@rodolfodiazf
A nadie le gusta sufrir, salvo que sea masoquista o padezca alguna enfermedad psicológica. Otras personas buscan mitigar el dolor a través de la estoica impasibilidad. Sin embargo, existen dolores prolíficos y redentores. El de Jesús es un acontecimiento ejemplar, pero hay otros muchos casos en los que se revela un dolor glorioso, como el de la madre cuando da a luz.
Beethoven supo sublimar el dolor. Es cierto que sobrellevó con excesiva amargura su sordera y estuvo a punto de tentar el suicidio. No obstante, fue capaz de soportar su aislamiento y soledad componiendo una celestial música, que transfiguró su dolor en un concierto de amor.
En su testamento de Heiligenstadt, fechado el 6 de octubre de 1802 y dirigido a sus hermanos Karl y Johann, escribió: “Desde la infancia mi corazón y mi espíritu se inclinaban a la bondad y a los tiernos sentimientos aun cuando estaba siempre dispuesto a acometer grandes actos; pero pensad tan sólo que desde hace casi seis años he sido golpeado por un mal pernicioso que médicos incapaces han agravado.
“Es el arte, y sólo él, el que me ha salvado. ¡Ah!, me parecía imposible dejar el mundo antes de haber dado todo lo que sentía germinar en mí, y así he prolongado esta vida miserable… Divinidad, tú que desde lo alto ves el fondo de mi ser sabes que viven en mí el deseo de hacer el bien, y el amor a la humanidad”.
En una carta dirigida a la Condesa Erdödy, en 1815, escribió: “Nosotros, seres finitos, personificaciones de un espíritu infinito, nacemos para tener alegrías y tristezas juntos; y casi se podría decir que los mejores de nosotros alcanzamos la alegría a través del sufrimiento”.
¿Sublimo el dolor? ¿Lo transfiguro en canto de amor?