Los espejos de la injusticia. La violencia global vista a través del trato hacia los animales

    La educación es clave en esta transformación. Si se sigue normalizando la violencia contra los animales y educando a las generaciones que vienen con la premisa de la inferioridad de todo aquello que no es humano y que se define como “lo otro”, difícilmente acabaremos con la espiral de violencia en la que vivimos inmersos. Debemos empezar a conjugar más el verbo conservar que el verbo explotar y desarrollar liderazgos integrales e inteligencia empática.

    En un mundo en el que las fronteras son cada vez más porosas y en el que hay retos y desafíos que son imposibles de ubicar en un sólo lugar, sino que trascienden los límites de los países, es necesario ampliar la mirada y hacer visibles las omisiones que hemos dejado de tomar en cuenta en el análisis y en la toma de decisiones globales. Son los conflictos armados, las crisis humanitarias y los desastres naturales los hechos que predominan en los titulares, los medios de comunicación y las redes sociales y en los que se centran la atención pública y los esfuerzos diplomáticos y políticos.

    Sin embargo, a la sombra de estos temas visibles y urgentes, existe una forma de violencia persistente y profundamente arraigada que a menudo pasa desapercibida en las discusiones internacionales: la violencia o debería decir, las violencias en sus muchas formas contra los animales. Aunque esporádicamente surge en el discurso público a través de campañas o legislaciones específicas, como la reciente ley en Reino Unido que prohíbe los perros de tipo XL Bully, la sistemática y normalizada violencia contra los animales rara vez ocupa un lugar central en la agenda política global y, por supuesto, no es considerada en su magnitud por quienes toman decisiones en este terreno.

    ¿Por qué es necesario hacer visible esta omisión? Por varias razones: no se trata sólo del sufrimiento que se inflige a seres sintientes que cohabitan con la humanidad en el planeta, sino que refleja también y perpetúa estructuras de poder y discriminación que sustentan otras formas de violencia -algunas reconocidas y otras no o simplemente normalizadas- a nivel mundial.

    La gran pregunta que deberíamos hacernos es ¿qué dice la violencia contra los animales sobre nosotros como seres humanos, sobre nuestro sistema de valores, sobre la sociedad que estamos construyendo y nuestro concepto de justicia?

    Tomemos el caso de los Bullies XL en el Reino Unido, que ha suscitado un acalorado debate en torno a la justicia y la “efectividad” de las leyes que categorizan a ciertas razas de perros como peligrosas. Hoy son los Bullies, pero antes fueron los Doberman, los Pastores Alemanes, los Rotweilers. Hoy se prohíbe la tenencia y crianza de los Bullies XL y el gobierno ofrece dinero a los tutores de estos animales a cambio de que los maten (aplicarles la eutanasia, le dicen). Si vemos esta realidad con mayor profundidad podemos darnos cuenta de que en el fondo se trata de una problemática más amplia en la que la discriminación y la violencia se ha normalizado no sólo contra los animales sino en la sociedad en general. Esto lleva siglos sucediendo.

    Parece que fue hace mucho, pero en realidad no. Durante 400 años, hasta 1900, los esclavos fueron considerados “casi animales o humanos inferiores” y el comercio trasatlántico de esclavos se justificó moral y económicamente. Las leyes defendían la explotación y el trato de las personas en esta condición. Parecería una broma si no es porque resulta trágico, que tuvieran que pasar siglos, luchas de poder y cambios culturales para que se les considerara como “seres humanos completos”. Recordemos que en pleno Siglo 20 había zoológicos humanos en donde el exterminio y el cuestionamiento de la humanidad de ciertos grupos formaban parte del espectáculo. ¿Qué sería peor, que las personas fueran exhibidas de esa manera o que fueran eventos tan taquilleros y las personas pagaran por asistir?

    Regresemos con los Bullies XL. La legislación británica contra ellos se basa en la premisa de que estos perros son inherentemente peligrosos, una creencia que no siempre está respaldada por evidencia sólida. Estudios científicos demuestran que no hay una correlación directa entre la raza de un perro y su potencial para la agresividad; más bien, factores como el entorno del animal, su entrenamiento y el trato que reciben son los indicadores principales de esto. A pesar de ello, el gobierno del Reino Unido ha determinado que esta legislación es una respuesta necesaria para proteger a la población de ataques de perros, aunque no proporciona datos que justifiquen dicha medida.

    Ejemplos de la normalización de la violencia contra los animales sobran: desde la casa de trofeos y las corridas de toros a la industria peletera, pasando por la industria de animales, la industria de la belleza y la moda y un sin fin de actividades. Cada año son asesinados 250,000 toros en las corridas en el mundo. Es necesario considerar no sólo el número de animales sacrificados en cada actividad, sino los medios para hacerlo, que van desde golpes y tortura hasta choques eléctricos con todo lo que a la creatividad humana se le pueda ocurrir para este fin.

    Insisto. La gran pregunta es qué dice esto sobre los seres humanos. ¿Cuál es el efecto de normalizar la violencia hacia los animales? ¿Por qué la sociedad en general no tiene empatía ni es sensible al sufrimiento de estos seres?

    Es curioso que tenga que debatirse una ley para considerar que los animales sienten. Es lo mismo que hace poco más de un siglo: se tuvo que “negociar” y aceptar a regañadientes en algunas latitudes que los esclavos tenían derechos y también eran humanos. La Ley Sintientes es un gran avance en este sentido.

    Esta realidad, y que hoy se haga más evidente este debate, pone en el centro el antropocentrismo, el especismo y sus secuelas. Se trata de la creencia del ser humano de que todo gira en torno a él y que los seres no humanos tienen una única función: servirle. La naturaleza, sin embargo, nos está demostrando que somos parte de un todo y que si seguimos destruyendo la vida que nos rodea en función de nuestros intereses, ignorancia y estilo de vida acabaremos por destruirnos a nosotros mismos.

    Afortunadamente también está creciendo conciencia al respecto y están surgiendo alternativas éticas que plantean una nueva manera no sólo de coexistir con los seres no humanos sino de construir una nueva cultura y sociedad.

    La educación es clave en esta transformación. Si se sigue normalizando la violencia contra los animales y educando a las generaciones que vienen con la premisa de la inferioridad de todo aquello que no es humano y que se define como “lo otro”, difícilmente acabaremos con la espiral de violencia en la que vivimos inmersos. Debemos empezar a conjugar más el verbo conservar que el verbo explotar y desarrollar liderazgos integrales e inteligencia empática.

    La lucha contra la legislación discriminatoria como la que afecta a los Bullies XL y contra las diversas formas de violencia hacia los animales se está convirtiendo en una premisa para la sobrevivencia del planeta y para la especie humana.

    El tema de fondo es la selección de especies de animales o de grupos humanos que merecen -o no- cierto trato, derechos y consideraciones. Ayer fueron “los aborígenes”, la comunidad gitana, los japoneses en Estados Unidos, los chinos en México; hoy son los migrantes en distintas latitudes, grupos que tienen ciertas preferencias políticas, culturales, sexuales. La creatividad humana para construir factores de discriminación y justificaciones para hacerlo es infinita.

    Este desafío no solo concierne a los activistas por los derechos de los animales, sino a toda la sociedad, ya que refleja valores y decisiones que afectan el tejido mismo de nuestra convivencia y está en juego el tipo de futuro y sociedad que queremos construir.

    Nuestras acciones, decisiones y omisiones pesan. Más vale participar en el debate que dejar que las cosas sigan el camino de indiferencia, discriminación y violencia selectiva que llevan. Animales y humanos estamos destinados a coexistir y habitamos el mismo planeta. Nuestro futuro compartido va de la mano.

    Hoy por ellos, mañana por ti.

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    Internacionalista y politóloga, fundadora de Mujeres Construyendo

    www.mujeresconstruyendo.com

    @LaClau
    Animal Politico / @Pajaropolitico

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