Nunca ha sido fácil nadar contra la corriente. Es más sencillo dejarse llevar por el tumulto, la generalidad, el camino seguro y trillado. Sin embargo, la autenticidad y realización personal exige tomar partido, adoptar una postura, elegir una definida ruta.
Al hacer lo que otros hacen para evitar confrontaciones, la mayoría de nosotros, aparentemente, logramos solucionar y eliminar multitud de problemas, pero incubamos las chispas que desencadenarán el estallido y explosión posterior.
Nadar con la corriente debilita; en cambio, ir contracorriente vigoriza y fortalece. Sí, porque cada quien debemos de tener un propósito específico, el cual no embona necesariamente con el recorrido que efectuarán los demás. Es interesante seguir el ejemplo del salmón, que permanece en agua dulce mientras es pequeño, pero llegando la juventud emigra al océano para alcanzar la madurez. Empero, cuando arriba el momento de la reproducción, inicia el viaje de regreso hacia el río y nada contra la corriente.
En cambio, muchos de nuestros líderes siguen el ejemplo del salmón solamente en su juventud, pero llegada la madurez se acomodan y olvidan los postulados esenciales que sostenían y enarbolaban en el periodo de mayor ardor.
Son incontables las ocasiones de nuestra vida en que nos tocará decidir ser parte de la muchedumbre, o elegir ir contracorriente. Al reunirse con elementos de la Guardia Suiza para escuchar el juramento de los nuevos reclutas, el papa Francisco los exhortó a vivir en comunidad relacional e ir contracorriente:
“Siguiendo con la dimensión relacional, los animo a cultivar activamente la vida en comunidad. Hoy en día, el hábito de pasar el tiempo libre a solas con el computador o el teléfono móvil está muy extendido entre los jóvenes. Por eso, también les digo a ustedes, jóvenes guardias: ¡vayan a contracorriente!”.
¿Nado contra la corriente?
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