Me dormí a las 4

DESDE LA CALLE
    En promedio, las mujeres en el mundo dedican 4.4 horas al día en labores no remuneradas y 3.05 en tareas reconocidas como trabajo. Los hombres, en cambio, dedican 1.5 horas a labores de la casa y 5.3 horas al trabajo remunerado.

    El año pasado tuve la suerte (y obligación) de asistir a una capacitación en perspectiva de género. Aunque disfruto mucho aprender cada vez más en este tema, escribo obligación porque era de esos cursos masivos que preparan las instituciones una vez al año. En este caso estábamos más de cien personas conectadas.

    La conferencista del día, una investigadora reconocida, inició la charla titulada corresponsabilidad en los cuidados mencionando que, las académicas, dijo, por primera vez en mucho tiempo, y sólo a raíz del confinamiento, nos habíamos acordado de las tareas domésticas y del cuidado. Añadió, antes estábamos en nuestras oficinas y proyectos todo el día y ahora en las casas debemos limpiar y cocinar, entre otras tareas que, confesó, ella no se acordaba cómo hacer.

    Después de escuchar su anécdota me desconecté (pero no del zoom). Pensé en amigas académicas que en plena pandemia seguían con las tareas domésticas de siempre, y también con sus proyectos y clases, en la prisa por alcanzar una plaza definitiva. Además, ahora, se habían convertido (no convertimos) en maestras de kínder, primaria y/o secundaria, en desinfectadoras de la casa y lavadoras de la despensa, enfermeras y psicólogas. Pensé también en mujeres en otros oficios y en otras labores, en lo dura que es la doble jornada, sobre todo para quienes no tienen una plaza segura, trabajan en la informalidad, o ganan el mínimo.

    Salí de mi mente, volví a la charla. La conferencista seguía en la introducción, en su clase de repostería en línea y sus nuevos hobbies. Seguía: las académicas descubrimos estar en casa.

    Habló de los techos y las segregaciones, mostró algunos datos. Las mujeres dedican casi tres veces más horas al trabajo doméstico y de cuidados. En promedio, las mujeres en el mundo dedican 4.4 horas al día en labores no remuneradas y 3.05 en tareas reconocidas como trabajo. Los hombres, en cambio, dedican 1.5 horas a labores de la casa y 5.3 horas al trabajo remunerado. Esto es, en total cada día las mujeres trabajan 7.4 horas mientras que los hombres 6.7 horas. Estos datos no son distintos si los observamos en países pobres y países ricos: las mujeres tienen la misma carga y distribución, los hombres sólo dedican 50 minutos más a las labores domésticas, en promedio. Estos son datos 2020 de un estudio de la Organización Internacional del Trabajo que cito abajo.

    Cuando hablamos de las desigualdades en la división sexual del trabajo también incluimos a las académicas. Los datos muestran que las dobles jornadas (la universidad más la casa) afecta sus trayectorias y limita sus aspiraciones por construir carreras sólidas como investigadoras. El estudio de Gaete, Álvarez y Ramírez (2019) narra experiencias de académicas en lo que llaman barreras personales que son roles de género en la crianza, y el famoso estudio de Buquet (2013) muestra las enormes disparidades entre los nombramientos de investigador y de investigadoras. Si hablamos del Sistema Nacional de Investigadores, el 48 por ciento son mujeres y el 52 por ciento son hombres (en general), pero si hablamos de nivel 1 sólo el 37 por ciento somos mujeres, y en el nivel 3 la brecha es de 30 por ciento mujeres y 70 por ciento hombres.

    Cuando llegaron las preguntas y respuestas, yo fui de esas personas que tienen el mal hábito de levantar la mano narcisista para compartir un breve y humilde comentario. En realidad, no fueron mis palabras, querido lector. Más bien pedí leer la narración que había publicado esa misma mañana mi amiga a distancia, académica, investigadora, que se esfuerza por alcanzar su plaza definitiva. Su escrito se llama Me dormí a las 4 de la mañana, y refleja la situación de muchas otras. Somos privilegiadas porque amamos nuestro trabajo y tuvimos la oportunidad de estudiar mucho. Las travesías de las académicas distan mucho de ser las más difíciles en México, no por eso las disparidades entre hombres y mujeres dejan de ser injustas.

    La narración dice así:

    Me dormí a las 4 de mañana

    Suelo despertar a las 6 am hago el desayuno o almuerzo, el de mi marido, el del niño y al final, el mío. Pongo 2 o 3 lavadoras, lavo vasijas, saco basura, doblo ropa limpia (de un día anterior), a veces lavo también algo de ropa a mano. Hice de comer chiles rellenos. Revisé la edición de imprenta de algo que debe ser resuelto ASAP. Descansé media hora antes de entrar a dar clases de 4 a 10 pm: 2 materias de licenciatura y 1 de maestría. Mientras daba clases, hice los frijoles. Cenamos... luego, vi todas las vasijas sucias de la comida y no me podía dormir dejándolo volteado... y antes de que pudiera comenzar... el niño me pidió ayuda con una tarea, me pidió un cuento, como siempre, pero en la oración nocturna se dio por vencido, durmió. Me quedé un ratito a su lado, para que de verdad entrara al sueño, y bajé a lavar las vasijas, eran muchas, como intermedio, saqué basura, jugué Candy Crush... y volví a lavar vasijas, no terminé... no. A las 11:40 puse el Netflix, programé para que se apagara en 30 minutos, no tenía sueño, lo cancelé, lo volví a programar, lo volví a cancelar, terminé la película, y ahí comenzó la odisea. No me pude dormir. Me dieron las 4 am; dormí 2.5 horas. me siento FATAL lo que le sigue. Quiero llorar.

    Hoy me dio autorización para publicar su relato de un día, y me contó que finalmente sí terminó ese libro.

    “Terminaste un libro en pandemia”. Le dijo su compañero, también investigador.

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