La proverbial sabiduría subraya que el éxito de un gran hombre está signado por el amor, talento, administración, entereza, compañía, visión, fortaleza y decisión de una gran mujer.
Claramente lo rubrica el capítulo 31 del libro de Proverbios: “Una mujer completa, ¿quién la encontrará? Es mucho más valiosa que las perlas... Se busca lana y lino y lo trabaja con manos diligentes. Es como nave de mercader que de lejos trae su provisión. Se levanta cuando aún es de noche, da de comer a sus domésticos y órdenes a su servidumbre. Hace cálculos sobre un campo y lo compra; con el fruto de sus manos planta una viña... Siente que va bien su trabajo, no se apaga por la noche su lámpara. Echa mano a la rueca, sus palmas toman el huso. Alarga su palma al desvalido, y tiende sus manos al pobre... Está atenta a la marcha de su casa, y no come pan de ociosidad. Se levantan sus hijos y la llaman dichosa; su marido, y hace su elogio: ‘¡Muchas mujeres hicieron proezas, pero tú las superas a todas!’”.
Sí, una humilde mujer nacida en el pequeño poblado de Las Higueritas, Tamazula, Durango, y avecindada tempranamente en Culiacán, tuvo la tenacidad, valentía y determinación necesarias para romper esquemas y paradigmas e iniciar una numerosa familia al lado de Chabelo, su hombre amado, venciendo esquemas, costumbres, tradiciones y mentalidades.
Procreando numerosos hijos, cocinando, atendiendo un restaurante, administrando, asumiendo riesgos, participando como empresaria y en innumerables asociaciones civiles y religiosas, capitalizó la incipiente comercialización ganadera que su primogénito, Jesús, catapultó, industrializó y lidera de manera exitosa sin perder sus activos originales: filantropía, interés social, caridad y bienestar comunitario.
¡Descanse en paz, doña María Calderón López de Vizcarra!
¿Valoro la contribución de la mujer?
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