¿Tiene trampas la democracia? Sí, si tiene trampas la democracia, o tal vez deberíamos decir que en realidad la democracia es sólo un concepto creado por el ser humano y que la democracia no tiene trampas sino tramposos, que al fin y al cabo es la misma cosa, pues esta pretensiosa aspiración conceptual, hasta el momento utópica, de alcanzar la democracia, sólo existe como promesa social, como inacabada construcción y permanente búsqueda, siempre en su condición de ser perfectible en el tiempo.
Entender de qué se trata cuando se habla de democracia o se promete mayor democracia social o un gobierno democrático para todos, resulta complejo cuando en realidad no se tiene muy claro a qué se refiere y cómo es posible alcanzar los beneficios que ofrece o significa la democracia en nuestras vidas. Para eso primero tendríamos que precisar qué es exactamente la democracia y para qué sirve hoy en día.
Existe una vasta literatura sobre definiciones e investigaciones sobre democracia y sus complejidades en la historia del mundo occidental. Su definición varía y se adapta de acuerdo a su momento y circunstancia histórica, así que en el caso de México igual adquiere su propio significado acorde a su particular experiencia. En los últimos 40 años, democracia ha significado para los mexicanos dos aspectos esenciales: procesos electorales y la promesa de un gobierno y sociedad democrática.
Sobre estos dos elementos podemos afirmar que por lo menos llevamos ya cuatro décadas participando en elecciones con la intención y expectativa de que se cumpla la promesa de que la democracia cobre valor en nuestras vidas más allá de un proceso electoral. La experiencia nos ha enseñado que un proceso electoral democrático no garantiza un gobierno ni una sociedad democrática.
En todos estos años, hemos elegido en mayoría quién gobierne, pero no cómo se gobierna, y es aquí donde está la trampa: por una parte, como ciudadanos comunes, no elegimos a quién elegir, eso lo hacen los partidos y sus elites, designan candidatos, presupuestos para las elecciones y nosotros elegimos, pero ellos gobiernan, legislan y deciden cómo, bajo qué criterios y con quién, hasta que llegue el relevo del nuevo proceso electoral. Esta es la democracia que se conoce en México.
Sin duda un dilema no sólo nuestro, sino de una gran cantidad de democracias en el mundo, con la diferencia de que en algunas naciones se obtienen mayores beneficios para la población, considerando que el segundo elemento de nuestra democracia que se relaciona con el gobernar, funciona para las mayorías en tanto que se traduce en actos de gobierno, los beneficios de vivir en un democrático.
De acuerdo con el politólogo mexicano, Clemente Valdés, existen los países que se presentan falsamente como democráticos, donde se elige a una oligarquía formada por un número muy pequeño de gobernantes y por supuestos representantes, los cuales, de acuerdo con sus constituciones hechas por ellos y sus antecesores, se reparten el poder de la población, se convierten personalmente en los poderes, y se dedican a someter y a robar a sus pueblos. Por otra, existen algunos países (muy pocos) en los cuales los ciudadanos, además de elegir a sus empleados como gobernantes y a sus representantes, tienen el poder de aprobar o rechazar cualquier modificación o adición al texto constitucional y destituir a sus representantes y empleados electos en el gobierno.
Sin duda es el primer ejemplo el que hemos vivido en México, una larga experiencia y un costoso aprendizaje que se reflejó en la elección de 2018, cuando una evidente mayoría de mexicanos eligió de dos formas distintas, una para la Presidencia de la República y otra para el resto de las candidaturas, en la primera decidió quien sí para Presidente, pero en las otras a quién ya no estaba dispuesto a dejar gobernar.
Los mexicanos demostraron que ahora pueden elegir por su cuenta y por encima de las élites en los gobiernos si se lo proponen, pero también recibieron la lección de que elegir para evitar quién gobierne no les garantiza un gobierno democrático. Esta parece ser la trampa mayor, las letras chiquitas de nuestra democracia que exige poner atención, pues como sucedió en 2018, las elecciones locales en las entidades del país, sólo reacomodaron nuevas y antiguas élites del poder.
De ahí que el reto de los electores este 6 de junio, no sólo será el saber elegir a conciencia servidores públicos y representantes, sino lograr que trabajen como sus empleados, que quienes sean elegidos gobiernen y legislen democráticamente, desde una democracia entendida en términos de igualdad de acceso a los bienes y servicios de las instituciones públicas con eficacia y oportunidad, una democracia entendida como la libertad que permite expresar el sentir y las opiniones ciudadanas en los órganos decisorios y de representación. Una democracia poselectoral que logre erradicar la exclusión y los privilegios liberando a los gobiernos y al poder legislativo del secuestro de las élites.
Una democracia pensada no como vía de acceso al poder, sino una democracia como la vía civilizada de una sociedad que gestiona entre todos su mejor futuro, uno sin trampas y sin tramposos.
Hasta aquí mis reflexiones, los espero en este espacio el próximo viernes.