Liquidez intelectual

    En esta ‘modernidad líquida’ se vive en incertidumbre y desconfianza, todo es provisional, no hay pactos permanentes, incluso en el terreno del amor, pues dura solamente lo que perdura la atracción, enamoramiento y gratificación. No hay fidelidades a largo plazo, todo es provisional, todo se puede cambiar en esta sociedad de consumo. Las relaciones humanas también sufren esta liquidez; las personas resultan objetos de consumo y pueden ser reemplazadas después de utilizarse.

    La liquidez es un término utilizado tradicionalmente en el mundo financiero. Se habla de liquidez de mercado cuando un valor es susceptible de comprarse o venderse fácilmente y a precio conveniente. En cambio, cuando se habla de liquidez financiera se refiere a la rapidez y eficiencia para que un activo se convierta en efectivo.

    Sin embargo, a partir de Zigmunt Bauman el término adquirió otra connotación. Este sociólogo y filósofo polaco utilizó el concepto de liquidez como contrapartida de la solidez de los totalitarismos.

    En esta sociedad del consumo triunfan las personas ágiles, volátiles y egoístas que aspiran a la fama y al poder, sin escatimar en métodos para alcanzar los resultados.

    “Hoy la cultura, decía Bauman, no consiste en prohibiciones sino en ofertas, no consiste en normas sino en propuestas. Tal como señaló antes Bourdieu, la cultura hoy se ocupa de ofrecer tentaciones y establecer atracciones, con seducción y señuelos en lugar de reglamentos, con relaciones públicas en lugar de supervisión policial: produciendo, sembrando y plantando nuevos deseos y necesidades en lugar de imponer el deber”.

    En esta “modernidad líquida” se vive en incertidumbre y desconfianza, todo es provisional, no hay pactos permanentes, incluso en el terreno del amor, pues dura solamente lo que perdura la atracción, enamoramiento y gratificación. No hay fidelidades a largo plazo, todo es provisional, todo se puede cambiar en esta sociedad de consumo. Las relaciones humanas también sufren esta liquidez; las personas resultan objetos de consumo y pueden ser reemplazadas después de utilizarse.

    La liquidez intelectual se ilustra con la fábula de La zorra y el busto, de Félix María Samaniego: “Dijo la Zorra al busto, después de olerlo: «Tu cabeza es hermosa, pero sin seso». Como éste hay muchos, que, aunque parecen hombres, sólo son bustos”.

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