De todos es conocida la canción que hizo famosa Celia Cruz: La vida es un carnaval. Aun cuando no estemos de acuerdo con la totalidad de la letra, habrá que reconocer que, en efecto, hemos convertido la vida en un carnaval.
En Mazatlán se está celebrando el tradicional Carnaval a pesar de muchas recomendaciones sanitarias en contra. Es cierto que urge recuperar el regocijo y la alegría en medio de esta pandemia que trajo una severa postración económica y continúa arrebatando muchas vidas, pero es difícil guardar los protocolos sanitarios debidos en medio de tanta aglomeración, fiesta y bullicio.
El carnaval nació por una necesidad cristiana de quitar o consumir la carne antes del Miércoles de Ceniza, con el que inicia el periodo de mortificación, ayuno y penitencia llamado “Cuaresma”, porque son 40 días previos que preparan a la celebración de la pasión, muerte y resurrección de Jesús.
La celebración festiva del carnaval se incorporó posteriormente en la Baja Edad Media, hacia el siglo 14, motivada en gran parte por el regocijo vinculado a la eliminación del flagelo de la peste negra. En ese tiempo, se organizaron muchas procesiones religiosas y desfiles festivos de enmascarados que repudiaban la muerte. Con el tiempo, estas celebraciones de carnaval se desvincularon de su tradición religiosa y permanecieron como celebraciones festivas y bullangueras de la vida.
No obstante, conviene hacer otra reflexión acerca de cómo hemos convertido la vida en un carnaval. Es común que en nuestras relaciones sociales ocultemos nuestras verdaderas intenciones y sentimientos tras máscaras, antifaces, posturas y otros artilugios para no demostrar lo que verdaderamente perseguimos.
Así, actuamos en el gran teatro de la vida resguardando tras bambalinas nuestras envidias, mentiras, deseos, odios, lujurias, rencores, egoísmos, resentimientos, frustraciones, soberbias y frivolidades.
¿Qué disfraz adopto?