Mujeres escritoras: Emilia Pardo Bazán

EL OCTAVO DÍA
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    Nos ha faltado a los mexicanos leer a Emilia Pardo Bazán, como a Carmen Laforet o Mercé Rodoreda, por mencionar a dos grandes novelistas del Siglo 20 cuya obra apenas comienza a moverse acá en las Américas.

    Nos ha faltado a los mexicanos leer a muchas escritoras españolas y entre ellas destaco a la novelista Emilia Pardo Bazán, genial creadora de personajes y que solo algunos estudiosos se detienen en su novela “Los pazos de Ulloa”.

    Aquí la palabra “pazos” se refiere a una casa solariega tradicional gallega, de carácter señorial, normalmente ubicada en el campo. Una ​residencia de personas nobles, importantes o solo con dinero.

    Sospecho que, además de ser minimizada por su género, doña Emilia ha sido relegada por un prejuicio y rencor mexica en la educación escolar básica no nos ponen a estudiar a muchos españoles, además de los del Siglo de Oro y Gustavo Adolfo Bécquer.

    Nacida y fallecida en España como marquesa, (1851-1921), su vida es peculiar y es tan intensa como sus novelas y sus más de 600 relatos... Acaba de salir una buenísima biografía muy larga en España que acabo de leer y cuyas revelaciones me han generado este artículo. (Tendría usted que buscarla por libro electrónico. La autora se llama Isabel Burdiel)

    Se casó Emilia a los 16 años de edad con José Quiroga y Pérez Deza. Divorciados en 1884 de manera amistosa, él se retiró a vivir a sus propiedades gallegas y ella continuó con su actividad de escritora en Madrid, con las ventajas de su posición económica.

    Cuando murió José Quiroga en 1912, la escritora guardó luto riguroso durante un año, aunque ella ya llevaba varios como amante de Benito Pérez Galdós, el gran novelista canario, a quien no le hizo gracia saber que ella anduvo con otros dos escritores en algún otro periodo alterno a él.

    Más allá del chisme, tan caro a la cultura española cuya prolongación moderna es la revista Hola!, celebro que esta dama de excelente prosa haya sido capaz de vivir una vida muy moderna, tranquila y a su gusto, en una sociedad tan olorosa a sacristía, café con churro y música de zarzuela, como la madrileña.

    La biografía de Isabel Burdiel inicia con algo revelador y hasta hoy conocido: el asesinato de su abuela paterna por su segundo marido, quien luego se suicidó, todo esto dentro de un conflicto con el muy joven y futuro padre de Emilia Pardo Bazán por la herencia.

    Emilia nunca tocó ese asunto en su obra, aunque sí el tema de la violencia a las mujeres en un mundo atrapado en el viejo código de la Hidalguía y los valores burgueses.

    También toca el tema del caciquismo que era una forma con la que los reyes gobernaban sin necesidad de elegir gobernadores y repartir tierras entre los campesinos.

    La abuela de Emilia, Joaquina Mosquera, quería que su segundo marido matase al administrador, un señor Guergué, al servicio de su hijo, quien entonces tenía 21 años, estudiaba derecho y quiso quitarle sus derechos de tutoría y administradora de la herencia cuando supo que ésta había tenido una hija con su amante y luego marido.

    Esto significaba que la señora se iba a quedar sin derecho a seguir manejando el patrimonio confiado a ella en primera instancia, al margen de lo que hiciese ella con su vida personal. No hay indicios de que lo haya malbaratado.

    El marido de la abuela de Emilia se negó a matar a Guergué y dejó una carta contando todo antes de matar a la abuela de Emilia y darse él mismo un pistoletazo.

    Ahí pedía que lo enterrasen como cristiano, porque había hecho todo eso para evitar no solo un mal mayor, sino muchos otros males que estaban por venir.

    Aunque fue un suceso terrible, no dejó pensar que esta tragedia y su memoria sensibilizó al padre y luego a la joven marquesa, que aunque nunca escribió directamente esta penosa historia, se consagró a denunciar las tragedias acosan a una mujer a la que no se deja vivir su vida. ¿Es culpable la abuela que no conoció? No olvidemos que iban a despojarla.

    Nos ha faltado a los mexicanos leer a Emilia Pardo Bazán, como a Carmen Laforet o Mercé Rodoreda, por mencionar a dos grandes novelistas del Siglo 20 cuya obra apenas comienza a moverse acá en las Américas.

    Y a Vicente Blasco Ibañez, a Leopoldo Alas, Ramon J. Sender y muchos otros que no están en el canon que nos ponen en la secundaria. Puro Juan Valera, Juan Ramón Jiménez, y el aburrido de Azorín, que con su solo pseudónimo no me inspiraba confianza.

    De mujeres solo veíamos muy de paso a Fernán Caballero y me pregunto si no sería porque, aparte de ser muy convencional y de España de pandereta, su nombre es el seudónimo masculino de Cecilia Böhl de Faber. (Sí, también era aristócrata, como Emilia).

    Y ese es otro prejuicio que hace que algunos lectores y críticos radicales no se acerquen a las mujeres escritoras solo porque fueron de clase alta, como la baronesa Von Blixen (“África mía”) o Madame Du Deffand o Edith Wharton, quien nos dejó una pieza magnífica llamada “La edad de la inocencia”.

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