Los chilangos crearon la ‘gomichela’, la ciencia trae la ‘vacuchela’
Si pensábamos que la gomichela, esa cuestionable amalgama de cerveza, chamoy y ositos de goma que muchos consideran una auténtica aberración culinaria, era el límite de la experimentación con la malta, estábamos muy equivocados.
En el imaginario colectivo, la creación de una vacuna evoca laboratorios asépticos, batas blancas y jeringuillas relucientes.
Sin embargo, el virólogo Chris Buck, del Instituto Nacional del Cáncer de EU, ha decidido explorar una frontera mucho más cercana a la vida cotidiana: el fermentador de cerveza.
Su reciente experimento, que combina la ingeniería genética con la tradición milenaria de la elaboración de malta, no es solo una curiosidad anecdótica, sino una lección magistral sobre mecanismos biológicos y el futuro de las vacunas orales.
Para entender el valor de la “vacuna-cerveza”, primero debemos conocer al adversario.
Los poliomavirus son un grupo de virus de ADN que habitan de forma casi universal en los seres humanos. En la mayoría de nosotros, permanecen inactivos y silenciosos.
Sin embargo, en pacientes con sistemas inmunitarios debilitados (como aquellos que han recibido un trasplante de riñón o personas con VIH), estos virus pueden despertar y causar daños devastadores en el cerebro o el sistema renal, llegando, incluso, a provocar cáncer.
Buck lleva más de 15 años trabajando en una vacuna inyectable convencional.
Pero el gran desafío de las vacunas inyectables es su distribución y administración global. Aquí es donde entra la levadura de cerveza.
El mecanismo biológico detrás de esta innovación reside en la capacidad de la levadura (Saccharomyces cerevisiae) para actuar como una biofábrica. Buck modificó genéticamente la levadura para que, mientras fermenta el azúcar y produce alcohol, también fabrique la proteína VP1, que forma la capa externa (o cápside) del poliomavirus BK.
Lo asombroso de la biología es que estas proteínas tienen la capacidad de autoensamblarse.
Dentro de la célula de la levadura, las proteínas VP1 se agrupan de forma espontánea para crear lo que los científicos llaman Partículas Similares a Virus (VLP, por sus siglas en inglés).
Estas partículas son imitaciones perfectas del virus original: tienen la misma forma y “textura” exterior, pero carecen de material genético infeccioso. Son, esencialmente, “cascarones” vacíos que el cuerpo puede reconocer sin riesgo de enfermar.
Normalmente, las vacunas se inyectan para que el sistema inmunitario en la sangre las detecte. Pero al beber esta cerveza, que contiene las levaduras cargadas con las partículas VLP, Buck está apostando por la inmunidad de las mucosas.
Cuando ingerimos la levadura, ésta atraviesa el tracto digestivo. En el intestino, existen tejidos especializados (como las placas de Peyer) que son verdaderos puestos de vigilancia inmunológica.
Al detectar las partículas de poliomavirus en la levadura, el cuerpo genera una respuesta de anticuerpos que no solo circula en la sangre, sino que también patrulla las mucosas, proporcionando una primera línea de defensa donde muchos virus intentan entrar.
Aunque el experimento de Buck ha generado controversia (él mismo probó su creación de forma no oficial antes de publicar los datos en plataformas de ciencia abierta como Zenodo), los resultados preliminares en ratones y sus propios análisis de anticuerpos sugieren que el mecanismo funciona. Su cuerpo fabricó anticuerpos contra varios tipos del virus tras beber la mezcla.
Este enfoque democratiza la biotecnología.
Si una vacuna puede cultivarse en un kit de fermentación casero de bajo costo, las barreras logísticas para proteger a poblaciones vulnerables en países en desarrollo podrían desplomarse.
La historia sobre Chris Buck nos recuerda que la ciencia no siempre sigue un camino lineal. A veces, la solución a un problema médico complejo puede estar en la misma levadura que usamos para hacer pan o cerveza.
Aunque todavía faltan años de ensayos clínicos rigurosos para que podamos “vacunarnos en el bar”, este experimento subraya una verdad biológica fundamental: nuestro sistema inmunitario es un aprendiz incansable, capaz de reconocer un peligro, incluso, cuando viene disfrazado de una refrescante pinta de cerveza.