por unos cuantos segundos y todas las cosas permanecen quietas, sin moverse.

    El viento y los pájaros se paralizan. Los camellos no se mueven frente a una cascada. La gente ha quedado fija. Un pastor luce inmóvil, con su bastón en alto, mientras que un alfarero amasa un jarro nuevo, sin que ambas manos se encuentren la una con la otra.

    Este es el detalle que más me impresiona. La capacidad de la Navidad de detener el tiempo y hacer todas las cosas una sola. El momento preciso en que el milagro es unánime y comienza una nueva vida que llevará la salvación a todas las almas. El mundo no volvió a ser el mismo después de Navidad, incluso para aquellos que no son ni fueron creyentes.

    Podríamos llenar páginas con las interpretaciones diversas a los actos de Jesús y cotejarlas con las respuestas de los teólogos. La furia de los ateos o la sonrisa comprensiva de los auténticos creyentes.

    Su ministerio volvió para sus seguidores el encuentro con Dios un asunto menos complicado: a partir de Él, ya no fue necesario sacrificar corderos o tórtolas para llevar el mensaje, sino que invocando su nombre y recibiendo su cuerpo, materializado en el pan y el vino de la misa, fue posible entrar en comunión divina.

    Otras culturas y otras religiones tienen sus caminos: el misterio de la Navidad por siglos tuvo diversas interpretaciones y estos evangelios son parte de su historia. Más allá de los golpeteos del capitalismo o la crítica a las teocracias de la conducta humana, la Navidad es un tiempo de reflexión, encuentro familiar y de aquilatar los regalos que nos ha dado la existencia.

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