Para sanar a nuestro País se requiere de la concurrencia de muchos factores, ligados tanto a las esferas gubernamentales como a las ciudadanas. Desgraciadamente, las ligadas al sistema se impulsan con mediocridad y a las que ejercen los ciudadanos, les falta el recurso para darles mayor cobertura.
Entre los elementos que pueden incidir en conseguir una sanidad social más alta se encuentra el mundo de los libros, dentro del cual, se encuentran involucrados los bibliotecarios, a los que en este espacio refiero, tanto a hombres como mujeres.
Hoy 20 de julio del año 25, dentro de las efemérides que contempla el calendario de la Secretaría de Educación Pública, está marcada la celebración del Día Nacional del Bibliotecario; de los vigilantes de los recintos en los que se resguardan los valiosos instrumentos del saber; una y mil obras en las que quedan plasmadas para la posteridad las aportaciones científicas y literarias de autores de todos los talantes.
Por supuesto, los tesoros bibliográficos requieren que la vigilancia de los mismos estén bajo la responsabilidad de profesionales de la biblioteconomía, o por lo menos, por apasionados bibliófilos y no por simples llena plazas, tal y como se acostumbra en las instituciones públicas.
En lo personal, he tenido el honor de conocer a dos excelentes bibliotecarias, a las que recuerdo con mucho afecto. Una de ellas es la extinta Amalia Zataráin, quien por largos años tuvo a su cargo la inolvidable biblioteca Benjamín Franklin y a Hilda Avantes, la que también, con celo materno, cuidaba el patrimonio bibliográfico de la entrañable Universidad de Occidente Unidad Mazatlán.
No me queda duda de que tanto Amalia como Hilda heredaron el respeto, la pasión, el orden, el conocimiento y el manejo de una biblioteca, de los grandes bibliotecarios que registran los historiadores, entre los cuales se encuentran los que fueron responsables de la grandiosa biblioteca de Alejandría. En tiempos más actuales, se sabe que personalidades como Benjamín Franklin, Rubén Darío, León Felipe y Jorge Luis Borges, entre otros, en un momento de sus vidas, se desempeñaron como bibliotecarios.
En la actualidad no basta con el amor por los libros para convertirse en guardián de una biblioteca; para ello se requiere de una preparación universitaria y los que tienen esa vocación encuentran respuesta en la Escuela Nacional de Biblioteconomía y Archivonomía del Instituto Politécnico Nacional (IPN).
En el caso de la Licenciatura en Biblioteconomía, el IPN la ofrece tanto en modalidad presencial como a distancia y los alumnos tienen que cursar los ocho semestres que contempla su plan de estudios. Desgraciadamente, en la mayoría de las bibliotecas del País, el puesto de bibliotecario se asigna a gente que no cuenta con una preparación académica ni vocación para cubrir a plenitud la responsabilidad que implica estar al frente de una biblioteca, circunstancia que suma al olvido y penuria en el que se encuentran estos espacios del saber.
Los bibliotecarios son un déficit de la formación de recursos humanos en nuestro País, a pesar del potencial que representan como coadyuvantes del crecimiento social; vaya nuestra felicitación a todos ellos.
¡Buenos días!