La parábola del granjero

    Es ampliamente conocida la parábola del granjero, que nos invita a reflexionar pausadamente y relativizar cualquier contenido que aparezca como negativo en un primer momento, pues hay un sinfín de oportunidades que emergen detrás de los problemas, dificultades o crisis.

    La vida es una balanza en cuyos platillos se sostienen acontecimientos buenos y malos, positivos o negativos, jubilosos y tristes, alegres y dolorosos, agradables o desagradables.

    Sin embargo, el baremo o medida que utilizamos para clasificar o evaluar los acontecimientos de acuerdo a estas características no es generalmente el más adecuado, porque responde a una oblicua valoración o aspiración de nuestra parte.

    En efecto, es común que apreciemos considerablemente las cosas que consideramos buenas, y rechacemos o despreciemos los momentos que valoramos como desagradables o negativos. Empero, las adversidades, como lo hemos repetido en continuas ocasiones, constituyen un estímulo, oportunidad y acicate, más que un impedimento, desgracia u obstáculo.

    Es ampliamente conocida la parábola del granjero, que nos invita a reflexionar pausadamente y relativizar cualquier contenido que aparezca como negativo en un primer momento, pues hay un sinfín de oportunidades que emergen detrás de los problemas, dificultades o crisis.

    A un anciano granjero se le escapó su único caballo, y los vecinos le dijeron que era una desgracia. El granjero, mesuradamente, respondió: “Puede ser”. Sin embargo, al siguiente día, volvió el caballo con otros siete caballos salvajes. Entonces, los vecinos dijeron que era muy buena suerte. El granjero, dubitativo, volvió a decir: “Puede ser”.

    Al día siguiente, el hijo del granjero cayó de un caballo al intentar domarlo y se quebró una pierna. Los vecinos murmuraron que era una desgracia. El granjero, como siempre, musitó: “Tal vez”. Finalmente, el ejército reclutó a todos los jóvenes, menos al hijo del granjero por su pierna quebrada. Los vecinos alabaron la suerte del granjero, quien respondió invariablemente: “Tal vez”.

    Bien dijo Pablo, en Romanos 8,28: “sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman”.

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