Las clases sociales en la vecindad de ‘El chavo del 8’

ENTRE COLUMNAS
30/06/2025 04:01
    Desde una perspectiva sociológica, ‘El Chavo del 8’ es mucho más que un programa infantil: es una radiografía de la estratificación social que aún define gran parte de la vida cotidiana en América Latina.

    Pocos productos culturales han perdurado con tanta vigencia como esta creación de Roberto Gómez Bolaños. A mis 44 años, aún me sorprendo riendo a carcajadas, como si fuera un niño, cada vez que lo reproduzco en alguna plataforma digital.

    El secreto de su éxito, quizá, no radica sólo en su humor sencillo, sino en su capacidad para representar, con una carga simbólica poderosa, las relaciones de clase en un microcosmos tan latinoamericano como una vecindad. Desde una perspectiva sociológica, “El Chavo del 8” es mucho más que un programa infantil: es una radiografía de la estratificación social que aún define gran parte de la vida cotidiana en América Latina.

    Algunas ocasiones he puesto de ejemplo a mis alumnos de la Licenciatura en Economía, esta pequeña sociedad para explicar la estratificación social. Y es que, quien quiera comprender nuestra realidad no siempre necesita comenzar leyendo a Foucault, Sassen o Castells. Basta con observar con detenimiento los episodios de este programa para advertir cómo se expresan, se enfrentan y conviven los diferentes estratos sociales.

    Por ejemplo, Doña Florinda representa a la clase media aspiracional, aquella que, aunque comparte condiciones materiales con sus vecinos, busca distinguirse mediante capital simbólico y cultural. Su desdén hacia Don Ramón no surge de una distancia económica real, sino de una distancia simbólica. Rafael Ton, escritor argentino, lo ha denominado el “síndrome de Doña Florinda”: un deseo por diferenciarse del entorno como mecanismo de estatus.

    Kiko, su hijo, es el arquetipo del “pobre niño rico”; sobreprotegido, criado con privilegios materiales pero carente de vínculos comunitarios genuinos. Tiene juguetes, ropa, lujos, pero no tiene con quién compartirlos. Su comportamiento refleja los efectos del aislamiento afectivo que muchas veces acompaña al bienestar económico sin comunidad.

    Ñoño y el Señor Barriga encarnan a una pequeña burguesía emergente. Desde la propiedad inmobiliaria ejercen poder sobre los demás: controlan el acceso a la vivienda, exigen rentas, marcan jerarquías. Representan el dominio del capital, pero también la fragilidad de una clase que basa su seguridad en la deuda ajena.

    En el otro extremo, El Chavo personifica la exclusión estructural: la pobreza infantil, la falta de hogar, la carencia de vínculos familiares estables y la inexistencia de reconocimiento ciudadano. Su existencia revela la vida al margen de las instituciones, donde apenas se sobrevive, pero donde también se sueña y se tiene esperanzas.

    El Profesor Jirafales simboliza a la clase media ilustrada: posee capital cultural, pero carece de poder económico y político. Su autoridad es simbólica y su prestigio, limitado al ámbito escolar. Es respetado por los de abajo, pero invisibilizado por los de arriba. Su figura recuerda el lugar ambiguo del docente latinoamericano en la estructura social.

    Don Ramón, en cambio, es el arquetipo del obrero informal: padre soltero, desempleado crónico, trabajador de ocasión. Siempre deudor, constantemente acusado, pero profundamente humano. Representa a ese amplio sector social que sobrevive en la informalidad, pero con ingenio, resiste entre la pobreza estructural.

    La Bruja del 71, caricaturizada durante años, es hoy una figura reivindicable. Mujer sola, sensible, amante de los animales, con deseos legítimos de amor y afecto. Es la representación de los sectores invisibles: los adultos mayores, las mujeres solas, los que buscan pertenecer a una comunidad sin ser ridiculizados.

    La vecindad de El Chavo es, en el fondo, la sociedad que habitamos todos. Está atravesada por tensiones de clase, envidias y violencia, pero también por lazos de solidaridad, humor y afecto comunitario. Es un espacio donde conviven la exclusión y el afecto, el conflicto y la ternura, la desigualdad y la esperanza.

    Quizá por eso El Chavo sigue vivo en la memoria colectiva. Porque en su pequeño universo caben los grandes problemas de nuestras sociedades: la pobreza, la marginación, la desigualdad, la soledad, la necesidad de reconocimiento y el deseo universal de amor y pertenencia. Y en todos esos problemas cotidianos es donde reside su humanidad.

    Es cuanto...