Con bombos y platillos de parte del sector oficial, hoy se celebra el centenario de la llamada Constitución de 1917, texto a partir del cual se ha venido tejiendo la ley suprema que actualmente rige en nuestro País, de acuerdo a su contenido, ya que en la práctica, el mandato constitucional sirve de pista de baile para las trapacerías de los malos representantes de los tres poderes que conforman nuestro sistema de gobierno, así como para las cometidas por la propia ciudadanía.
Violaciones todas, que explican el porqué del desorden social en el que vivimos y la pobreza en la que se encuentra hundida más de la mitad de la ciudadanía, situación que está muy lejos de cristalizar el bienestar social ciudadano, principal postulado constitucional.
Vale recordar que en la llamada Constitución de Apatzingan de 1814, dentro de su artículo 18 se establecía lo siguiente: “La ley es la expresión de la voluntad general en orden a la felicidad común; esta expresión se enuncia por los actos emanados de la representación nacional”.
Al anterior numeral lo complementa el 24, con lo siguiente: “La felicidad del pueblo y de cada uno de los ciudadanos, consiste en el goce de la igualdad, seguridad, propiedad y libertad. La íntegra conservación de estos derechos es el objeto de la institución de los gobiernos y el único fin de las asociaciones políticas”.
Los antecedentes constitucionales citados, muy en línea de la filosofía de la felicidad, hoy tan de moda, fueron recogidos por el texto actual, pero no con la misma claridad y contundencia.
El centenario de nuestro instrumento constitucional ha llegado en un momento en el que la relación con el gobierno de nuestros vecinos del norte no se encuentra en sus mejores términos, dadas las reacciones viscerales que ha tenido en contra de nuestro País el Presidente Donald Trump, quien no la ha pensado dos veces para tildarnos de malvivientes y no solo eso, también se ha reído, y lo sigue haciendo, del Presidente Peña Nieto y su equipo, que por cierto, lo tienen bien merecido por andar de buscones y no saber cómo hacer valer el respeto que merecemos.
El encono del Presidente Donald Trump en contra de México se ha convertido en una seria amenaza para la estabilidad del País, dado que en el plano económico nos hemos convertido en un ente altamente dependiente de la voluntad de la poderosa nación de las barras y las estrellas.
La circunstancia es cierta, pero está siendo perfectamente manipulada por el equipo de Peña Nieto,para que sea enfatizada por los medios de comunicación que les son afines, con el propósito de desviar la atención de los graves problemas internos que nos aquejan y, de paso, colocar la imagen presidencial en la tesitura de reconquistar la confianza y la popularidad ciudadana.
Lo primero lo están logrando, tal y como lo demuestra el hecho de que el gasolinazo, y temas como el de Ayotzinapa, han pasado a ocupar segundos y terceros planos en la atención de la ciudadanía.
El enfriamiento de la relación con el gobierno estadounidense también ha sido tomado por el gobierno peñista y su partido, como el momento propicio para convocar a la solidaridad nacional en torno a las instituciones del País. Para ello, el equipo presidencial ha recurrido a los clásicos e improductivos ritos de reuniones plenarias con los representantes de los distintos sectores de la sociedad y la promoción del uso en redes sociales, de los colores de la bandera por parte de la ciudadanía; treta que en el fondo lleva la identificación con el PRI.
Suena bien eso de la solidaridad nacional, rasgo que no debería ser coyuntural, tal y como quiere conseguirse ahora, en parte, ciertamente, para bien de la vida nacional, pero no exento del interés político a favor de la causa priista, dentro de las ya próximas propuestas electorales de 2018 y las que están en puerta en algunas entidades del País, especialmente las del Estado de México. Recuérdese que los políticos no dan paso sin huarache.
Conseguir un genuino y efectivo sentimiento de solidaridad social en torno a un liderazgo, exige del que lo ostenta, una solvencia moral a toda prueba, plantado en un entorno que no esté dominado por la injusticia social. Ni Peña Nieto, ni la situación del País, reúnen tales condiciones.
Necesitamos solidaridad para enfrentar no solo los retos que con toda anticipación nos advirtió el Presidente Trump, sino también, para blindarnos ante la grave amenaza que representa el actuar de nuestra pervertida clase política, con el propósito de hacer realidad la felicidad ciudadana, objetivo principal de nuestra Constitución ¡Buen día!