En el ya lejano 1968, durante su discurso en la presentación de su Cuarto Informe de Gobierno, Gustavo Díaz Ordaz aseguró que el movimiento estudiantil obedecía a la intervención de fuerzas internacionales de izquierda que pretendían dañar a su gobierno y, por consecuencia, al país. Advirtió que haría cualquier cosa por mantener el orden establecido y cuarenta días después desató su furia represora en contra de los asistentes al mitin a la plaza Tlatelolco.
Cincuenta y siete años después, la actual Presidente de México, quien se dice hija del 68, palabras más palabras menos replica lo dicho por Díaz Ordaz y opta por la represión en contra de los participantes de la llamada Marcha de la Generación Z, en la que coincidieron activistas de diversas causas y por qué no decirlo, viejos políticos devaluados que, de cualquier manifestación social se aprovechan para llevar agua a su molino.
La convocatoria al ejercicio social masivo logró concentrar a varios miles de gente; sería aventurado de mi parte hablar de un número, lo que sí se puede aseverar es que no hubo acarreos, tal y como se acostumbra en los organizadas por el gobierno o su partido, de eso, no me queda duda. Es decir, prevaleció la voluntad ciudadana sobre la obligación que se les impone a los asistentes a los eventos oficiales.
Desde su anuncio, la marcha fue descalificada por Claudia Sheinbaum y sus corifeos, en una actitud incongruente para quien dice gobernar al país más democrático del mundo, pero que no acepta las expresiones de sus opositores y que no entiende que es la Presidente de todos y no solo de los que hacen causa común con ella.
Desgraciadamente es rasgo coincidente que los políticos que consideran tener bajo su control todos los factores que concurren a la gobernanza de una entidad, caigan en la soberbia que los hace autopercibirse como el centro de mando indiscutible, exentos de caer en el error y dueños de la verdad absoluta, algo así está pasando con la Presidente, pese a su formación científica.
Sin duda, en su menuda presencia física no le cabe la soberbia a la titular del Ejecutivo Federal; arrogancia que le impide establecer el diálogo con sus opositores y mucho menos aceptar sus errores. Ella, al igual que su predecesor, asegura que el país va muy bien, mientras que las mediciones macroeconómicas hablan prácticamente de un cero crecimiento y por otro lado, la deuda nacional es multibillonaria, la cual genera réditos diarios por el orden de los tres mil quinientos millones de pesos, los que menoscaban los recursos para educación, salud, alimentación y seguridad; la brutal deuda pública, que ronda ya los 17.8 billones de pesos tampoco se ve reflejada en obra e infraestructura pública productiva.
La soberbia y la embriaguez que causa el poder en las conciencias de los que gobiernan, resultan veneno puro para la democracia y todo parece indicar que la Presidente Sheinbaum y todas las esferas de poder que están bajo su control, deliran bajo ese estado y por ese camino están muy lejos de conseguir el bienestar social que tanto han prometido y que exigen las nuevas generaciones ¡Buenos día!