Los mitos de Misóponos

    Durante los últimos tiempos, familia y escuela han venido impulsando una cultura de la ultraseguridad obsesionada ‘con eliminar las amenazas (tanto reales como imaginarias)’ que ‘privan a los jóvenes de las experiencias que su mente antifrágil necesita’, y les permite volverse más fuertes y resilientes, menos ansiosos y proclives a verse a sí mismos como víctimas.

    1. Cumpleaños sin flores

    Las flores siempre han sido su perdición. Literalmente la matan. Se siente morir cada vez que llega un ramo o arreglo floral a casa. Las formas, texturas, olor y valor simbólico la enloquecen. Ha llegado a darle el sí a verdaderos esperpentos que por alguna extraña razón se enteraron de su mayor debilidad: las flores.

    Cuando digo la matan, no solo es en lo emocional. La alergia que le provocan las flores le cierra la garganta hasta un punto que le resulta imposible respirar. Para ella esto es parte de una condición; simplemente su sistema inmune es incapaz de lidiar con el polen de las flores, así como con otras muchas cosas que no tienen que ver con las bacterias ni los virus.

    Y aunque le vaya la vida en ello, Carola prefiere asumir el riesgo, que privarse de ese momento en que al aroma de las flores inunda su casa.

    2. No me siento cómodo

    No me parece justo que nos obliguen a asistir. No me siento cómodo con esa estúpida regla que nos obliga a asistir semestralmente a dos charlas con “líderes de opinión”, especialmente cuando el discurso de algunos me resulta vomitivo. Es un exceso, atropello, grosería, abuso y muchas cosas más, que las autoridades de esta universidad nos obliguen a escuchar a quienes promueven cosas que no quiero escuchar, porque no me siento bien con ellas. No me representan. Odio esta estúpida e injusta política universitaria de obligarnos a hacer lo que no queremos hacer. Estoy seguro que si hablo con mi director de carrera me apoyará.

    3. Por favor no me confundas

    Aunque estudie aquí no soy fifí. Me ves donde me ves porque aquí está la carrera que quería estudiar. Vengo a lo estrictamente necesario, ya que no me identifico con el noventa y nueve por ciento de la gente que estudia aquí. No soy fifí. Me molesta que pienses que soy uno de ellos. Jamás he sido reaccionario ni conservador. Sabes que odio todo lo que suene a estatus. Me ofende muchísimo que me confundas con ellos, así que por favor no me confundas, porque son perversos, torcidos, enfermos como los curas violadores con los que se confiesan. Siempre he sospechado de los conservadores, por su doble moral; en el discurso son unos y en la vida privada otros, por eso, suene a lo que suene, prefiero que me digas chairo, porque yo no conozco chairos malos, y sí conozco muchos fifís perversos. ¿Estamos?

    Las tres historias narradas están lejos de ser ficción. Son situaciones, cada vez más cotidianas, que reflejan los efectos de un problema donde sus actores, y quienes les rodean, desconocen sus causas.

    Intentando dar con éstas, Greg Lukianoff y Jonathan Haidt escribieron un texto tremendamente esclarecedor, “La transformación de la mente moderna. Cómo las buenas intenciones y las malas ideas están condenando a una generación al fracaso”, el cual, como describí hace poco en otro espacio, se desgrana a partir de la siguiente historia:

    Greg y Jon emprendieron un largo viaje hasta una cueva ubicada en una ladera del monte Olimpo, para ver a un oráculo contemporáneo que “mantiene vivos los antiguos ritos del culto a Coalemo”. Tras muchas peripecias llegaron a la cueva, tomaron un número, pagaron cien euros y esperaron largo rato para ver al oráculo viviente, quien se encontraba al fondo de la caverna pegado a una pared de donde manaba un manantial. “Pasad chicos. Decidme, ¿qué estáis buscando?”. La respuesta no se hizo esperar: “¿Cuál es la más profunda y mayor de las verdades?”.

    Misóponos resopló, los vio fijamente y, tras explicarles las propiedades del agua que brotaba del manantial, les dijo: “Os daré tres cálices de la sabiduría”. Llenó el primero, les dio de beber, y una vez que lo hicieron expuso: “Lo que no te mata te hace más débil”. Nuevamente llenó el cáliz y se los ofreció para que bebieran. La segunda enseñanza fue: “Confía siempre en tus sentimientos. Nunca los cuestiones”. Al igual que en la primera ocasión, esta segunda pepita de sabiduría dejó a Greg y Jon pasmados. Misóponos rellenó por tercera vez el cáliz, extendiéndoselos para que bebieran: “Tercero: la vida es una batalla entre las buenas personas y las malvadas”.

    En realidad, ni Misóponos, ni el viaje existieron. Lo que sí es cierto es que estas tres “verdades” flotan en el aire de muchas escuelas, universidades y hogares, reafirmando la certeza de que los jóvenes de hoy son más frágiles que antes, los sentimientos tienen mucho mayor peso que las razones y que los buenos y los malos siempre se encuentran en bandos contrarios.

    Durante los últimos tiempos, familia y escuela han venido impulsando una cultura de la ultraseguridad obsesionada “con eliminar las amenazas (tanto reales como imaginarias)” que “privan a los jóvenes de las experiencias que su mente antifrágil necesita”, y les permite volverse más fuertes y resilientes, menos ansiosos y proclives a verse a sí mismos como víctimas. El ejemplo del joven al que le parecía injusto que le obligaran a escuchar una charla que le incomodaba, es un claro reflejo de cómo las universidades hemos venido sobreprotegiendo al estudiantado, haciendo a veces cosas verdaderamente absurdas, con el fin de mantenerlo lejos de palabras o ideas que “le pongan en peligro”.

    Si a esta falsa razón sumamos la segunda ofrecida por Misóponos, vamos entendiendo mejor el cuadro. Hemos puesto por encima de las razones las emociones, olvidando que “el razonamiento emocional” puede conducirnos hacia un sinnúmero de desviaciones. Si una regla me hace sentir mal, entonces la regla es mala, no importa cuál sea su función, basta con que me incomode para que sea desechable. ¿Se imagina que sería de nosotros si siguiéramos las reglas cuando estas nos hacen sentir cómodos con ellas?

    El problema no acaba ahí, porque quien entiende ciertas reglas desde el razonamiento emocional, puede llegar a creer que cualquier norma que le incomode es una agresión en contra suya, olvidando la diferencia que existe entre hechos concretos e intenciones. En este caso, incomodidad, no es sinónimo de peligro.

    La última enseñanza de Misóponos no es menos perniciosa que las anteriores. Hemos sido testigos de cómo últimamente ha crecido la polarización en la sociedad. Nuestras vidas, como dicen Lukianoff y Haidt, transcurre en “medio de una batalla entre las personas buenas y las malvadas”, donde los buenos son aquellos que piensan como yo, y los malos quienes ven la vida de modo contrario.

    Sobre los efectos de cada uno de estos mitos le hablaré en otro momento.

    Y por no dejar, van unas cuantas preguntas al margen: En la disputa que hay entre una parte de la comunidad científica y el Conacyt, ¿quiénes son los buenos y quiénes son los malos? ¿El Fiscal, Alejandro Gertz Manero, a qué grupo pertenece?

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