La vida inútil de Efraín Mazariegos

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    omar_lizarraga@uas.edu.mx
    Hay personas que, por voluntad propia, se autoexcluyen de toda institución dejando atrás sus posesiones materiales y desatienden toda obligación económica, horarios y normas convencionales para vivir la libertad como ellos la conciben.

    En un mundo capitalista y altamente consumista, tal vez el mayor temor de cualquier persona es perder su fuente de ingresos, sus propiedades, y terminar viviendo en la calle. La indigencia y/o vagancia involuntaria expone a un individuo al mayor grado de vulnerabilidad y la indiferencia de la sociedad, pues aparentemente no tiene nada que ofrecer.

    Sin embargo, hay personas que, por voluntad propia, se autoexcluyen de toda institución dejando atrás sus posesiones materiales y desatienden toda obligación económica, horarios y normas convencionales para vivir la libertad como ellos la conciben.

    Una de esas personas fue Efraín Mazariegos; un hombre iniciado en la Orden Masónica, profesionista y altamente inteligente, que alcanzó los más altos grados simbólicos, y que, en un momento de su vida, tomó la decisión por voluntad propia, de dejar todas sus posesiones materiales y vivir en la calle como un vagabundo.

    Tal vez a usted, estimado lector, esto le parecerá una locura, pero hay una corriente filosófica llamada Cínica, desarrollada en Grecia 500 años antes de Cristo, la cual proponía que la vida humana debe vivirse de acuerdo con la naturaleza, esto es, solo con las necesidades básicas requeridas para la existencia.

    Sus principales pensadores, Antístenes y Diógenes, repudiaban las normas convencionales de la sociedad, y aspiraban a identificarse con la figura del perro, por su sencillez y desfachatez de la vida canina. Los cínicos no tenían propiedades y rechazaban todos los valores convencionales de dinero, fama, poder y reputación.

    Tanto Antístenes como Diógenes, vivían en la calle, tal cual como indigentes. Desligados de cualquier necesidad que sea el resultado de la convención. Esto no significaba retirarse de la sociedad, de hecho, debían vivir ante la mirada del público y mostrarse indiferentes ante cualquier insulto que pudiera derivarse de su comportamiento poco convencional.

    El problema de la vagancia y la mendicidad por voluntad propia, se explica en un contexto, mucho más amplio que el de la pobreza económica, tal vez se trata de una manifestación de libertad máxima. Un tipo de libertad autoexcluyente de una estructura social que obliga al individuo a trabajar, comprar necesidades socialmente construidas, y seguir trabajando. Un sistema que, desde el punto de vista cínico, esclaviza.

    La vida de Efraín Mazariegos, bien puede compararse con la de “Pito Pérez” aquel personaje en la novela de José Rubén Romero (1938), un hombre libre y aventurero, que pasa las horas contemplando el paisaje y que, además, esta contemplación le despierta una sensibilidad poética y filosófica que no se encuentra en otros.

    De hecho, su vida inspiró al escritor Ricardo Gutiérrez (2022), para un personaje en la novela titulada: “El Templo de la resiliencia”.

    Efraín Mazariegos no era un enfermo mental, tampoco un vicioso, mucho menos un loco. Me gusta creer que alcanzó un nivel de iluminación que no alcanzamos -o le tenemos miedo- los que vivimos distraídos en el consumismo, apegados al materialismo y preocupados por la opinión pública.

    La urna con las cenizas de Efraín Mazariegos es guardada actualmente en un rincón de la Gran Logia del Valle de México, y cada año los masones de ese Oriente le rinden una tenida blanca en su honor.

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