Medio siglo es un buen principio

EL OCTAVO DÍA
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    Quien salva una vida salva al mundo y, quien hace un lector, a lo mejor cumple con su verdadera misión en la vida. No sólo enriquece su interior y sus decisiones. También les da una brújula hacia donde mirar, una guía para no extraviarse o, dicho en pocas palabras, un nuevo punto cardinal. Algo como decir Noroeste.

    Cito a Umberto Eco:

    “La lectura de los periódicos, como decía Hegel, es la oración de la mañana del hombre moderno. Y yo no consigo tomarme mi café de la mañana si no hojeo el diario; pero es un ritual casi afectivo y religioso, porque lo hojeo mirando los titulares”.

    Ahora cito al Mtro. Eduardo Galeano

    “Yo soy prehistórico y necesito que un diario me cruja las manos, el olor de la tinta y el papel. Tampoco puedo leer un libro en pantalla. Me gusta mucho el papel en la mano, el libro que me apoyo contra el pecho, lo escucho poniendo contra la oreja las palabras que transmite aunque a veces parecen muertas en el papel”.

    Yo al igual que Galeano desconfío de las aplicaciones. Ya me decepcioné de Uber y de sus choferes, por lo que volví a mi mundo analógico.

    Siempre escucho a los taxistas: son fuentes de información privilegiada y no es raro que la verdad aparezca en la suma de los hechos que presencian.

    Y en esa dinámica, hace unos días me tocó un taxista muy mazatleco y dicharachero.

    Aquel taxista, un poco mayor de sesenta años, había sido uno de los primeros vendedores de Noroeste cuando este comenzaba a llenar con su mensaje calles y conciencias de los porteños.

    Tenía gratos recuerdos de esa experiencia. Confesó que al principio, el diario se vendía poco, ya que la gente creía que era un periódico de Culiacán y, en ocasiones, después de mediodía, le cambiaba dos o tres periódicos a los vendedores de otras marcas, para poder llevarse unos cuantos pesos seguros, en caso de haber vendido pocos ejemplares.

    Siguió en Noroeste por un motivo particular: el jefe de voceadores era un señor muy agradable y paternal con ellos.

    Los trataba con mucho respeto y entusiasmo, recordándoles la misión tan importante que tenían como divulgadores de la verdad y la noticia. Hasta les mostraba las notas que no publicaban los otros periódicos, todo para estar bien pertrechados en la estentórea labor de convencimiento.

    Aquel señor los hacía sentirse unidos e incluso los fines de semana los premiaba llevándolos en la camioneta del periódico a bañarse en el arroyo del Magistral, acompañado de su esposa e hijos.

    Por esas atenciones, él siguió vendiendo Noroeste e incluso, más adelante y al llegarle la edad, trabajó en sus talleres por varios años hasta que entró al universo de los taxistas.

    Años después, fue al diario a presentarle a sus hijos a dicho señor para que las narrara aquella época en que su padre vendía periódicos en la calle y, de paso, hacerle saber que se había convertido en una persona honrada y de provecho, tal como les aconsejaba a él y a los otros niños que gritaban por las calles, hace ya 50 años, el nombre de un nuevo punto cardinal: Noroeste.

    En fin, me agradó toparme con una persona cuya vida cambió gracias a un periódico: algo que a veces ocurre al leer un anuncio clasificado, enamorarse de alguien en una nota de sociales o decidir el voto a la hora de la política.

    Y a veces una nota de prensa nos lleva a salir y tomar la calle.

    Siempre celebraremos esto de un periódico. El que haya mejorado la vida de alguien: tanto haciendo su trabajo como medio informativo o dándole trabajo a quien tiene necesidad.

    Quien salva una vida salva al mundo y, quien hace un lector, a lo mejor cumple con su verdadera misión en la vida. No sólo enriquece su interior y sus decisiones. También les da una brújula hacia donde mirar, una guía para no extraviarse o, dicho en pocas palabras, un nuevo punto cardinal. Algo como decir Noroeste.

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