Lo no obvio de la violencia en México: un análisis sociológico

    Una de las explicaciones más extendidas, sugiere que aquellos que ejercen violencia provienen de círculos sociales de precariedad en donde existen escasas oportunidades para el ascenso social. No obstante, es fundamental comprender que la pobreza en sí misma no es la causa directa de la violencia, ya que los actos violentos también se manifiestan en hogares de clases altas. Lo que nos lleva a deducir que son los contextos en donde se experimentan prácticas violentas los que llevan a que los individuos puedan ser más propensos a ejercer y replicar actos violentos

    En medio de la creciente violencia que sacude a México, las explicaciones convencionales desde el ámbito político a menudo se centran en factores obvios, como el crimen organizado y el narcotráfico. Sin embargo, cuando nos sumergimos en las diversas expresiones de violencia que acontecen en el País, las causas se vuelven más complejas y van más allá de lo evidente. El sociólogo Randall Collins señalaba acertadamente que “la violencia y el delito existen porque están incorporados a estructuras de la misma sociedad”. Es decir, el costo social de controlar la violencia implica cambios más difíciles de lo que comúnmente creemos.

    El caso de un joven que asesina y decapita a su hermana en Michoacán o el acto atroz de una persona que asesina y descuartiza a más de 20 perros en Ciudad de México plantea interrogantes sobre la naturaleza humana y la insensibilidad de los criminales y de la sociedad.

    Se ha difundido la idea de que algunos criminales poseen genes “malos”, atribuyendo la violencia a factores biológicos. Sin embargo, la realidad es que la evidencia científica no respalda de manera concluyente esta afirmación. Son otros los factores que potencializan que las personas comentan actos de violencia, los cuales a continuación se enuncian.

    Contextos de violencia

    Una de las explicaciones más extendidas, sugiere que aquellos que ejercen violencia provienen de círculos sociales de precariedad en donde existen escasas oportunidades para el ascenso social. No obstante, es fundamental comprender que la pobreza en sí misma no es la causa directa de la violencia, ya que los actos violentos también se manifiestan en hogares de clases altas. Lo que nos lleva a deducir que son los contextos en donde se experimentan prácticas violentas los que llevan a que los individuos puedan ser más propensos a ejercer y replicar actos violentos.

    En este panorama, no podemos dejar de lado que los individuos tienen una capacidad de agencia, ya que aunque las personas se encuentren inmersas en contextos de violencia, tienen motivaciones, destrezas y contactos que pueden permitirles superar sus circunstancias. Aquí es donde se evidencia que no todas las personas en situaciones violentas terminan siendo violentadoras o criminales. La violencia, según Collins, no es simplemente culpa del individuo violento, sino el resultado de las condiciones en las que se encuentra inmerso.

    Por otro parte, la cultura también emerge como un componente estructural de la violencia. Un sistema cultural que impulsa el ascenso social y el “éxito económico” genera una constante competencia entre individuos y comunidades, lo cual también impulsa una intensa presión sobre las personas para alcanzar el triunfo a cualquier costo. Esta perspectiva puede propiciar que se presenten conductas agresivas, ambiciosas e incluso ilegales en la búsqueda del anhelado “éxito”. Lamentablemente, esta concepción culturalmente arraigada relega el pensamiento colectivo, dando paso a una carencia de empatía y solidaridad hacia los demás.

    De igual manera, surge la interrogante del por qué las personas normalizan la violencia. En algunos casos la fragmentación comunitaria minimiza la gravedad de ciertos comportamientos violentos a través de frases como “a mí no me va a pasar” o “se lo merecía porque andaba en malos pasos”, lo que genera un discurso de superioridad. Lo anterior también promueve un proceso de deshumanización, en el cual se reduce la empatía, y genera que sea más fácil para las personas aceptar o perpetuar actos violentos.

    Las instituciones y su rol en la perpetuación de la violencia

    Un último componente crucial para comprender la violencia en México se encuentra en las instituciones encargadas de brindar seguridad y justicia. La falta de solidaridad dentro de la comunidad y un sistema individualista que basa el éxito en la meritocracia contribuyen a que la violencia se arraigue. Sin embargo, las instituciones estatales, como el sistema judicial y las fuerzas de seguridad, presentan debilidades significativas, lo que aumenta la vulnerabilidad de la sociedad ante la violencia y la impunidad. Se ha demostrado que la falta de confianza en las instituciones conduce a una mayor tolerancia a la violencia como medio de resolución de conflictos al saber que en México solo el uno por ciento de los delitos tendrán un enjuiciado.

    En este sentido se evidencia una urgente necesidad de abordar la violencia desde una perspectiva integral. No podemos limitarnos a medidas superficiales; es necesario comprender las raíces sociales, económicas y culturales del problema.Los contextos de violencia, la falta de solidaridad y la ineficacia institucional contribuyen a un ciclo perpetuo de violencia. Para romper este ciclo, se requiere un enfoque holístico que aborde las condiciones sociales adversas, promueva oportunidades y refuerce las instituciones encargadas de garantizar la seguridad y la justicia. La violencia en México no es solo un problema individual; es un desafío social que exige una respuesta colectiva.

    El autor es Luis Carlos Sánchez Díaz, investigador de Causa en Común.

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