Las principales causas de la migración y el dilema político-electoral
Las causas de la migración internacional no son universales ni permanentes; cambian según el contexto económico, social, político y cultural. Por ejemplo, la mayor movilidad registrada en la historia de la humanidad ocurrió entre los siglos 18 y 19, durante la era del colonialismo europeo. Aquella gran migración transatlántica estuvo protagonizada, en su mayoría, por población blanca que se desplazaba en busca de las ventajas económicas, políticas y simbólicas que ofrecía el propio sistema colonial.
En el presente, sin embargo, las dinámicas son distintas. La inmigración laboral hacia los países desarrollados no responde a un colapso civilizatorio ni a una “invasión”, como suele caricaturizarse en el debate público, sino a transformaciones estructurales muy concretas. En términos generales, pueden identificarse al menos cuatro grandes factores que explican la demanda sostenida de mano de obra inmigrante en las sociedades de destino: 1. el crecimiento económico de las sociedades occidentales; 2. el aumento de la escolaridad de sus ciudadanos; 3. la emancipación de la mujer; y 4. el cambio demográfico.
El primero parece evidente. A medida que las economías crecen, también se expande la oferta de empleos. Pero no se trata solo de trabajos agrícolas o industriales, el crecimiento económico impulsa, sobre todo, al sector servicios, donde abundan ocupaciones que requieren presencia física y que son difíciles de automatizar: trabajo doméstico, cuidados, limpieza, sanidad, hostelería, jardinería o reparto, entre otros.
Este proceso va estrechamente ligado al segundo factor: la creciente escolaridad. Las nuevas generaciones pasan más años en la escuela y aspiran legítimamente a empleos acordes con su formación. Como consecuencia, la oferta de trabajadores dispuestos a ocupar puestos de baja calificación ha disminuido. Aquí es donde entra la inmigración, cubriendo nichos laborales que resultan indispensables para el funcionamiento cotidiano de la economía. La mayor escolaridad e ingreso económico también se traduce en un mayor consumo de ocio los fines de semana, lo que incrementa la demanda laboral en restaurantes, hoteles y actividades recreativas, sectores donde la presencia de trabajadores migrantes es ya estructural.
El tercer factor, a menudo subestimado en el debate académico, es la emancipación de la mujer. Antes de la revolución sexual de los años sesenta, se daba por sentado que las mujeres debían encargarse del trabajo doméstico y de la crianza. Hoy, gracias a su incorporación masiva al mercado laboral y a su mayor nivel educativo, ese modelo ha quedado atrás. El resultado es una reorganización profunda del cuidado y de las tareas domésticas, que nuevamente recae en personas frecuentemente inmigrantes, dispuestas a realizar trabajos que durante décadas fueron invisibilizados y no remunerados.
Este mismo proceso conduce al cuarto elemento: el cambio demográfico. Tras el periodo del baby boom (1946-1964), las tasas de natalidad han descendido de manera sostenida. En países como Estados Unidos, el promedio de hijos por mujer ronda apenas el 1.6, con una clara tendencia a la baja. La combinación de menor natalidad y envejecimiento poblacional ha generado una creciente demanda de empleo en el sector sanitario y, especialmente, en el cuidado de personas adultas mayores. Una vez más, la inmigración aparece no como una amenaza, sino como una respuesta funcional a una necesidad estructural.
Estos cuatro factores desmontan uno de los mitos más difundidos en el debate público: la idea de que los inmigrantes “quitan” empleos a los autóctonos. En realidad, quienes más se benefician de la llegada de trabajadores (irregulares) extranjeros son las clases medias y altas, que acceden a servicios más baratos, flexibles y disponibles. El rechazo suele provenir de sectores -cada vez menores- que compiten directamente con esos empleos.
En este contexto, el dilema político-electoral permanece intacto. Por un lado, los gobiernos enfrentan la presión de lobbies empresariales que exigen una mayor liberalización de las fronteras para sostener el crecimiento económico. Por otro, necesitan exhibir “mano dura” frente a la migración para tranquilizar a un electorado temeroso de perder privilegios materiales o identitarios. El resultado es una paradoja ya conocida: fronteras funcionalmente abiertas para el mercado laboral y una retórica cada vez más restrictiva dirigida a las urnas, especialmente a las clases populares.
El problema es que esta ambigüedad tiene costos crecientes. En un escenario global marcado por elecciones polarizadas, discursos de miedo y desinformación, la migración se ha convertido en un recurso electoral de corto plazo, aun cuando la evidencia muestra que sin ella muchas economías simplemente no funcionarían. Tal vez el desafío de nuestra época no sea frenar la migración, sino tener el valor político de explicarla con honestidad.
Es cuanto...
En vísperas de Navidad, quiero agradecerle a usted -lectora, lector de este espacio- por detenerse unos minutos a leer, pensar y, ojalá, dudar conmigo a lo largo del año.