Nada subsiste del Culiacán valiente
En esta guerra el narco nos arredró
A 10 días del primer “culiacanazo” del 17 de octubre de 2019, un numeroso grupo de activistas, órganos no gubernamentales y sociedad civil se alzó con la exigencia unánime de nunca más otro evento de violencia de alto impacto que convirtiera a los ciudadanos en rehenes del crimen y el terror que éste genera, significando aquello el primer grito desesperado en demanda de paz. Hoy, a nueve días de la jornada violenta que desde la capital de Sinaloa irradia hacia el sur del estado, permanecemos arrinconados para beneplácito de quienes nos necesitan encadenados a nuestros miedos.
No hay liderazgos capaces de inspirar confianza en el llamado a la respuesta consensuada de los sinaloenses frente a la prolongada actividad bélica que le suma afluentes de plomo, sangre y terror a la ciudad de los tres ríos y la tierra de los once caudales. Atentos a la víspera del estruendo de las armas de los sicarios, o las del Ejército y Policía que les hacen frente, acudimos al silencio como escudo de los amedrentados.
Nada sobrevive en la zozobra. No hay partidos ni políticos a los que la gente les pueda creer, ni representantes populares que dejen sus zonas de privilegios y se arriesguen a encabezar el levantamiento cívico en favor del alto al fuego. Si acaso en las atalayas que son las redes sociales, y que permiten arrojos sin nombre ni rostro, desde la especulación como semilla del acabose es esbozada alguna intrepidez en la mayoría de las veces con la celada como postdata. Toda palabra resulta sospechosa y antes de darle credibilidad es revisada letra a letra en el retén de la desconfianza.
Tampoco hay instituciones que desde la educación, la cultura y las artes hagan la propuesta inteligente frente a la incivilidad y en algunos casos son parte del problema. Los sectores productivos hablan en secreto del miedo y de los daños a la economía a través de bien elaborados pronunciamientos, pero tardan mucho en ponerse a la cabeza de un movimiento que anime a los ciudadanos en general a salir a la calle para hacer de la acción cívica la última ruta de escapatoria que nos queda.
Los sacerdotes rezan, en el espectro digital pululan las cadenas de oración, y el reparto de bendiciones no es menor. En tanto nos arrodillamos ante intercesores milagrosos, las dos principales células del Cártel de Sinaloa enfrentadas se alzan como único poder terrenal y rocían con balas a tales ilusiones pacifistas. Los hackers aparecen para unirse acomedidos a las hordas del terror y las ambiciones políticas hacen su agosto en mero septiembre aprovechando la conmoción indiscriminada para ganar lo que no pueden obtener mediante el voto democrático.
Las familias implementan sus particulares toques de queda y algún resquicio de paz lo aprovechan para proveerse de víveres; los abarrotes cierran en las comunidades alcanzadas por la onda criminal debido a la imposibilidad de resurtir sus inventarios. Los habitantes de las comunidades del sur huyen como pueden y los que se quedan lanzan llamados de auxilio para que las autoridades les hagan llegar al menos despensas si no los pueden dotar de seguridad.
Y así las cosas, son bastantes los días de estar ocultos bajo las camas de las casas reprimiendo las fortalezas de un Culiacán valiente. Tristemente, en las trincheras de los beligerantes, del oportunismo trágico, de los que les atizan nuestros infiernos, no hay treguas ni rendiciones, mientras en mil y un campos de batallas de la guerra contra el narco los soldados y policías se juegan la vida, el jefe de familia vence el miedo para irse a ganar el sustento en los centros de trabajo, el personal de salud va a hospitales secuestrados por los facinerosos, y periodistas peligran en las coberturas noticiosas.
Allí fue el principio de la barbarie que estamos viviendo hoy, con la diferencia de que los “culiacanazos” 1 y 2.0 se desarrollaron en un día y en el caso del actual se acerca a la decena trágica. La otra variable tiene que ver con la prolongación de la embestida del crimen organizado que paraliza la acción cívica en autodefensa. ¿Éramos más valientes antes que ahora o ya entendimos que serlo no vale la pena?
Es que ser valiente se vuelve cosa menor, banal, inútil. Del Culiacán que hace cinco años se rebeló contra los capos y sus gatilleros, el que dio visos de llegar para quedarse aquel domingo 27 de octubre del 2019, no queda ni siquiera el rastro que se creyó tatuado en el pavimento del sector Tres Ríos que recorrió la marcha, después de la mancha de sangre que le imprimió a ese mismo trecho la delincuencia que pudo doblegar al Gobierno al lograr la liberación de Ovidio Guzmán López, detenido en la víspera por el Ejército.
Y vale la pena recordarlo, ahora que el narco nos arredra.
Cuando oímos crujir la rama,
Por violencias antes toleradas,
Se nos ocurre bajo la cama,
Esconder las culpas no expiadas.
En serio, a los altos mandos del Ejército Mexicano se les complica comunicar sin regar el tepache en el intento. Tanta información interesante que se dio a conocer sobre el operativo militar y policiaco para contener a los grupos criminales que se confrontan en Sinaloa, tales como la detención de 27 civiles, liberación de tres personas privadas de la libertad por grupos delictivos, aseguramiento de 101 armas largas y 19 armas cortas, más de 25 mil cartuchos de diferentes calibres, y 57 vehículos, entre ellos 12 camionetas blindadas y una patrulla clonada de la Policía, y equipo táctico más artefactos explosivos. Todo bien hasta que al General de División Jesús Leana Ojeda, comandante de la Tercera Región Militar, se le ocurrió decir que el fin de la presente escalada de violencia “no depende de nosotros, depende de los grupos antagónicos que dejen de hacer confrontación entre ellos”. Y tiene razón, pero no le corresponde decirlo así.