La urdimbre y la trama

EL OCTAVO DÍA

    Tengo una alfombra mágica. Por supuesto hablo de mi imaginación, fertilizada por la lectura y el cine de Las mil y una noches que me permite viajar con la mente, pero hoy quiero jactarme de un hecho concreto al que encontré nuevos simbolismos.

    En el desierto africano viajé con una caravana que se dedicaba, entre otras cosas, a vender alfombras voladoras y alfombras mágicas. Permítanme aclarar antes que ambas son dos cosas diferentes y existentes.

    Las alfombras voladoras poseen una tela sobrenatural, un hilo ultraligero, excelso en su urdimbre y su trama.

    Estas dos últimas palabras parecen provenir de un ensayo social o literario, pero son términos básicos en el arte de los telares, de uso práctico y bastante más antiguos que la cristiandad.

    Son tan remotos que el fanfarrón de Sansón los menciona al jugar con la paciencia de la taimada Dalila, tal como asienta testimonio el capítulo 16 del libro de los Jueces: Más tarde, Dalila le dijo a Sansón: “Me sigues engañando y contando mentiras. Dime con qué se te puede atar”.

    Él le respondió: “Tendrías que entretejer las siete trenzas de mi cabeza con los hilos de la urdimbre de un telar”. Al rato ella gritó “¡Sansón, los filisteos a ti!”. Fin de la cita.

    Imagino que el nazareo se quitó los hilos con una mano y con la otra acabó con ellos, de seguro mensándose la quijada al final de tanta risa.

    No todas las traducciones son tan literales como está en la Biblia.

    Ciertos escribas usan la palabra clavija y Reyna Valera acude a estaca. La urdimbre son los hilos tendidos a lo largo de la tela y la trama son los de sentidos transversal, entramados de manera alterna y que dan forma al dibujo plasmado.

    Los políticos modernos, al aludir al pueblo sin nombrar, suelen invocar “la urdimbre social”, dando por hecho que está es quieta, inalterable y los sostiene a ellos, verdaderos detentadores del poder y los amos de la trama.

    Vuelvo a mi experiencia de mercader. Al viajar por los mares de arena, los ergs y barjanes saharianos, ofrecíamos en las waliyas nuestras novedosas alfombras voladoras.

    Manufacturadas con la calidad de los maestros persas y tan ligeras que, al hacerlas volar ante la señoras, lograban girar hasta siete veces antes de tocar la arena.

    Ese era el truco y como buenos mercachifles rematábamos la muestra del producto haciendo girar y ponderando la ligereza del fresco tapete. Los de hilos más gruesos no giran tantas veces y si tienen trazos sintéticos, caen más rápido.

    Hacer volar una alfombra al venderla es como morder una pieza de oro al cerrar una venta o golpear levemente contra el mostrador la fina corbata ante la que duda el indeciso cliente.

    Las alfombras mágicas, la otra variedad distinta de las voladoras, no necesitaban tantas artes de merolico y argucias teatrales para ser ofrecidas. Basta sacar un fósforo y acercárselo a una de ellas para que viesen que no eran inflamables. Esa era toda su magia.

    ¿Y usted, en su sociedad, es parte de la urdimbre o la trama? ¡No olvide que su voto le permite la magia de cambiar la trama!

    “Tengo una alfombra mágica. Por supuesto hablo de mi imaginación, fertilizada por la lectura y el cine de ‘Las mil y una noches’ que me permite viajar con la mente, pero hoy quiero jactarme de un hecho concreto al que encontré nuevos simbolismos”.
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