Marthita Arredondo: la última y se fue
Diputada número 41 durante 60 años

OBSERVATORIO
06/12/2024 04:02
    Los sicarios del narcotráfico han roto el viejo manual de sus guerras que establece que a los niños no se les toca en las reyertas crueles entre facciones del crimen organizado.

    Honor a quien el honor se ha ganado a suficiencia, el homenaje que el Congreso del Estado le rindió ayer a Martha Guadalupe Arredondo Sandoval es uno de esos tributos que se quedan cortos ante la dimensión de quien recibe el reconocimiento. Con más de 60 años de servicios prestados al Poder Legislativo, Diputada sin curul y tenaz desfacedora de entuertos parlamentarios, ella tiene mayores méritos para estar en el Muro de Honor de la Cámara que algunos de los que han sido inmortalizados allí.

    Marthita es el emblema de la mujer que a los 15 años de edad abrió puertas cuando el trabajo femenino era ninguneado, acosado y discriminado en las escalas laboral y salarial. Es golondrina que sí hizo nido y verano en el recinto cameral. Es la memoria adherida en las paredes del Salón de Plenos y actor vivencial de centenas de asambleas. Ella es la testigo del Congreso sometido a regímenes priistas sin posibilidad de moverse un ápice, y de la transición a la Cámara plural y combativa que llegó a ser hasta que en la actualidad regresó la aplanadora de otro partido.

    Fue la brújula de la labor legislativa cuando no existía el orden del día ni aparecía la tecnología que ahora sistematiza la agenda. La asistente de los diputados con derecho a sacarles tarjeta roja si éstos incurrían en errores. Ella inventó el guión y todos se ajustaron al librito. Porque no se disponía de teléfonos celulares ni de correos electrónicos tuvo que garantizar que a cada asambleísta le llegara el telegrama citándolos a sesionar. Hasta operó para que los levantadedos se hicieran productivos y los protagonistas moderaran el lucimiento personal.

    Le llegó el día del retiro más no la hora de la desmemoria. Es leyenda sin importar la despedida. La fecha tan temida para ella y terrible para quienes habrán de necesitarla en lo sucesivo para que les muestre los desafiantes intersticios de la representación popular. En 2015, después de 28 años de haber cumplido la edad de jubilación, el periodista Elier Lizárraga le pregunto: ¿Hay algo que no le guste en el Congreso? Martha Arredondo le respondió: “no podría decirlo así. Si tienes 52 años trabajando aquí, algo debe tener que te gusta... Yo hace mucho que cumplí para irme. Y no, la verdad me siento muy bien físicamente; me tengo que ir porque es la ley de la vida, uno tiene que darles paso a las siguientes generaciones. A lo mejor con esta legislatura les digo adiós... pudiera ser la última.”

    - ¿Siente que le falta algo por hacer?

    - Yo me siento muy satisfecha, no siento que me falte nada. Yo he trabajado, he servido, y no siento que me haga falta nada por hacer.

    Y en aquel entonces no se fue. Siguió allí durante casi una década más ampliando su estadía a 62 años tatuados en los pasillos de la anterior y actual sedes congresionales. Llegó como taquimecanógrafa mal pagada y hoy sí se va siendo el alma de la labor legislativa. Diciembre le gustó para irse, para decir “es la última y me voy”. Dejar la guardería para diputados en que convirtió el Congreso. Partir con igual humildad con la que llegó, sin ínfulas ni deberle nada a nadie. Le queda a la perfección el finiquito moral donde se está en paz con la vida porque nada le debe.

    Hubiera sido interesante que aparte de la medalla que le otorgaron, le permitieran a Martha Arredondo el uso de la tribuna que durante más de medio siglo le fue vetada, pero la moda de la foto del recuerdo y la selfie oportunista evitó escuchar la última lección que seguramente les daría a los aprendices de diputados. Su voz es imprescindible aún en situación de jubilada que la desaloja del Palacio Legislativo pero la plasma con su aportación en cada resquicio del inmueble y en cada proceso parlamentario. La Mesa Directiva habría enaltecido el pódium concediéndoselo por algunos minutos a quien más lo conoce, lo descifra y lo resignifica.

    La luz que emana de Marthita Arredondo le hará falta al Poder Legislativo cuando las intrigas y egos busquen dominar por encima de la pertinencia de velar por los intereses de los sinaloenses, militancias políticas y fueros constitucionales aparte. Los diputados son capaces de cualquier cosa para hacerse notar; la discreta Diputada número 41 entre más pasaba desapercibida más brillaba en su faena de enmendar equívocos.

    Ayer un largo y ensordecedor aplauso de legisladores, público y familiares fue el cerrojo de una carrera ejemplar al servicio de Sinaloa. Estuvieron los que fueron sus jefes y también pupilos en la antes llamada Gran Comisión y ahora Junta de Coordinación Política. La jubilación otorgada desde 1998 y la concedida ahora tras 26 años de servicios extraordinarios no le hacen mella, porque el logro económico compensatorio desvanece frente a la dimensión de la labor realizada.

    Gracias, Marthita, por saber irte con la misma dignidad con que llegaste.

    Reverso

    Martita, entre levantadedos,

    Hiciste del Congreso tu cuna,

    Y por el mejor de los denuedos,

    Estás en los cuernos de la luna.

    Por piedad, niños no

    Los sicarios del narcotráfico han roto el viejo manual de sus guerras que establece que a los niños no se les toca en las reyertas crueles entre facciones del crimen organizado. Ayer ocurrió el asesinato de un hombre en una peluquería de Los Mochis ante la mirada de un pequeño de 10 años de edad, en la larga secuencia de barbarie perpetrada sin miramientos ni compasiones. Y vale la súplica a los delincuentes para que dejen ilesos a los inocentes, a la infancia, al Sinaloa que merece emerger así sea esta vez de entre la sangre de las víctimas. Pedir misericordia al hampa sin importar que acudamos al último reducto de los desesperados.