En muchas regiones de México, especialmente en los pueblos indígenas, persiste una práctica ancestral que desafía los modelos individualistas contemporáneos: el tequio.
Esta forma de trabajo comunitario, heredada de las culturas mesoamericanas, consiste en que las personas dediquen parte de su tiempo y esfuerzo a actividades que benefician al conjunto: construir caminos, reparar escuelas, limpiar sistemas de agua o preparar los espacios para festividades. Aunque para algunos pueda sonar a una obligación arcaica, hoy sabemos que su impacto social, psicológico y económico encierra profundas lecciones sobre organización y salud colectiva.
Desde una perspectiva histórica, el tequio funcionó como una herramienta de cohesión social. En sociedades que carecían de grandes estructuras estatales centralizadas, la cooperación era esencial para la supervivencia. La antropología ha demostrado que los pueblos que adoptan sistemas de trabajo comunal tienden a generar mayores niveles de confianza y reciprocidad entre sus integrantes. Este capital social no es un concepto abstracto: se traduce en redes de apoyo que pueden activarse en situaciones de crisis, como desastres naturales, enfermedades o escasez de alimentos. En estos contextos, la solidaridad no es una opción, es una necesidad.
La ciencia contemporánea ha empezado a documentar los beneficios del trabajo colectivo sobre la salud mental. Estudios en psicología social muestran que participar en actividades comunitarias reduce la sensación de aislamiento, incrementa el sentido de propósito y fortalece la identidad grupal. El cerebro humano está diseñado para la cooperación; las interacciones prosociales activan circuitos neuronales asociados al bienestar y la recompensa, promoviendo la liberación de neurotransmisores como la oxitocina y la dopamina. Así, el tequio no solo mejora la infraestructura material de un pueblo; también contribuye a la salud emocional de sus habitantes.
Pero los efectos positivos del tequio van más allá de la psicología. Desde el punto de vista económico, el trabajo comunitario se convierte en un mecanismo para compensar la falta de recursos o inversión externa. La construcción o mantenimiento de bienes públicos suele requerir grandes presupuestos; en las comunidades que practican el tequio, la fuerza de trabajo voluntaria reduce costos y acelera procesos, lo que permite que los beneficios lleguen de forma directa a quienes los necesitan. Además, cuando los integrantes de una comunidad contribuyen a crear algo, el sentido de pertenencia se multiplica, y con él, el compromiso por conservarlo.
El tequio también refuerza la transmisión cultural. A través de él, generaciones enteras aprenden los valores fundamentales de la vida comunitaria: respeto, responsabilidad y cooperación. Durante las jornadas de trabajo, jóvenes y mayores conviven, comparten experiencias y enseñanzas, fortaleciendo la memoria colectiva. Este aprendizaje intergeneracional se vuelve crucial en un mundo donde la globalización amenaza con diluir tradiciones locales y conocimientos comunitarios.
No obstante, la práctica del tequio enfrenta retos en el Siglo 21. La migración, la urbanización y el predominio de modelos sociales centrados en la productividad individual han reducido la participación en actividades comunales. En algunas regiones, el tequio ha sido interpretado como una imposición coercitiva, lo que genera tensiones internas. La clave para su permanencia está en mantener su sentido original: un acto de cooperación que busca el bienestar común.
Revalorar el tequio en la actualidad implica entender que la ciencia del bienestar social no se encuentra únicamente en laboratorios o universidades, sino también en las tradiciones que han sobrevivido por su eficacia. Frente a una sociedad que a menudo exacerba el individualismo, el tequio recuerda que la prosperidad colectiva puede ser el mejor indicador del progreso humano. Recuperar y adaptar esta práctica ancestral podría ser una respuesta estratégica a los desafíos contemporáneos: desde la salud mental comunitaria hasta la sostenibilidad económica y ambiental.
En última instancia, el tequio representa más que un trabajo físico: simboliza la fuerza invisible que une a una comunidad y le permite construir un futuro compartido. Voltear hacia estas raíces no es un acto de nostalgia, sino de inteligencia social. La cooperación, como bien sabían nuestros antepasados, no es solo una virtud ética; es una herramienta científica y cultural para garantizar el bienestar colectivo.