Dice un refrán que no hay rosas sin espinas, para recordarnos que lo valioso se consigue con entrega y sacrificio, como especificó José Ingenieros: “No hay perfección sin esfuerzo. Los mediocres jamás cosechan rosas por temor a las espinas”.
Otros autores precisan que los pesimistas piensan que los tallos de la rosa tienen espinas, mientras que los optimistas afirman que son las espinas las que producen las rosas.
Empero, no podemos buscar las rosas desdeñando las espinas, puesto que la vida es un huerto de rosas y cada flor ofrece su candor y encanto tras la acometida de las espinas. Es decir, las espinas anteceden al botón y velan como firmes cadetes su sueño hasta que, cual crisálida, se convierte en flor.
Sin embargo, en ocasiones no se logra una conversación madura sobre las espinas. En el capítulo 7 de El Principito, se plantea la pregunta: “Las espinas, ¿para qué sirven?”, pero no se ofrece una respuesta seria. Se responde: “Las espinas no sirven para nada, es pura maldad de las flores”.
El escritor español José Selgas fue llamado “El Cantor de las flores”, debido a una obra titulada “Flores y espinas”, que se publicó en 1879 y él falleció el 9 de febrero de 1882. Un ejemplar de 1884 formaba parte de la biblioteca de Emeterio Valverde Téllez, quien fue nombrado Obispo de León, Guanajuato, en 1909, y publicó en 1913 una fundamental Bibliografía Filosófica Mexicana.
En dicha obra poética, Selgas subrayó que es preciso llevar el alma en los ojos y el corazón en la mano, pues al final la flor se evapora y la espina siempre queda: “Rico en encantos traidores/ el mundo que te imaginas/ te ofrece pompa y colores. /Muchas flores...muchas flores... y muchísimas espinas”.
¿Valoro las espinas?
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