Hay muy pocas drogas autóctonas de México; por ejemplo, las dos que más se producen en el país, la mariguana y la amapola (opio), fueron traídas de Asia a México en el Siglo 18 en la Nao de China, una ruta comercial entre Manila, Filipinas, y Acapulco, México, pero como su siembra se adapta muy bien a los climas de varios estados, nuestro País se volvió un productor importante a nivel global.
Las drogas sintéticas se desarrollaron en laboratorios de Estados Unidos y Europa, aunque ahora se produzcan a gran escala en México, por lo que, en realidad, las únicas drogas autóctonas de importancia del País son hongos y cactus, como el peyote. De forma que hoy casi todos los estupefacientes se producen en México en altas cantidades, salvo uno: la cocaína.
La cocaína es un derivado químico que se produce al mezclar la hoja de coca, con diversas sustancias. Esa mezcla se puede hacer en México, pero lo que no se ha logrado es adaptar de forma masiva la planta de coca a nuestro País, debido a que requiere climas muy específicos, que abundan en Colombia, Bolivia y Perú, así como en porciones menores de Ecuador, Chile y Argentina.
A pesar de ello, la cocaína fue la sustancia que empoderó a las organizaciones criminales mexicanas. Su importación masiva explica el crecimiento que tuvo el Cártel de Guadalajara, así como posteriormente el Cártel de Sinaloa, el Cártel de Juárez, el Cártel de Tijuana, el Cártel del Golfo, entre muchas otras.
Por tal motivo, las organizaciones mexicanas a pesar de que no han tenido problema en garantizar el flujo de cocaína de Sudamérica, siempre han hecho intentos, la gran mayoría infructuosos, de adaptar la planta de coca a México.
El primer plantío de cocaína en México se encontró en 2014 en el municipio de Tuxtla el Chico, en Chiapas, muy cerca de la frontera con Guatemala. Se trataba de un cultivo muy pequeño de poco más de mil metros cuadrados, en donde había más de mil 600 plantas de pocos años, que estaba lejos de producir a gran escala, ya que se requieren cerca de 110 kilos de hoja de coca para producir un kilo de base para la cocaína, es decir, de todo el plantío apenas se hubieran obtenido unos pocos kilos de base de cocaína.
Si bien no se pudo determinar con precisión el grupo criminal al que pertenecía dicho sembradío, por la zona y el año en la que fue localizada se pudo tratar del Cártel de Sinaloa o de los Zetas.
Este primer intento exitoso de adaptar la planta de la coca en México incentivó a otros grupos criminales a crear sembradíos en al menos dos entidades federativas más, Guerrero y Michoacán, además de buscar nuevos enclaves en Chiapas. Para lo cual buscaron la asesoría de criminales colombianos.
De hecho, a partir de 2019 el Ejército ha encontrado nuevos cultivos de coca, los cuales tienen un tamaño mayor, siendo el más grande el descubierto en Atoyac, Guerrero con una extensión de cuatro hectáreas, el cual contaba además como un laboratorio para fabricar pasta de coca, que luego se puede convertir con facilidad en cocaína.
Para dimensionar el problema, tan sólo en 2023 se destruyeron 278 plantíos de coca, de acuerdo con datos de la Sedena, y en Guerrero han sido encontradas más de 60 hectáreas de este cultivo de 2019 a la fecha. Se trata de una cifra nada despreciable para un cultivo no nativo, pero aún menor si se le compara con las 253 mil hectáreas que tiene Colombia, las 92 mil que tiene Perú o las 31 mil de Bolivia, sin embargo, puede haber más cultivos no detectados en México y sin duda la tendencia de producción parece ser creciente.
Por lo anterior, se puede decir que hay tres zonas de producción de coca en México: la primera se ubica en Guerrero y abarca los municipios de la costa y algunos del centro de la entidad. En concreto, Atoyac, Tecpan de Galeana, Petatlán, Heliodoro Castillo, Coyuca de Benítez, Chilpancingo y Ajuchitlán del Progreso, zona que disputan organizaciones como el Cártel Jalisco Nueva Generación, la Familia Michoacana, los Ardillos, los Tlacos y los Granados. Siendo esta zona la que concentra por mucho el mayor porcentaje de producción.
La segunda se ubica en Michoacán en los municipios Aquila y Coalcomán, en donde se han localizado pocos sembradíos, y que pelean el Cártel Jalisco Nueva Generación y el Cártel de Tepalcatepec, que pertenece a Cárteles Unidos.
Y la última zona se localiza en el sur de Chiapas, en los linderos con Guatemala, que es la menor de todas y que contempla dos municipios, Tuxtla el Chico y Villa Comaltitlán, que es una zona dominada por el Cártel de Sinaloa.
A pesar del crecimiento en la cantidad de sembradíos, debemos tener en cuenta que la masificación de estos cultivos enfrenta varios retos, el primero es encontrar tierras con los climas adecuados, que en México son escasas; el segundo es que el ciclo de la planta es mayor al de la amapola o la mariguana, que duran meses, mientras que la planta de coca para su primer cosecha requiere de un par de años; como tercer punto, requiere más tierra que otros cultivos ilegales, y por ende, son más propensos a ser descubiertos, y un cuarto es que se requiere mayor cantidad de material para lograr extraer la sustancia activa.
Sin embargo, para las organizaciones mexicanas resulta lógico apostar por el cultivo de coca en nuestro territorio, porque su rendimiento se amplía por cada kilo de cocaína producido aquí, ya que no tienen que pagar ni a los productores de Colombia, Perú y Bolivia ni a los intermediarios que transportan la droga por países como Honduras o Guatemala.
Por ende, resulta lógico que en el futuro veamos un crecimiento de los cultivos de coca en México, lo cual también implica retos para las autoridades, que tendrán que intensificar las labores de erradicación, en especial en Guerrero, así como buscar modelos de desarrollo para la población rural de estas zonas.
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El autor es profesor investigador de la Universidad Autónoma de Coahuila, especialista en seguridad y doctor en políticas públicas por el CIDE.