Desde la antigüedad, el ser humano construyó teorías sobre el futuro que le deparaba, como si fuera una inevitable jugarreta del destino que escapara totalmente a su responsabilidad. Las concepciones más rígidas son conocidas como deterministas, en las que ya todo está prefijado de antemano y no existe posibilidad alguna de maniobrar; entre las más moderadas se situó el estoicismo, donde no existía otra alternativa que plegarse a la voluntad de los dioses y aceptar impasiblemente el destino deparado.
Es claro, como subrayó Amado Nervo, en su poesía “En paz”, que cada uno somos el arquitecto de nuestro propio destino. Sin embargo, continúa siendo un refugio poético refugiarse en los hados o designios que se nos han predestinado, deslindando cualquier acción o responsabilidad de nuestra parte.
El compositor ruso Piotr. I. Tchaikovsky sentía que su vida era una barca zarandeada por fuertes vientos que amenazaban con volcarla y hacerla naufragar. Tenía un enorme talento, pero no se sentía admirado ni aceptado en Rusia, a pesar del reconocimiento que se le tributaba en el extranjero. Su timidez e hipersensibilidad se vio acentuada al fracasar el matrimonio que concertó para acallar los rumores de su homosexualidad.
No obstante, Tchaikovsky supo transformar la tormenta que agitaba lo más íntimo de su ser en la más exquisita, bella y excelsa melodía, como tendremos oportunidad de corroborarlo al escuchar la interpretación de su Quinta Sinfonía, en el concierto que ofrecerá la OSSLA el jueves, a las 19:30 horas, en el Teatro Pablo de Villavicencio.
En el boceto de su sinfonía, el compositor escribió a manera de guión: “Introducción: sumisión total ante el destino o, lo que es igual, ante la predestinación ineluctable de la providencia... ¿No valdría más entregarse por completo a la fe?”.
¿Asumo la rienda de mi vida?
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