Nunca me ha gustado echar mano de los diccionarios para entender las raíces y amplitud de un concepto que tiene algún vínculo con la ética, sin embargo, en esta ocasión el diccionario de la Real Academia de la Lengua resultó estar cerca de lo que buscaba. Tecleé la palabra “Desentenderse”, y el diccionario me desplegó lo siguiente: “Fingir que no se entiende algo, afectar ignorancia”. La segunda descripción aludía a: “Prescindir de un asunto o negocio, no tomar parte de él”.
Visto de esta manera, el desentendido es quien finge que no le queda claro algo y por ello no puede hacerse cargo ni abordar la tarea. Un desentendido también puede ser quien da la espalda a una situación, quien decide no implicarse en ella. En el ámbito laboral abundan los desentendidos. Son esas personas que no se hacen cargo de algo que podrían resolver “porque no les quedó claro cómo hacerlo”, “porque no se lo explicaron bien”, “porque se confundieron”, “porque no sabían las consecuencias de dejar de hacerlo”. En la dinámica familiar, el desentendimiento también está a la orden del día: “Como yo no me lo iba a comer, no pensé que debía meter el sartén al refrigerador”, “como casi nunca usas el coche, no pensé que saldrías al aeropuerto por mi abuela”. Y si pensamos con más detenimiento otros ámbitos del comportamiento, nos daremos cuenta que el desentendimiento, además de malos ratos, genera un derroche económico que pocos estarían dispuestos a pagar cuando se vuelven conscientes de ello.
Haberme decidido a escribir sobre el desentendimiento responde a una pregunta que un colega colombiano me hizo en la instalación de la “Red Para la Formación Ética y Ciudadana”: “Además del narco, ¿en México está grave el tema del desentendimiento moral? Mi respuesta fue inmediata y taxativa: gravísimo. Hace más de dos años en este mismo espacio hablé sobre el tema, sin embargo, visto lo visto, el problema no parece dar muchas muestras de resolverse. Me explico.
Si preguntamos a cualquier persona que esté a nuestro alrededor si está de acuerdo con la corrupción, la injusticia, la simulación, la falta de solidaridad o la vejación a los derechos humanos, lo más probable es que su respuesta sea: “no estoy de acuerdo”, “repudio a los intolerantes”, “no tienen perdón los violadores de los derechos de la infancia”, y así sucesivamente. De entrada, podríamos pensar que nuestro interlocutor está en favor de la justicia, pero, ¿podríamos meter la mano al fuego por él/ella defendiendo que sería incapaz de permanecer en su sofá, continuar con sus vacaciones, o dejar de invertir su dinero cuando es testigo de una violación a los derechos humanos? Difícil.
El hecho de que una persona se pronuncie contra la vejación a los derechos humanos, no implica que vaya actuar tal como lo hiciera un activista. Lo mismo sucede con alguien que repudia ver a niños en las calles pidiendo limosna; su enfado no necesariamente la conducirá a montar una casa-hogar u organizar una reforma de ley. Nadie dudaría de que estas personas estén convencidas de que las cosas deben ser de otra manera, pero resulta claro que su desazón no las llevará a más. ¿A qué se debe este hecho?
Albert Bandura explica que ante una situación que consideramos injusta o que atenta contra algún principio ético, buscamos algunas razones que nos convenzan del nivel de implicación que debemos tener. Cuando nos pronunciamos en contra de algo que consideramos aberrante, pero no hacemos nada más que mostrarnos indignados, Bandura señala que se ha activado en nosotros la “agencia moral pasiva”, la cual es propia de los “hombres y mujeres de paz”, de esas personas a las que no les gustan los problemas, y con una clara conciencia de lo que podría resolverlos. Las personas que actúan conforme a una agencia moral pasiva, han decidido no actuar de modo inhumano o injusto, lo cual no es poco, pero tampoco irán a más.
Por el contrario, la “agencia moral activa, o proactiva” es aquella que se expresa en acciones que tratan de evitar el mal, la injusticia o el quebrantamiento de las normas de carácter ético. Quienes actúan movidos por una agencia moral activa, no sólo se muestran indignados ante lo que resulta ser una injusticia, sino que se embarcan en distintas empresas para resolver el asunto que les indigna.
Ahora bien, ¿qué mecanismos determinan que una persona no actúe de acuerdo a una agencia moral activa? Bandura señala que son ocho los mecanismos que influyen para que nuestra indignación moral deje de ser sólo eso, indignación.
El primero de los mecanismos es la “justificación moral”, misma que puede entenderse del siguiente modo: la persona se implicará en una situación que considera injusta, siempre y cuando, su actuación repercuta en la generación de un mayor bien para la mayoría. Si la actuación sólo generará un bien para el afectado, difícilmente el espectador quemará las naves para ayudarlo. El segundo mecanismo se denomina “etiquetado eufemístico de las acciones”, lo cual equivale a hipersimplificar una situación injusta; quienes encuentran en este mecanismo una razón para no actuar dirían: “No tiene sentido que me meta en lo que no me llaman, porque, viéndolo con detenimiento, la situación no es tan grave como pensaba”. El tercer mecanismo se llama “comparación paliativa”, la cual consiste en contrastar el hecho que nos indigna con otro aún más grave. Véase negándole una moneda a un vagabundo apoyado en esta razón: “No voy a sacar de su problema a este hombre, mejor apoyo a la Cruz Roja, ésta sí que resuelve un problema más grave que el del limosnero”. El cuarto mecanismo Bandura lo denomina “disolución de la responsabilidad”, la cual tiene que ver con la manera en que las personas buscamos diluir nuestra responsabilidad entre el resto del grupo que nos rodea; el célebre “Y yo por qué” de Vicente Fox es el vivo ejemplo de este mecanismo. El quinto se llama “desplazamiento de la responsabilidad”, y tiene que ver con la forma en que dejamos que otros hagan por nosotros lo que podríamos haber realizado sin su ayuda. Quizá este mecanismo sea uno de los que más nos hacen daño como sociedad, ya que, por alguna extraña razón, tenemos la plena certeza de que todo aquello que está mal en el País, alguien más se encargará de resolverlo. “La distorsión de las consecuencias” busca destacar la manera en cómo los efectos de una acción, al final del día, no resultaron ser tan graves como pensábamos. Esta es la forma que abrazan aquellos que sólo hablan de daños colaterales y no piensan que dichos daños tienen nombre de persona. El séptimo mecanismo es “deshumanizar a las víctimas”, y tiene como fin convencernos de que los efectos de un acto injusto son menos malos de lo que aparentan. Este mecanismo impide que veamos que por más narco, terrorista o violador que sea el delincuente, tiene el derecho a ser tratado como humano. Y el último mecanismo es el de la “atribución de la culpa a las circunstancias”, la mejor tapadera para no actuar en un País donde de lo que se trata es de engañar a los demás para salir airoso ante cualquier empresa.
Piense Usted en cada uno de los mecanismos, vea en qué momento se activan y cuáles son las consecuencias humanas de dicha activación. Estoy seguro que si lo piensa con detenimiento, de pasiva, su agencia moral podría convertirse en una más activa.
Director de Formación Ética y Ciudadana Tecnológico de Monterrey
pabloayala@itesm.mx
@pabloayalae
