La suerte del peatón

Alejandro De la Garza
    @Aladelagarza / SinEmbargo.MX

    Desde hace más de una veintena de años, el sino del escorpión ha sido el de ser peatón. Por ello, se ubica en el último eslabón de la cadena alimentaria de la movilidad urbana, al final de la fila de miles de pasajeros. Todos pasan encima del peatón: desde los ciclistas hasta los autos de lujo estacionados sobre la banqueta, los motociclistas sinuosos, los camiones y vehículos urbanos de toda índole. El universo populoso del peatón está conformado por largas filas en el Metro, tumultos combativos en las estaciones Pantitlán, Tacubaya, Pino Suárez o Hidalgo; por el incómodo apelotonamiento de pasajeros en el trolebús (y eso cuando pasa), el instantáneo solaz de un Metrobús tranquilo a minutos de llenarse de pasajeros en hora pico; por los empujones en los camiones de la Red de Transporte de Pasajeros, las feroces carreras de las peseras de la periferia de la capital y los límites salvajes con el Edomex; por paseos con vista a Izatapalapa en las cabinas colgantes del Cablebús o por recorridos en el curioso camioncito del trolebús elevado. Y siempre, en todo caso, por largas, interminables caminatas citadinas.

    El transporte colectivo por excelencia, el que debiera ser más eficiente y mejor cuidado, el Metro de la Ciudad, tiene graves problemas. Todos lo sabemos y las respuestas a su compleja problemática siguen sin satisfacer a nadie; en tanto, el peatón-pasajero se las arregla como mejor puede. La línea 1 (Observatorio-Pantitlán) en plena media reparación, fallas en la línea 2 (Cuatro Caminos-Tasqueña), retrasos en la más tumultuosa línea 9 (Pantitlán-Tacubaya), topones interminables en la línea 3 (Indios Verdes-Universidad), incidentes de acoso a mujeres en la línea B (Ciudad Azteca-Buenavista), y así, más y más problemas cotidianos reportados por los medios de comunicación, mientras del elefante en la sala (o en el Palacio del Ayuntamiento): la línea 12, mejor ni hablar.

    El alacrán se aventuró recientemente hacia al inhóspito territorio del Edomex, por allá por Tlanepantla y Naucalpan, donde subirse a la pesera es práctica extrema. No sólo por los frecuentes y violentos atracos (“¡Ya se la saben hijos del averno... los celulares y las carteras!”), sino también por las frecuentes carreras entre peseras con vidrios polarizados, luces interiores de neón y ensordecedor sonido de reguetón. Semanalmente, el venenoso también alcanza los rumbos de Iztapalapa mediante tres transportes públicos: un trolebús, el Metrobús a Tepalcates y la Línea A del Metro (Pantitlán-La Paz). O bien, otros días, debe viajar en la línea B hasta la estación Ecatepec del Metro, una línea intransitable en hora pico y donde el hostigamiento hacia las mujeres no para. El alacrán cometió una vez el ingenuo error de subirse en la sección de varones acompañado de una buena amiga suya. En un apelotonamiento inmovilizante y de asfixia, la joven amiga del escorpión quedó rodeada por depredadores que no dejaban de presionarla con sus cuerpos y mirarla fijamente con lascivia. La sensación de rabia e impotencia fue casi dolorosa para el arácnido.

    El escorpión lee acusaciones cruzadas entre las autoridades capitalinas y el sindicato del Metro, una organización con 51 años de existencia y controlada desde 1987 por el mismo grupo, encabezado por el secretario general Fernando Espino Arévalo, quien ha sido también Diputado federal y local. Hay señalamientos de sabotaje lanzados también desde adentro del sindicato, por un grupo de disidentes agrupados en la asociación HazTuMetro. Recientemente, el sindicato dio a conocer en su página un comunicado donde apunta el gran número de incidentes anomalías y constantes averías en variadas áreas técnicas que “han hecho crisis con el incidente del alcance de trenes en la estación Observatorio, el incendio de la subestación del Puesto Central de Control I, y el derrumbe de la vía elevada de la Línea 12 en Tláhuac”. El comunicado afirma que “a partir de estos trágicos eventos, la Jefatura de Gobierno y la renovada dirección de nuestra fuente de trabajo, modificarán su política presupuestal respecto al Sistema de Transporte Colectivo, y se tomarán acciones encaminadas a rescatar el nivel de la calidad del servicio”. A esperar.

    El escorpión-peatón, mientras tanto, sigue caminando en plena noche, ya a deshoras, pensando cuánto le cobrará por llevarlo a casa un Uber o un Didi, si serán confiables, si valdrá la pena el gasto. Cerrados ya el Metrobús y el Metro, sólo queda la posibilidad de un taxi callejero o seguir andando mientras recuerda aquel poema donde Jaime Sabines se entera que es un gran poeta: “Le llega la noticia a Jaime y éste se alegra: ¡qué maravilla! ¡Soy un poeta! ¡Soy un poeta importante! ¡Soy un gran poeta! Pero en la calle nadie, y en la casa menos: nadie se da cuenta de que es un poeta. ¡Dios mío!, dice Jaime. Tengo que ser papá o marido, o trabajar en la fábrica como otro cualquiera, o andar, como cualquiera, de peatón. ¡Eso es!, dice Jaime. No soy un poeta: soy un peatón”.

    El alacrán llega por fin a su nido y recuerda cuando tuvo una destartalada motoneta en la cual paseaba los domingos, pero su hoy extrañado vehículo hubo de ser rematado y seguramente yace en pedacería en algún deshuesadero. Entonces, irremediablemente y como el poeta, todos los días echa a andar, como cualquiera, de peatón. Eso es, un peatón.

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