La falta de tiempo es una de las quejas y lamentos que más se escuchan en el acelerado mundo actual. Sin embargo, resulta falsa e inconsistente esa apreciación. Tiempo sí tenemos, lo lamentable es el síndrome de atención dispersa o diferida que padecemos por tantos distractores que ofrece la sociedad del consumo.
Gener Aguilera y Miguel de Pedro, en su libro ¿Cómo vivir más con menos cosas?, invitan a simplificar nuestra vida: dependiendo menos de las compras inconscientes que realizamos, del tumulto de información que nos atrapa y abruma, de las raquíticas y superficiales relaciones sociales que mantenemos, así como de la dependencia del dinero.
En el capítulo Ladrones de mentes, reflexionan sobre diversos elementos que capturan nuestra atención:
Teléfono: Con la llegada de los teléfonos móviles murió una gran parte de nuestra tranquilidad. Es cierto que son una gran herramienta y pueden salvar nuestra vida, pero, ¿los utilizamos racionalmente?
WhatsApp: Multiconversación en tiempo real. Las cadenas de mensajes esperan respuesta inmediata. ¿No será una preocupante dependencia?
Redes sociales: Son el método socialmente mejor aceptado para malgastar el tiempo. Pocos contenidos de calidad alternan con estupideces y egolatrías.
Correo electrónico. ¿Quién no ha tenido alguna vez el buzón de correo abarrotado con cientos de mensajes? Afortunadamente, existen filtros de correo que eliminan muchos de ellos, pero la saturación es un mal común.
Trabajo: Punto difícil de salvar si hay necesidad de ganarse la vida. Pero, si existen un sinfín de interacciones, ¿cuántas de ellas serán estrictamente necesarias?
Familia y amigos. Queridos e imprescindibles, aunque en algunas ocasiones en exceso demandantes de atención. En pro de la propia salud mental hay que ser capaz de establecer las relaciones personales en términos que no vulneren los límites de ninguna de las partes.
¿Qué tanto roban mi mente?
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