Negar la evidencia

28/10/2025 04:02
    El mundo se está yendo a la mierda, no por falta de recursos, sino por exceso de negación. No hay ideología que lo salve si seguimos tratando los datos como enemigos y la evidencia como amenaza, tal vez la verdadera revolución hoy sea recuperar el valor de lo obvio, que un país con 50% de pobreza está en crisis, que un gobierno que fracasa debe rendir cuentas, que un voto debería ser un acto de conciencia, no de fe.

    Las elecciones de Argentina no son solo un asunto argentino, son el espejo de una locura colectiva que parece repetirse en todo el mundo. Un país con más del 50% de su población en la pobreza, una inflación que superó el 200% durante el último año, una moneda que se devaluó a niveles históricos y una población que, pese a todo, volvió a votar por quienes encarnan, de una u otra forma, la continuidad del desastre.

    No hablo aquí de ideologías, sino de una pregunta más profunda: ¿por qué estamos tan empeñados en negar la evidencia?

    Argentina no es un caso aislado, es un síntoma, lo mismo ocurre en democracias viejas y nuevas, en países ricos y pobres, los datos se desploman, la desigualdad crece, la inseguridad se multiplica, los servicios públicos se desmoronan... y sin embargo, la gente sigue votando con fe ciega, con enojo o con miedo, pero casi nunca con memoria, el voto se ha vuelto menos un acto racional y más un grito de identidad, importa más “de qué lado estás” que si ese lado tiene resultados.

    La disonancia cognitiva es brutal. Si las cosas van mal, no importa: “es culpa de los anteriores”, “hay que darles tiempo”, “al menos son los nuestros” y nos aferramos a los discursos como si fueran salvavidas, aunque estén llenos de agujeros, preferimos defender una bandera que revisar los datos y así, las ideologías se convierten en trincheras emocionales desde donde se dispara a la razón, pero lo más inquietante es lo que viene después, cuando los gobiernos fracasan, porque lo hacen, inevitablemente, cuando gobiernan desde la negación o el dogma, lo que emerge no es reflexión, sino radicalización.

    En Argentina, como en buena parte de Europa y América Latina, los fracasos del presente abren la puerta a los extremos, nacionalistas, anti derechos, ultraconservadores por un lado; populistas y clientelares por el otro, en el fondo todos se vuelven autocráticos, todos buscan anquilosarse en el poder y todos sin distinción, quieren vivir el sueño que no ha muerto, de pertenecer a la aristocracia y despegarse de la plebe, todos prometen limpiar la casa, pero suelen quemarla entera.

    El Siglo XXI está lleno de estos péndulos violentos, de la ilusión al desencanto, del desencanto a la rabia, de la rabia al mesianismo. Cada ciclo nos deja más pobres, más divididos e incapaces de distinguir entre una promesa y una mentira, porque eso es lo que duele, la verdad ya no importa. Lo que importa es el relato, el que mejor grite, gana, el que más insulte, representa. el que más simplifique, convence.

    Mientras tanto, los indicadores, esos números fríos y crueles, siguen marcando el pulso real de la decadencia, economías en recesión, clases medias evaporadas, jóvenes que emigran, sistemas de salud colapsados, sueldos que no alcanzan ni para lo básico, pero todo eso se borra cuando alguien ofrece una explicación simple, “los enemigos son ellos” y ese “ellos” cambia según el país, los ricos, los pobres, los inmigrantes, los empresarios, los burócratas, los periodistas, los que piensan distinto.

    Vivimos una era donde la percepción ha desplazado a la evidencia, donde la emoción se volvió argumento, donde los datos no se discuten, se atacan, y ese fenómeno no solo erosiona la política, destruye la noción misma de verdad.

    Cuando la realidad duele, preferimos inventar una mejor.

    El problema no es ideológico, es existencial. No estamos enfrentando una crisis de izquierda o de derecha, sino una crisis de conciencia, nos cuesta mirar los hechos sin filtros, asumir errores, reconocer fracasos, la posverdad ya no es una estrategia de propaganda, es una forma de vida y así, los pueblos repiten elecciones como si fueran rituales de negación, eligen al verdugo conocido, al salvador improvisado o al predicador ruidoso, pero nunca al sensato, porque el sensato no promete milagros.

    El mundo se está yendo a la mierda, no por falta de recursos, sino por exceso de negación. No hay ideología que lo salve si seguimos tratando los datos como enemigos y la evidencia como amenaza, tal vez la verdadera revolución hoy sea recuperar el valor de lo obvio, que un país con 50% de pobreza está en crisis, que un gobierno que fracasa debe rendir cuentas, que un voto debería ser un acto de conciencia, no de fe.

    Porque mientras sigamos negando la evidencia, los radicales seguirán ganando terreno y cuando el péndulo vuelva a girar, ya no quedarán centros, ni consensos, ni puentes, solo escombros de lo que alguna vez fue una democracia, si es que existió, que creía en la razón.

    Gracias por leer hasta aquí. Nos leemos pronto.

    Es cuánto.