‘Los enfermos’ universitarios

ENTRE COLUMNAS
17/11/2025 04:01
    Los estudiantes de hoy sí están inspirados en otros movimientos nacionales e internacionales, pero ya no necesitan un fusil para hacer un cambio. Les basta su conciencia crítica, su persistencia y la capacidad de convertir la protesta pacífica en una fuerza transformadora hacia la libertad y la democracia participativa.

    En la última sesión del H. Consejo Universitario de la Universidad Autónoma de Sinaloa salió a relucir la palabra “enfermos” para referirse a un grupo de universitarios. De inmediato, esa expresión evocó uno de los episodios más intensos en la historia de la institución rosalina.

    Entre 1972 y 1978, un grupo estudiantil de la UAS se autonombró precisamente así: “Los enfermos”. Eran jóvenes radicales que compartían el sueño de una revolución social. Lo que para sus adversarios era un insulto, ellos lo adoptaron con orgullo como emblema: “Estamos enfermos del virus rojo del comunismo, y no hay medicina que nos cure”, solían decir, como lo recuerda el historiador sinaloense Sergio Arturo Sánchez Parra.

    Aquel impulso comunista no nació únicamente de la realidad local. Se gestó también en un mundo convulsionado, donde las juventudes latinoamericanas se levantaban contra el imperialismo estadounidense y buscaban caminos de transformación profunda.

    Europa vivía su propia efervescencia. París acababa de ser sacudido por el movimiento estudiantil del 68, que luchaba por libertades políticas y contra el autoritarismo de Charles de Gaulle. En México se replicó en contra del autoritarismo y la represión de Gustavo Díaz Ordaz. Y en España, el franquismo agonizaba entre protestas juveniles ferozmente reprimidas. En Estados Unidos, mientras Richard Nixon intensificaba la guerra en Vietnam, crecía la indignación en los campus universitarios.

    Ese clima global permeó hasta Sinaloa. Así surgieron “Los enfermos”: jóvenes de origen humilde, muchos provenientes del campo o de barrios marginados, que estudiaban en una universidad atravesada por tensiones con el gobierno estatal. Sus principales trincheras eran las casas del estudiante.

    Nada de esto ocurrió al margen de la realidad sinaloense. El estado estaba marcado por desigualdades profundas: campos agrícolas donde miles de jornaleros vivían en condiciones de explotación, ciudades gobernadas con mano dura y una universidad que venía de librar una guerra interna contra un Rector impuesto desde el poder que se caracterizó por ser autoritario y represor: Gonzalo Armienta Calderón.

    En ese contexto, no sorprende que muchos jóvenes provenientes de rancherías, pueblos serranos o familias sin recursos, creyeran que la vía armada era la única respuesta posible.

    “Los enfermos” no sólo replicaron consignas internacionales, sino que las encarnaron. Varios de ellos terminarían incorporándose a la Liga Comunista 23 de Septiembre, formando parte de una corriente continental de jóvenes que tomaron las armas para intentar reescribir la historia.

    El desenlace fue el mismo que se repitió trágicamente en buena parte de América Latina: persecuciones, cárceles clandestinas, cuerpos sin identificar, expedientes sellados por décadas. La represión estatal fue implacable con estos estudiantes que soñaron con transformar el País desde una trinchera universitaria.

    Hoy, la Casa Rosalina es otra. Ya no hay “enfermos” del comunismo utópico. Los jóvenes actuales se manifiestan de manera pacífica, pero con firmeza. Sería injusto comparar a ambas generaciones. Aquellos muchachos de los 70 llevaron al límite la idea de una revolución porque la violencia política era, lamentablemente, parte del paisaje cotidiano.

    Los estudiantes de hoy sí están inspirados en otros movimientos nacionales e internacionales, pero ya no necesitan un fusil para hacer un cambio. Les basta su conciencia crítica, su persistencia y la capacidad de convertir la protesta pacífica en una fuerza transformadora hacia la libertad y la democracia participativa.

    Es cuanto...