México: un limbo para las personas migrantes

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    Las personas continúan su travesía, algunas por autobús, otras por tren, dependiendo de la cantidad de recursos económicos con los que aún cuentan en este No-lugar. Muchas personas duermen en la calle y las casas de campaña se vuelven el único hogar durante algún tiempo, hasta que la cita sale, o hasta que la desesperación les alcanza.

    La odisea comienza varios kilómetros al sur, donde cientos de personas se preparan para cruzar la selva del Darién día con día. Allí, donde el mundo se vuelve chiquito, convergen personas de Venezuela, Colombia, Perú, Ecuador, Haití, Brasil, China, India, Ghana, Nigeria, etc., con el objetivo de caminar, cruzar, pasar, sobrevivir y continuar su camino al norte. El Darién se vuelve travesía de varios días, dónde hay gente que no logra el ritmo que implica el subir de colinas sin final, dónde unos se quedan en los ríos y dónde otros caminan entre cadáveres. Personas de todas las edades se adentran en la selva con la única consigna de que no hay más opción.

    Saliendo del Darién se siente un alivio, pero sigue el cruce de más países, como México. Muchas de las personas que ingresan al país vienen de haber vivido desplazamientos forzados por la violencia, crisis humanitaria, pobreza, etc., impulsados por la promesa estadounidense. Pero ahora existe un programa llamado CBPOne, en el cual, por medio de una aplicación, las personas solicitan cita para su proceso de asilo en Estados Unidos, teniendo México como sala de espera.

    Las personas son colocadas en un no-lugar, donde les piden el documento de la cita para realizar un libre tránsito, aunque ésta puede tardar meses en llegar. ¿Y mientras, qué? Mientras, las personas caen en un limbo, en un circuito de cansancio psíquica y físicamente desestructurantes.

    El camino por México comienza en el sur, desde donde comienzan a transitar con pocas opciones, exponiéndose a sistemas irregulares de transporte cuyos accidentes carreteros se han cobrado decenas de vidas. También son sujetos de constantes retenes por parte del Instituto Nacional de Migración (INM), donde es sabido que los agentes migratorios les hacen bajar de la unidad, quitándoles dinero y abandonándolos a su suerte en las carreteras. Pero aun así, las personas se las arreglan para continuar, ya sea consiguiendo aventones entre pueblos, en combis o caminando.

    Cuando llegan a la Ciudad de México les es posible aplicar a su cita para Estados Unidos debido al sistema de localización de la app, que aplica en dicha ciudad y en la frontera norte. Raro para tratarse de un proceso de asilo en Estados Unidos, ¿no?

    En fin, las personas continúan su travesía, algunas por autobús, otras por tren, dependiendo de la cantidad de recursos económicos con los que aún cuentan en este No-lugar. Muchas personas duermen en la calle y las casas de campaña se vuelven el único hogar durante algún tiempo, hasta que la cita sale, o hasta que la desesperación les alcanza.

    Después continúa el tránsito hacia el norte del país, el cual implica ir esquivando más obstáculos, como que les pidan una identificación mexicana para todo, como si todo el territorio te dijera que no existes por no portar una identidad de papel. Este requisito les impide acceder también a servicios de salud, seguridad, higiene y alimentación digna.

    El limbo ocurre porque la incertidumbre se vuelve su principal compañera. Es común escuchar la misma frase: “prefiero cruzar 10 veces el Darién a volver a cruzar México”, y la razón es que al menos en el Darién tienen un poco más de certeza de lo que pueden encontrar, de los días que tardarán en cruzar, de las posibilidades de salir. Sin embargo, en México sorprende la dificultad de estancia y tránsito, lo cual es desolador, cansado y angustiante.

    El bucle ocurre con muchas historias de personas que logran continuar al norte, donde muchas veces pueden ocurrir situaciones de privación de libertad por parte del INM, quienes les trasladan de nuevo al sur del territorio y les liberan con un oficio de salida de 10 o 20 días para abandonar el país. Basta con mirar todas las casas de campaña con toldos de aluminio para corroborar todas las personas que han pasado ya por ese bucle de detención, pues son quienes han estado en detención migratoria y guardan aquella “cobija” de aluminio, al estilo ICE, que les brinda el INM. Y así, vuelven al norte y los regresan al sur. México parece un bucle en el que nunca logras dejar de transitar; se convierte en tierra de accidentes, secuestros, fraudes, extorsiones, discriminación, xenofobia, y así un no-lugar.

    Aun así, las personas siempre encuentran las alternativas, las vías y los caminos, especialmente cuando se encuentran con una sociedad que les acoge. Es sabido que esto es crucial cuando la misma comunidad mexicana se implica y aclama que México sí es un lugar de acogida y de derechos. También existen historias sobre cómo la sociedad mexicana ha salido a apoyar a las personas migrantes con comida, con palabras, miradas, sonrisas. Historias sobre cómo esta sociedad no le ha permitido a agentes del INM que baje a personas migrantes en retenes de autobús.

    Pero también es importante que el Estado mexicano implemente vías de regularización y opciones para el libre tránsito, garantice el acceso a derechos, identifique situaciones y necesidades específicas, brinde espacios dignos de acogida mientras las personas llevan a cabo la espera de su cita, con políticas que consideren la realidad y el contexto mexicano, pero también responsabilizándose con sus instituciones, supervisando de manera constante que no caigan en prácticas que vulneren derechos.

    Que México deje de ser un limbo nos implica a todas y todos, creando como sociedad un entorno de acogida, de bienvenida, de seguridad y certidumbre. Eso será esencial para una migración segura y para significar las experiencias migratorias de manera diferente.

    * Daniela Ladrón de Guevara Sánchez es Subcoordinadora de Atención Psicosocial de Sin Fronteras I.A.P.

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