Longevidad, mercado y desigualdad. El balance de la Silver Economy en 2025
El 2025 marcó un punto de inflexión en la conversación global sobre el envejecimiento y la economía plateada. Por primera vez, la Silver Economy dejó de ser un tema periférico, asociado a nichos de consumo o a políticas sociales fragmentadas y comenzó a ocupar un lugar visible en el radar de los grandes organismos internacionales. Los organismos internacionales prestaron atención a esta realidad y llama en particular la atención el World Economic Outlook 2025 del Fondo Monetario Internacional, el cual dedicó un capítulo completo al impacto económico del envejecimiento, subrayando que una población más longeva no implica necesariamente menor crecimiento si se invierte en salud, prevención y participación laboral a edades avanzadas y a reducir las brechas de género.
Ese giro discursivo coincide con una cifra que se repite cada vez con más fuerza: se calcula, de acuerdo con el Fondo de Naciones Unidas para la Población, que la economía plateada representa un mercado de 15 trillones de dólares.
Sin embargo, mientras el tamaño del mercado crece y el concepto se vuelve tendencia, la pregunta central permanece incómodamente ausente: ¿Quiénes participan realmente de esa economía y quiénes quedan al margen?
Ahí aparece la paradoja que atravesó 2025. La Silver economy se presenta como oportunidad macroeconómica, pero los sujetos que la encarnan no la transitan en igualdad de condiciones. Las personas mayores no envejecen igual y las mujeres envejecen en condiciones sistemáticamente más precarias. Naciones Unidas ha documentado que la pobreza en la vejez tiene rostro de mujer en prácticamente todas las regiones del mundo, debido a trayectorias laborales interrumpidas, brechas salariales acumuladas y una carga desproporcionada de trabajo de cuidados no remunerado.
Este dato es crucial para entender lo que está en juego. Cuando las mujeres quedan al margen de la economía plateada y sus posibilidades, no sólo se reproduce la desigualdad: se vacía de contenido la promesa misma de la longevidad como oportunidad. Un mercado que crece sobre la exclusión de quienes sostuvieron durante décadas la economía del cuidado corre el riesgo de convertirse en una economía de la longevidad para unos pocos.
Es como si hablásemos de dos carreteras que han crecido en paralelo. El contraste entre ellas se volvió aún más visible al observar cómo distintos países están respondiendo al envejecimiento. En 2025, algunos comenzaron a tender puentes reales entre longevidad y políticas públicas. Japón, por ejemplo, consolidó su sistema de cuidados de largo plazo y avanzó en la integración de tecnologías de apoyo para la vida independiente, al mismo tiempo que impulsa la permanencia de personas mayores en el mercado laboral bajo esquemas flexibles.
En Europa, países nórdicos como Suecia y Dinamarca destacan por haber articulado sistemas de bienestar que combinan cuidados universales, salud preventiva y participación social, reduciendo los riesgos de pobreza en la vejez, especialmente entre mujeres.
Estos casos no son perfectos ni exportables sin matices, pero muestran algo fundamental: cuando existen instituciones de cuidado, salud y protección social sólidas, el envejecimiento deja de ser percibido exclusivamente como riesgo y puede convertirse en posibilidad.
La tecnología añadió en 2025 una capa decisiva a esta discusión. El mercado global de gerontotecnología, que incluye dispositivos de asistencia, plataformas digitales, soluciones de monitoreo, inteligencia artificial aplicada a la salud y tecnologías para la vida independiente, llegó a los 69.6 billones de dólares en el 2024 y se estima que llegue a 245 en 2033 (¡en tan sólo 8 años!).
Este crecimiento alimenta la narrativa de innovación asociada a la Silver Economy. Sin embargo, también revela nuevas brechas. El acceso a estas tecnologías está profundamente condicionado por ingreso, región, alfabetización digital y género. La brecha digital no desaparece con la edad, de hecho, se amplifica. Las mujeres mayores, especialmente en países de ingresos medios y bajos, tienen menos acceso a dispositivos, conectividad y formación digital, lo que las deja fuera de los beneficios potenciales de esta nueva economía tecnológica
El 2025 dejó al descubierto una tensión central. Por un lado, una narrativa emergente que cuestiona el edadismo, revaloriza la experiencia y empieza a imaginar trayectorias de vida más largas y diversas. Por otro, marcos legales, laborales y tecnológicos diseñados para un mundo que ya no existe, donde la vejez se asume dependiente, invisible, infantilizada y en gran medida, silenciosa.
Es hora de dejar de hablar de la economía plateada simplemente como un mercado en expansión. Es una disputa sobre el tipo de futuro que se está construyendo en un mundo que envejece. Si no se incorporan de manera explícita la igualdad de género, la salud a lo largo de la vida, el reconocimiento del cuidado y el acceso equitativo e igualitario a la tecnología, el resultado puede ser profundamente regresivo: un planeta más longevo, pero también más desigual, con millones de mujeres mayores viviendo más años en condiciones de mayor precariedad.
El desafío que deja 2025 es claro. La economía plateada ya está aquí. Llegó para quedarse. La pregunta no es si existe, sino para quién existe. Convertir la longevidad en una oportunidad colectiva requiere algo más que entusiasmo de mercado: exige políticas del siglo 21 para un mundo que ya dejó atrás el siglo pasado.