Joel Díaz Fonseca
El diccionario en línea WordReference.com define lastre como el peso que se pone en el fondo de una embarcación para conseguir que esta alcance la profundidad deseada.
Tiene otras acepciones, una lo define como el peso que se pone en los bordos de los globos aerostáticos para aumentar o disminuir la altitud, y otra como un impedimento para llevar algo a buen término con la adecuada celeridad.
Las tres acepciones tienen el mismo sentido, agregar o quitar peso a discreción a una embarcación, a una aeronave, incluso quitarse peso uno mismo, para conseguir estabilidad y llegar así al objetivo previsto.
Nacemos ligeros de equipaje, pero con el paso de los años nos vamos llenando de muchos lastres que nos impiden desarrollarnos material y espiritualmente.
El consumo excesivo de comida, sobre todo chatarra, esa que no nutre pero que sí atrofia muchas de las funciones de los órganos de nuestro cuerpo, es un lastre del que muy difícilmente podemos deshacernos. Es lo que se conoce como gula, uno de los siete pecados capitales.
Xavier R. Vera, colaborador del blog butacaancha.com, en un análisis de la película La gran comilona (1973), dice sobre este pecado capital que “más allá de la connotación religiosa, también puede adquirir tintes político-sociales. Se le ve como una muestra de la decadencia. Si tienes dinero, comes bien y mucho. El exceso es el error más humano que existe: lo queremos todo, en todo momento y de todas las maneras posibles”.
La última parte de su excelente disección de la gula me parece fundamental para entender mucho de la decadencia de nuestra sociedad: “El exceso es el error más humano que existe: lo queremos todo, en todo momento y de todas las maneras posibles”.
Se refiere por supuesto al apetito desmedido en el comer y el beber, que es la gula, pero creo que su definición de este pecado capital va mucho más allá, alcanza a todo tipo de excesos.
Los niños y los jóvenes de hoy lo quieren todo, ya, y sin el menor esfuerzo. Pero no pequemos de inocentes, nosotros, sus padres, somos en mucho los responsables de esa manera de ser que denostamos.
Como crecimos con muchas carencias no queremos que nuestros hijos vivan lo que nosotros vivimos a su edad y buscamos compensar esos momentos difíciles dándoles todo, sin que hayan hecho nada para ganárselo.
Queriendo ser buenos y justos con ellos les hemos desarrollado un apetito desmedido por las cosas materiales. Es así como se van llenando de objetos caros y su alma va vaciándose. Pero ¡cuidado!, al satisfacer todos sus deseos y apetitos sin establecer ninguna condicionante, estamos contribuyendo a que se desarrolle en ellos un desorden espiritual que les impide tener control de sus propios actos.
Hasta aquí me he referido exclusivamente a las distorsiones en el comportamiento de los niños y los jóvenes de hoy, provocadas en mucho, como señalé previamente, por nosotros, que nos hemos convertido en padres demasiado permisivos y condescendientes, pero no puedo pasar por alto el paralelismo que existe con la forma de ser y de actuar de las clases gobernante y política de nuestro País.
Si se saltan todos los límites que marcan las leyes y cometen toda clase de abusos y atropellos, es porque nosotros los ciudadanos, los verdaderos mandantes, no les hemos puesto un alto.
En ese sentido, y abusando de la confianza de mi buen amigo Sergio Orozco, transcribo una parte del correo electrónico que me envió el domingo, a propósito de mi artículo de ese día:
“Considero que esto (los abusos y atropellos de los gobernantes) es también muestra de su vacío moral e intelectual, y necesitan cubrirlo con muchedumbres y abundancia. El problema es su vacío interior y que daña a la sociedad. Quien requiere de tanto reconocimiento es débil por dentro”.
Hace tiempo leí un relato titulado La carreta vacía, que refiere la manera en que un padre enseña a su hijo a distinguir el valor y el sentido de las cosas.
Cuando el padre preguntó en el camino a su hijo qué escuchaba además del canto de las aves, el muchacho dijo que oía el ruido de una carreta.
- Es una carreta vacía, le dijo el padre.
- ¿Y cómo sabes que está vacía?, replicó el muchacho.
- Sé que está vacía por el ruido que hace. Cuanto más vacía está una carreta, le explicó, es más ruidosa.
Coincido plenamente con Sergio, nuestros gobernantes alardean todo el tiempo, pero es porque no han hecho realmente nada de lo que puedan presumir ante sus gobernados, y buscan con ello, además, desviar la atención para que nadie se dé cuenta de sus pifias, abusos y atropellos.
Lamentablemente la mayoría de quienes gobiernan en este País, desde el Presidente de la República hasta los alcaldes, pasando por los legisladores, gobernadores y magistrados, están totalmente vacíos de convicciones, pero llenos de soberbia, avaricia, envidia y, por supuesto, de gula. Lo quieren todo, en todo momento y sin importar la forma en que deban obtenerlo.
jdiaz@noroeste.com