Las clases medias y el antiintelectualismo de AMLO

    AMLO quizá no sepa, lo cual sería muy grave, que todos los países más desarrollados, incluyendo los más recientes como Corea del Sur, Singapur o Finlandia, tienen los indicadores más altos de universitarios con posgrado y los promedios de lectura de libros más crecidos del mundo.

    El Presidente López Obrador no suelta el tema de las clases medias. Algunos comentaristas dicen que lo hace para distraer a la opinión pública de temas mucho más graves como la pandemia, la violencia o la construcción de la Línea 12 del Metro de la Ciudad de México.

    En efecto, hay temas mucho más importantes que el “aspiracionismo y egoísmo” de las clases medias que, según AMLO, explicarían el voto contrario en nueve alcaldías de la capital del País; sin embargo, en uno de sus últimos agregados a las características negativas de esas capas sociales enlista la “acumulación de libros y grados académicos”.

    Escuchar esa declaración de un Jefe de Estado, además de sorprendente es preocupante en extremo. Andrés Manuel López Obrador no es un ignorante bibliográfico como Peña Nieto porque ha demostrado ser un amante de la historia de México, además de que él mismo ha escrito varios libros, pero sí parece, quizá porque la mayoría de los intelectuales más famosos de México, como Enrique Krauze, Héctor Aguilar Camín, Jorge Castañeda, Denisse Dresser, Gabriel Zaid y decenas más lo critican ácidamente, que tiene un marcado rechazo por quienes se dedican a leer y escribir libros, y que, por lo general, exhiben varios grados académicos.

    Si nos guiamos por la cantidad de veces que se ha reunido con los magnates más poderosos de México, como Carlos Slim, Ricardo Salinas Pliego o su asesor Alfonso Romo, entre otros, y por las opiniones públicas que ha hecho sobre ellos, el Presidente tiene dichos mucho más favorables por quienes acumulan dinero que por los que acumulan libros y generan capital intelectual. Quizá dirá el inquilino de Palacio Nacional que los empresarios generan empleos y los otros solo ideas, fórmulas, teorías, textos, patentes y cosas de este tipo, que para él no son relevantes.

    Es decir, AMLO no rechaza a todo tipo de élites, porque, en efecto, quienes ostentan postgrados en México son, desafortunadamente, una élite; es decir, una ínfima minoría. No, en realidad, a quienes menos simpatías muestra es a quienes se dedican a los libros y, sobre todo, a los acumuladores de libros y grados que lo critican, porque sí la lleva suave con varios de los hombres más ricos del planeta. Y bueno, contradictoriamente, también la lleva muy bien con los doctores de Morena que abundan: Claudia Sheimbaum, Arturo Herrera, Rogelio Ramírez de la O, Víctor Villalobos, López Gatell, Olga Sánchez Cordero, Gertz Manero, etc. Y entre los intelectuales que lo apoyan sobran los que también cuentan con doctorado, como Lorenzo Meyer, John Ackerman, Gibrán Ramírez, Héctor Díaz Polanco y muchos más.

    En efecto, López Obrador se contradice en muchos temas, pero no puede ocultar que no muestra un gran aprecio por los mexicanos que tienen más estudios y se dedican justamente a eso: a estudiar e investigar permanentemente, tarea en la que es inevitable echar mano de los libros en un proceso interminable.

    AMLO quizá no sepa, lo cual sería muy grave, que todos los países más desarrollados, incluyendo los más recientes como Corea del Sur, Singapur o Finlandia, tienen los indicadores más altos de universitarios con posgrado y los promedios de lectura de libros más crecidos del mundo. Es decir, no puede haber un sólido desarrollo y mejores condiciones de vida en la sociedad que se quiera sin un amplio número de lectores y una cantidad cada vez mayor de doctores en todos los campos académicos y profesionales.

    Estas son verdades elementales y lugares comunes en la explicación del porqué unas sociedades son más sanas y equilibradas que otras. Baste decir que, en las clasificaciones internacionales de las mejores universidades del mundo, un indicador de primera línea para lograrlo es que estas instituciones académicas tengan el mayor número de docentes e investigadores con doctorado. De hecho, las mejores del mundo, las diez primeras están en Estados Unidos e Inglaterra, no contratan a un profesor y/o investigador que carezca de doctorado y presuma un vigoroso currículum.

    Por cierto, no hay una relación mecánica entre tener los pueblos más lectores del mundo y las mejores universidades del planeta porque Estados Unidos con ocho de las 10 mejores instituciones de educación superior no tiene los mejores promedios de lectura per cápita de la tierra, aunque no sean malos. Los países donde se leen más libros y gozan de mayor comprensión de lectura, según la OCDE, son: Finlandia, seguido por Canadá (donde promedio de lectura per cápita es de 28 libros por año, el más lector de América), Nueva Zelanda, Australia, Irlanda, Corea del Sur, Reino Unido, Japón, Suecia, Austria, Bélgica, Islandia y Noruega. No obstante, como vemos, todas estas naciones se ubican dentro de las más desarrolladas.

    En México, el Sistema Nacional de Investigadores, dependiente de Conacyt, registró en 2020, 33 mil 165 investigadores, casi todos con doctorado. Aunque no es una cifra despreciable, la cual, por cierto, quizá disminuyó porque la convocatoria de 2021 dejó fuera a los doctores de las universidades privadas que se dedican a la investigación, nuestros promedios comparados a los demás integrantes de la OCDE son bajos, y claramente insuficientes para impactar con profundidad en otros indicadores de desarrollo.

    En fin, la crítica del Presidente López Obrador a las personas que destinan sus vidas a acumular conocimientos y grados académicos quizá haya sido uno más de sus exabruptos; pero si realmente le parece que dedicarse a esas dos tareas es un egoísmo clasemediero y su juicio lo convierte en políticas de gobierno, estaremos dando un lamentable paso hacia el vacío.

    Posdata

    Esperemos que en Sinaloa el próximo Secretario de Educación Pública sea alguien con sólidas y reconocidas credenciales académicas.

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