Las encuestas y la crisis de confianza

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    La influencia que las encuestas tienen sobre la opinión pública es al mismo tiempo un arma de doble filo: puede dar una imagen muy certera de ese grupo social al que retrata, pero también gracias a su importancia y a su relevancia en la sociedad, son instrumentos capaces de influir y alterar a la opinión pública a la que consultan.

    Las encuestas son una parte fundamental de nuestro sistema democrático. Gracias a esos ejercicios de consulta de la opinión pública, tanto las personas en puestos de gobierno, como el público en general conoce las tendencias y los gustos y las posturas de las mayorías. Las encuestas ayudan a dar forma a políticas públicas, a programas sociales; estos recursos cuando se hacen bien permiten conocer cuál es el presente del grupo demográfico encuestado. No hay proceso electoral que no esté pletórico de encuestas que dicen dar una imagen de cómo están las preferencias electorales en un momento dado.

    Sin embargo, esta importancia y esta aparente ubicuidad tiene un lado paradójico: las encuestas son cruciales, pero también son motivo de sospecha, e incluso de desconfianza o descrédito. La influencia que las encuestas tienen sobre la opinión pública es al mismo tiempo un arma de doble filo: puede dar una imagen muy certera de ese grupo social al que retrata, pero también gracias a su importancia y a su relevancia en la sociedad, son instrumentos capaces de influir y alterar a la opinión pública a la que consultan.

    Ya desde el Siglo 19, Alexis de Tocqueville se preocupaba por la importancia que, en este continente, la joven nación de Estados Unidos le daba a la opinión pública. Tanta era la importancia -podría decirse incluso la obsesión-, que, según Tocqueville, la amenaza era que entonces las mayorías ignoraran sistemáticamente a las minorías.

    En su libro Poll-arized, John Geraci analiza el caso de las encuestas en el entorno político estadounidense. Y escribe algo que puede ser aplicable al ecosistema mexicano:

    “Debido a las proyecciones dudosas de ciertos encuestadores, las encuestas se han vuelto el foco de la historia. Esto crea un ciclo de desconfianza, que vuelve más difícil realizar encuestas precisas en el futuro”.

    Las consecuencias de un futuro así serían terribles para la opinión pública. Las encuestas de baja calidad o realizadas con una agenda partidista o sesgada serían indistinguibles de las encuestas de calidad y el público no tendría la posibilidad de conocer en realidad el panorama que lo rodea.

    Más adelante, Geraci escribe una frase que podría servir como lema para quienes nos dedicamos a esto: “Las encuestas deben ser catalizadoras de discusiones, pero no deben ser la historia”.

    Esto quiere decir que necesitamos encuestas de calidad, serias y transparentes para fortalecer nuestra discusión pública y, por qué no, incluso nuestro sistema democrático. Pero también nos plantea un reto mayor. Además de la calidad y la transparencia en el ejercicio del diseño de estos ejercicios de conocimiento de opinión pública, también tenemos un desafío: recuperar la confianza del público.

    Cómo lograrlo es un desafío digno de analizar. No hay una receta preestablecida, de otro modo ya lo habríamos hecho. Uno de los pasos para lograr que las personas sientan que las encuestas son ejercicios fidedignos y confiables puede ser la transmisión del conocimiento sobre las propias encuestas.

    El público informado es una de las posibles soluciones. Porque en la medida en la que conozcan más sobre cómo funcionan las encuestas, con mayor facilidad podrán descubrir las encuestas deficientes.

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