Las cuatro de la tarde

    Hay veces que quisiéramos congelar el tiempo para seguir disfrutando de un encuentro mágico; y otras, en que quisiéramos que transcurriera vertiginosamente para acelerar los acontecimientos.

    “Reloj, no marques las horas porque voy a enloquecer”, dice la letra de la canción de Roberto Cantoral. Hay veces que quisiéramos congelar el tiempo para seguir disfrutando de un encuentro mágico; y otras, en que quisiéramos que transcurriera vertiginosamente para acelerar los acontecimientos, como aseguró el zorro al Principito:

    “Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, a partir de las tres empezaré a ser feliz. A medida que se acerca la hora me sentiré más feliz. Y a las cuatro, me agitaré y me inquietaré. ¡Descubriré el precio de la felicidad!”.

    Ya mencionamos en otra columna, cómo marcó a los discípulos Andrés y Juan su primer encuentro con Jesús: “Fueron y vieron dónde vivía. Eran como las cuatro de la tarde; y se quedaron con Él el resto del día”.

    Ésta fue la hora que marcó, asimismo, la relación amorosa de la periodista Pilar del Río con José Saramago. Pilar le llamó por teléfono, le dijo que era su lectora y que iría a Portugal a conocerlo. Acordaron verse en el Hotel Mundial el 16 de junio de 1986, a las cuatro de la tarde.

    El flechazo fue mutuo. Continuaron manteniendo comunicación y en 1988 viajó Saramago a España. Desde entonces, ya no se separaron. Él tenía 64 años y ella 36, pero los 28 años de diferencia nunca fueron obstáculo.

    De noche, Pilar no soportaba el tictac de los numerosos relojes de pared, escritorio y otras modalidades que tenían en casa, por lo que los sacaba a la terraza. Un día, gentilmente, Saramago dejó de darles cuerda. La llevó para que los viera y todos marcaban las cuatro. “¿Por qué las cuatro?”, preguntó Pilar. “Porque es la hora en que nos conocimos”, respondió el escritor.

    ¿Recuerdo la hora?

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