A lo largo de estos años el único personaje que, como Rector de la UAS, luego como Alcalde de Culiacán y posteriormente como dirigente del PAS buscó intimidarme ya sea a través de amenazas directas o mediante calumnias e insultos de sus numerosos columnistas y comentaristas en radio y redes, fue Héctor Melesio Cuén.

    Estimados lectores de Noroeste:

    A lo largo de treinta y tres años que he estado escribiendo en nuestro diario cada semana, jamás me fue censurada una sola palabra por parte de los directores ni ellos me solicitaron que escribiera sobre un determinado tema. He gozado de total libertad para escribir con mis propios juicios y decisiones.

    También tengo que decir, como ya le he dicho en otra oportunidad, que ni un solo Gobernador, de Francisco Labastida en adelante, intentó censurarme o amenazarme, a pesar de que fui crítico, quizá a veces en exceso, con todos. Con unos más con unos menos. Y así lo fui con varios alcaldes del estado, incluyendo los actuales, y tampoco nadie de ellos me apuntó con el dedo para que me callara. Y mucho menos recibí algún aviso negativo desde los poderes federales.

    A lo largo de estos años el único personaje que, como Rector de la UAS, luego como Alcalde de Culiacán y posteriormente como dirigente del PAS buscó intimidarme ya sea a través de amenazas directas o mediante calumnias e insultos de sus numerosos columnistas y comentaristas en radio y redes, fue Héctor Melesio Cuén. Tampoco logró silenciarme; pero sus intimidaciones, acoso e infamias lograron minar la tranquilidad de mi familia, al grado de que me han pedido que, ante el nuevo escenario en Sinaloa y con nuevos actores en el poder, deje de escribir sobre los temas políticos del estado. Temen por mi seguridad y la de ellos mismos. Mi familia es lo más valioso que tengo en la vida y los he obedecido; así que les pido, con tristeza y pena, que me disculpen por eludir el tema del que principalmente he escrito durante más de tres décadas en Noroeste. No me siento con la seguridad de escribir con plena libertad sobre el ambiente político sinaloense real y no solo el aparente. Prefiero callarme a escribir con códigos secretos.

    Confieso que desde este mismo momento siento vergüenza por no arriesgar una interpretación del proceso político que culminó el pasado 6 de junio, pero es tal la profundidad y la complejidad de lo que está sucediendo en Sinaloa que comentarla con detalle y responsabilidad implica un enorme riesgo que he decidido no correr.

    Espero su comprensión y les reitero mis disculpas. También extiendo mis disculpas a los colegas que, con valentía e inteligencia, ya sea través del reportaje, la nota, la columna o el cartón continúan hablando de la política del estado sin coartar su libertad, y no los puedo acompañar en esa vital responsabilidad.

    Dicho lo anterior, paso a darles una primera interpretación de lo que arrojaron en el escenario nacional las elecciones del pasado domingo.

    En varias de mis columnas anteriores insistí en que los partidos opositores a Morena no aciertan a ofrecer un programa económico y social que atraiga a los sectores sociales de menores ingresos del país, y mientras no sea así esas mayorías seguirán optando por la propuesta de Andrés Manuel López Obrador.

    A mi juicio, esta es la principal razón del triunfo del Movimiento de Regeneración Nacional: diseñó un programa de gobierno que entrega dinero directamente a sectores sociales antes despreciados y estos le regresan a Morena votos a cambio de ese beneficio. Esta es una transacción totalmente válida, aunque muy difícil de sostener a mediano plazo con la política económica, y más particularmente, con la política fiscal que sostiene el actual Gobierno federal. Por lo pronto ha servido a los intereses de los pobres y al sostenimiento de Morena en el poder.

    Se confirma que el programa de Morena es en el presente el más atractivo para ganar el voto mayoritario y que Andrés Manuel López Obrador es, con mucho, su principal capital político. Él fue el principal activista de la campaña de Morena en el conjunto de la República y el principal imán de los votos. En realidad, salvo excepciones, los candidatos a Gobernador sumaron poco a Morena porque, en realidad, ganó la marca AMLO. Esto es muy evidente cuando observamos que las plataformas electorales de Morena en cada elección de Gobernador prácticamente dicen lo mismo que lo que presentó AMLO en 2018. Todos se colgaron de la figura presidencial.

    Morena ganó diez gubernaturas, que podrían ser once, de quince en disputa; pero perdió alrededor de cincuenta curules federales y cedió seis alcaldías en la Ciudad de México. De igual manera, obtuvo menos votos que los partidos opositores en ciudades tan importantes como Guadalajara, Monterrey, Hermosillo, Puebla, Toluca, Veracruz, y varias más de este corte.

    Tal y como han dicho repetidamente casi todos los analistas, Morena disminuyó sensiblemente su votación entre las clases medias del país, particularmente en la mayoría de las ciudades más grandes y con mayor escolaridad. En 2018, en términos proporcionales el voto de las clases medias fue más favorable para Morena que el voto de las clases pobres, y en 2021 la ecuación se invirtió. Este año aumentó el atractivo de Morena entre las clases subalternas, lo cual en términos numéricos siempre será mayor que el de las clases medias.

    No obstante, si la política económica de AMLO sigue afectando a las clases medias y si las decisiones de estricto orden político, como el acentuado hiperpresidencialismo y el centralismo que se acentuará conforme más gobernadores morenistas haya, pudieran radicalizar aun más el alejamiento de las clases medias, tal y como ya lo empezamos a ver en la CDMX, quien fuera la plataforma de lanzamiento del obradorismo de 2000 a 2018.

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