Todos los seres humanos ansiamos y soñamos con ser felices. El anhelo de felicidad se convierte en airoso cometa que perseguimos incesantemente. Sin embargo, como esquiva mariposa elude constantemente coronar las sienes de nuestra vida.
El problema no radica en nuestro deseo de felicidad, sino en cómo queremos satisfacer ese deseo o cómo intentamos llenar ese vacío. Es decir, a qué fuente o pozo nos acercaremos para extraer el idílico y repleto cubo que permita saciar nuestra sed.
Por lo general, nos dejamos llevar de pensamientos e intereses mezquinos y pretendemos fundamentar la felicidad en insustanciales bienes y valores que son simple oropel. La consecuencia es lógica, en lugar de experimentar paz, tranquilidad y regocijo, recogemos estrés, frustración, y amargura.
Es claro que no existen mapas, itinerarios o recetas para alcanzar la felicidad. No obstante, Carl Gustav Jung se atrevió a proponer cinco pasos que conducen a la felicidad:
1. Buena salud física y mental.
2. Buenas relaciones personales y de intimidad, tales como las de la pareja, la familia y las amistades.
3. La facultad para percibir la belleza en el arte y en la naturaleza.
4. Razonables estándares de vida y trabajo satisfactorio.
5. Una visión filosófica o religiosa que permita lidiar de manera satisfactoria con las vicisitudes de la vida.
Sea cual sea nuestra concepción de felicidad, lo que sí sabemos es que la conseguimos cuando nos sentimos autorrealizados y en armonía interna.
El monje budista tailandés, Ajaan Fuang, expresó: “Todos queremos la felicidad, pero por lo general no nos apetece cimentar las causas de la felicidad. Lo único que queremos son los resultados. Pero si no nos tomamos en serio las causas ¿cómo vamos a hacer que lleguen las consecuencias?” ¿Cimento sólidamente las causas, o busco solamente los resultados?
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