Mazatlán, a punto de experimentar un apocalipsis climático

    La construcción de asentamientos (en Mazatlán) se hizo sin tomar en cuenta el cauce natural del agua. Por el contrario, la arquitectura de la ciudad funciona ahora como trabas de la corriente, provocando inundaciones ante las más mínimas precipitaciones. La ciudad se continúa ampliando bajo la misma lógica. El crecimiento urbano es cada vez más voraz con los ecosistemas. Los gobiernos cada vez más permisivos con las agencias inmobiliarias

    La catástrofe está a la vuelta de la esquina, pero los gobiernos se rehúsan a tomar medidas inmediatas para gestionar los riesgos que conlleva el cambio climático.

    El 31 de julio pasado la temperatura promedio de la superficie del mar alcanzó los 20.96 grados Celsius. Los océanos nunca habían logrado tal nivel de calor. Esta variación en el ambiente traerá consecuencias radicales para los ecosistemas y las poblaciones humanas dependientes de sus recursos.

    Algunas repercusiones serán paulatinas. Con el calentamiento de los océanos se proyecta que numerosas especies marinas, que son la base alimenticia de las comunidades costeras, comiencen a dejar los trópicos para moverse cerca de los polos en busca de aguas más frías.

    Otros efectos se sentirán de forma abrupta. El aumento de la temperatura oceánica está provocando la formación de huracanes cada vez más violentos. Para 2023 los pronósticos apuntaban una temporada de tormentas 30 por ciento superior al promedio. Acapulco sufrió las consecuencias. La ciudad fue arrasada por los vientos.

    Lo mismo ocurrirá tarde o temprano en Mazatlán. El puerto se encuentra localizado en la trayectoria que recorren los huracanes que se forman, cada año, a partir de mayo, en la zona del Golfo de Tehuantepec.

    No estamos preparados para la contención. Lo más grave es que las condiciones topográficas de la ciudad la hacen más vulnerable a los efectos de la actividad ciclónica.

    Fotografías históricas, que en años recientes han sido reveladas, nos recuerdan que Mazatlán fue abriéndose paso entre lagunas y manglares que desaparecieron por la expansión de la mancha urbana.

    La construcción de asentamientos se hizo sin tomar en cuenta el cauce natural del agua. Por el contrario, la arquitectura de la ciudad funciona ahora como trabas de la corriente, provocando inundaciones ante las más mínimas precipitaciones.

    La ciudad se continúa ampliando bajo la misma lógica. El crecimiento urbano es cada vez más voraz con los ecosistemas. Los gobiernos cada vez más permisivos con las agencias inmobiliarias.

    En la zona del “Nuevo Mazatlán” hectáreas completas frente al mar, llenas de manglares, que debieran ser reservas ecológicas, son ofertadas como propiedad privada para la construcción de hoteles y edificios hechos de cartón, vidrio y tablaroca.

    Qué ocurrirá, entonces, cuando un fenómeno de las dimensiones e intensidad de “Otis” golpee a Mazatlán. Ya en el 2021 una cola de ciclón derribó el puente de El Quelite dejando incomunicadas a miles de personas. Pero eso fue tan solo una pequeña advertencia.

    Cuando un huracán de categoría 5 entre con toda su fuerza por las costas de Mazatlán, la devastación será irreparable. Edificios destruidos, servicios colapsados, hogares inundados, pérdidas humanas y patrimoniales: un apocalipsis climático.

    Sería muy difícil la recuperación. Mazatlán es una ciudad que depende por completo del turismo. No se han diversificado las industrias. Con el cierre de hoteles y restaurantes, por los daños en la infraestructura de los principales atractivos, los visitantes dejarán de venir, el empleo colapsará, la pobreza, la delincuencia y la inseguridad aparecerán por la desesperación.

    No hay tiempo que perder. Si la desgracia queremos evitar, un proyecto de regulación de edificaciones y ordenamiento territorial debe ponerse en marcha, junto con un plan de contingencia y diversificación económica que ayuden a aminorar las pérdidas cuando se presente la emergencia. Pronto nos enfrentaremos a esa situación.

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