Las dos Teresas escritoras

EL OCTAVO DÍA
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    Creer ciega y fanáticamente en un Dios y los dictados de su iglesia no es suficiente. De hecho, Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz tuvieron conflictos con sus autoridades inmediatas por sus ideas, que ahora son parte fundamental de la creencia.

    Hoy es el aniversario de la escritora Teresa Cepeda y Ahumada (1515-1583) -Santa Teresa de Ávila para la Iglesia Católica-, excelsa escritora en lengua española y, al mismo tiempo, una gran figura mística y doctora de sus Iglesia.

    Todas esas credenciales no son fáciles de lograr, aunque quizás una disciplina apoya a la otra: la fe y la certeza en una creencia se pueden volver poderosas armas para quien usa la palabra como herramienta y profesión. La escritura como poderoso vehículo para entender y amalgamar un credo.

    Suele ser confundida con Teresita del Niño Jesús (1873-1897), santa francesa que murió muy joven y también alcanzó el grado de doctora de la Iglesia.

    Una de mis queridas tías tienen ese conflicto, nació el día de Santa Teresa de Ávila y ante la ley es la jueza jubilada María Teresa Rodríguez Medrano, pero en su fe de bautismo es Teresita del Niño Jesús. (Otro detalle es que ambas santas homónimas tienen su festividad en octubre).

    Una vivió en la época del siglo de oro y casi fue contemporánea del Quijote; la otra, en la Francia iluminada de fines del Siglo 19, hija mayor de la Iglesia Católica, como allá dicen en las misas.

    Ambas mujeres se entregaron a la fe, a ser esposas de Cristo y escribir y reflexionar sobre la vida interior mística.

    ¿Qué es el misticismo? Es algo complejo como todas las pasiones interiores ¿De dónde provendrá ese estado de gracia donde el ser humano se asume en permanente comunión y comunicación con su deidad? Y aparte, lo comparte sin temor a equivocarse.

    Lo interesante es que las religiones orientales (budismo, hinduismo, sintoísmo y demás) impelen ir hacia la vida mística, mientras que el cristianismo moderno nos vuelve más mundanos... si no somos parte de la llamada iglesia viva.

    Santa Teresa de Ávila escribió “El castillo interior”, un libro donde compara la arquitectura de su alma con un castillo, así como las diversas moradas que habita el alma, cual una guía para encontrar a Dios en las neblinas del cuerpo humano y la duda.

    La duda ya se volvió un requisito para ser santo, como lo demostró el proceso de una figura homónima reciente, la Madre Teresa de Calcuta, quien eligió llamarse Teresa, a pesar de haber nacido como Agnes=Inés.

    Como que creer ciega y fanáticamente en un Dios y los dictados de su iglesia no es suficiente. De hecho, Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz tuvieron conflictos con sus autoridades inmediatas por sus ideas, que ahora son parte fundamental de la creencia.

    Teresa de Ávila eligió ser monja y fundó varios conventos, a veces con grandes dificultades económicas y buscando la caridad. Una de sus frases clásicas decía que “Dios usa a los pobres y a los pequeños para confundir a los poderosos”.

    Eso la une con Teresita de Jesús, la niña que siempre quiso ser monja y se consumió en amor divino, dejando un pequeño libro donde cuenta su vida encerrada en el convento, arrobada en la gracia y desbordando en amor a la figura del niño Jesús.

    No es necesario ser creyente para apreciar la belleza de la breve poesía de ambas mujeres. El camino abierto por ambas aconteció en un mundo donde la creación estaba limitada y condenada para la mujer. A su manera, la primer Teresa fue revolucionaria y un ejemplo para figuras posteriores, como Sor Juana Inés de la Cruz o Pita Amor y una cantidad inmensa de damas que profesaron su fe y creatividad en callado silencio.

    Hay versos suyos poderosos sobre el tema de la fe en una vida más allá de la muerte. “Ven, muerte tan escondida / que no te sienta venir / porque el placer de morir / me puede volver la vida”, poema de una sencilla desarmante y certera.

    Debo decir que, literariamente hablando, la obra de la española es más concreta y por sí misma le da un gran peso en el mundo de la cultura, al margen de su credo. ¡No hay figura equivalente a ella en cualquier idioma siglos antes y después!

    Durante buena parte de su vida, Teresa de Ávila tuvo fuertes ataques de fe que la hacían desmayarse y tener visiones, las cuales luego plasmaría de las más diversas maneras. Esos estados de éxtasis han sido reproducidos por pintores clásicos como Velázquez y Goya en devotas representaciones.

    En 1923, le negaron la posibilidad de ser proclamada Doctora de la Iglesia solo por su sexo: sería el Papa Paulo Sexto quien eliminaría ese obstáculo.

    Uno de su polémicos caminos abiertos es la posibilidad de que el amor a Dios tuviese una cercanía con el amor apasionado y compartió visiones donde un ángel le metía y sacaba del corazón un dardo de oro con fuego.

    Al final de su vida tuvo muchos éxtasis alucinantes y la iglesia le prohibió abandonarse a ellos, pero no pudo evitarlo a la hora de sumirse en oración y de ahí se desprende su ideario. La fe como el gran éxtasis de la duda derrotada.

    Hace poco (2015) se cumplieron los 500 años de su nacimiento: la iglesia festeja a sus santos en la fecha de su fallecimiento, pero la literatura lo hace recordando como un don el momento en que vinieron a este mundo y a cambiarlo. Leamos su obra con orgullo.

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