En efecto siguen matando mujeres por ser mujeres, periodistas por su trabajo, defensoras y defensores del medio ambiente por cuidar nuestro futuro en común, jóvenes de los sectores más empobrecidos y marginados porque sus familias no tienen los recursos y las influencias para mover instituciones de Estado. Sigue la indolencia de las autoridades, el cálculo político, la grilla, la ‘estrategia de medios’, el ‘conmigo o contra mí’, la victimización del poder y desde el poder.

    Ya no importa. Un nuevo asesinato de un periodista se convierte en una dolorosa estadística, en un número que inyecta anestesia para la indignación porque ya son muchos y no medimos magnitudes ni dimensiones. Las palabras se quedan cortas. “Está cabrón”, “ya es inadmisible”, “carnicería de periodistas”. Y es que siempre está “cabrón” y es “inadmisible”, siempre vamos subiendo el rasero de la ignominia. Porque se puede, porque no importa, porque hay otros distractores, porque realmente lo que importa es disputar narrativas aunque las realidades se desangren.

    Después de escuchar con inusitada contundencia a un Subsecretario de Estado decir que lo sucedido con los 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa en 2014 fue “un crimen de Estado”, sentimos que se resquebrajaba ese acostumbrado monolito de silencio e impunidad. La captura del ex Procurador Murillo Karam cimbró a una sociedad acostumbrada al borrón y cuenta nueva. Sin embargo, la realidad se impone todos los días. No hay nada nuevo bajo el sol y lo que es una luz de esperanza se quedará como excepción a la regla de la impunidad.

    En efecto siguen matando mujeres por ser mujeres, periodistas por su trabajo, defensoras y defensores del medio ambiente por cuidar nuestro futuro en común, jóvenes de los sectores más empobrecidos y marginados porque sus familias no tienen los recursos y las influencias para mover instituciones de Estado. Sigue la indolencia de las autoridades, el cálculo político, la grilla, la “estrategia de medios”, el “conmigo o contra mí”, la victimización del poder y desde el poder.

    Así, la siguiente semana matarán a decenas de mujeres más, a otro periodista, a otra defensora o defensor comunitario, a centenas de jóvenes cuyo futuro está ocluido.

    Y quizás el periodista tenga suerte de que lo mencionen porque es periodista, porque el periodismo es -en palabras del propio Presidente- su adversario y eso escandaliza; por que todos los días nos recuerda en su soliloquio matutino lo aberrante que fue un sector del periodismo para las causas democráticas, y que en realidad quiere que siga siendo así (alejado de la ciudadanía) para beneficio de él y su proyecto político. Nos lo recuerda con el dedo flamígero de su mano izquierda, mientras con la mano derecha mantiene los pactos con el sector hegemónico de los medios de comunicación condonando tiempos fiscales y dotándolos con vastos recursos de publicidad oficial.

    Por eso digo que ya no importa otro asesinato de un colega periodista. Vivimos en nuestras cámaras de eco, refrendando todos los días lo que creemos. La “realidad” es cada vez más subjetiva, perdemos las referencialidades sociales y comunitarias sobre lo que es “verdadero” en aras de plantarnos en una zona de confort con nuestros “valores y creencias”. Es por eso que hablamos con quien piensa como nosotros, con quien el famoso algoritmo de las redes sociales sabe que nos gustaría interactuar. Estamos perdiendo la capacidad de discutir y debatir, de deliberar en un entorno reflexivo porque estamos inmersos en la polarización.

    Por eso fuera de esa cámara de eco suceden cosas que parecen sospechosas, ajenas, extrañas, disruptivas e incómodas, las anulamos de nuestra vivencia, nos alienamos. En caso de que esa realidad y esa verdad se cuele en nuestras redes (análogas y digitales) damos explicaciones que dejan inerme nuestro edificio de creencias. Se construyen narrativas simplistas y maniqueas que dejan de lado el hechos duros: la violencia, el acto de corrupción, el despotismo. Para ello hay una “narrativa” que -hoy- se enfoca en el mensajero: “inflan la situación de asesinatos de periodistas, siempre ha sido así”; “los bloqueos y ataques a población civil por parte del narco es propaganda que amplifican los medios y los opositores”; “antes estaba peor X o Y”.

    Por fuera de esas cámaras de eco están la crudeza y crueldad de la violencia construida sobre los cimientos de pactos político-criminales. Parafraseando a Eduardo Galeano, la vida de los nadie vale menos que la bala que los mata; esos y esas nadie que salen todos los días a pelear por la vida y encuentran la muerte, en un país que premia la impostura equiparándola con astucia e inteligencia.

    Por eso ya no importa. Porque lo realmente relevante es construir una nueva hegemonía y dar al traste con el incipiente pluralismo político, la transparencia, el escrutinio a los poderes político y económico. Lo que importa es construir esa nueva hegemonía con un nuevo pacto entre élites nuevas y viejas, reconfigurarlo manteniendo intocado el silencio, la impunidad y las componendas.

    Ya no importa, quizás, porque este Gobierno ya “cerró la cortina”, le interesa la sucesión presidencial del 2024 y ahí están sus esfuerzos. Garantizar seguridad, libertad, vida e integridad personal de las personas pasa a segundo plano, porque lo que importa es administrar la crisis. Gobernar ahora es operar electoralmente, dos años en donde todo lo que se diga y haga tendrá un sentido en la ruta de la sucesión.

    A quienes sí nos importa, seguiremos recordando que esta barbarie no es normal.

    Ya no importa. Un nuevo asesinato de un periodista se convierte en una dolorosa estadística, en un número que inyecta anestesia para la indignación porque ya son muchos y no medimos magnitudes ni dimensiones. Las palabras se quedan cortas. “Está cabrón”, “ya es inadmisible”, “carnicería de periodistas”. Y es que siempre está “cabrón” y es “inadmisible”, siempre vamos subiendo el rasero de la ignominia. Porque se puede, porque no importa, porque hay otros distractores, porque realmente lo que importa es disputar narrativas aunque las realidades se desangren.

    Después de escuchar con inusitada contundencia a un Subsecretario de Estado decir que lo sucedido con los 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa en 2014 fue “un crimen de Estado”, sentimos que se resquebrajaba ese acostumbrado monolito de silencio e impunidad. La captura del ex Procurador Murillo Karam cimbró a una sociedad acostumbrada al borrón y cuenta nueva. Sin embargo, la realidad se impone todos los días. No hay nada nuevo bajo el sol y lo que es una luz de esperanza se quedará como excepción a la regla de la impunidad.

    En efecto siguen matando mujeres por ser mujeres, periodistas por su trabajo, defensoras y defensores del medio ambiente por cuidar nuestro futuro en común, jóvenes de los sectores más empobrecidos y marginados porque sus familias no tienen los recursos y las influencias para mover instituciones de Estado. Sigue la indolencia de las autoridades, el cálculo político, la grilla, la “estrategia de medios”, el “conmigo o contra mí”, la victimización del poder y desde el poder.

    Así, la siguiente semana matarán a decenas de mujeres más, a otro periodista, a otra defensora o defensor comunitario, a centenas de jóvenes cuyo futuro está ocluido.

    Y quizás el periodista tenga suerte de que lo mencionen porque es periodista, porque el periodismo es -en palabras del propio Presidente- su adversario y eso escandaliza; por que todos los días nos recuerda en su soliloquio matutino lo aberrante que fue un sector del periodismo para las causas democráticas, y que en realidad quiere que siga siendo así (alejado de la ciudadanía) para beneficio de él y su proyecto político. Nos lo recuerda con el dedo flamígero de su mano izquierda, mientras con la mano derecha mantiene los pactos con el sector hegemónico de los medios de comunicación condonando tiempos fiscales y dotándolos con vastos recursos de publicidad oficial.

    Por eso digo que ya no importa otro asesinato de un colega periodista. Vivimos en nuestras cámaras de eco, refrendando todos los días lo que creemos. La “realidad” es cada vez más subjetiva, perdemos las referencialidades sociales y comunitarias sobre lo que es “verdadero” en aras de plantarnos en una zona de confort con nuestros “valores y creencias”. Es por eso que hablamos con quien piensa como nosotros, con quien el famoso algoritmo de las redes sociales sabe que nos gustaría interactuar. Estamos perdiendo la capacidad de discutir y debatir, de deliberar en un entorno reflexivo porque estamos inmersos en la polarización.

    Por eso fuera de esa cámara de eco suceden cosas que parecen sospechosas, ajenas, extrañas, disruptivas e incómodas, las anulamos de nuestra vivencia, nos alienamos. En caso de que esa realidad y esa verdad se cuele en nuestras redes (análogas y digitales) damos explicaciones que dejan inerme nuestro edificio de creencias. Se construyen narrativas simplistas y maniqueas que dejan de lado el hechos duros: la violencia, el acto de corrupción, el despotismo. Para ello hay una “narrativa” que -hoy- se enfoca en el mensajero: “inflan la situación de asesinatos de periodistas, siempre ha sido así”; “los bloqueos y ataques a población civil por parte del narco es propaganda que amplifican los medios y los opositores”; “antes estaba peor X o Y”.

    Por fuera de esas cámaras de eco están la crudeza y crueldad de la violencia construida sobre los cimientos de pactos político-criminales. Parafraseando a Eduardo Galeano, la vida de los nadie vale menos que la bala que los mata; esos y esas nadie que salen todos los días a pelear por la vida y encuentran la muerte, en un país que premia la impostura equiparándola con astucia e inteligencia.

    Por eso ya no importa. Porque lo realmente relevante es construir una nueva hegemonía y dar al traste con el incipiente pluralismo político, la transparencia, el escrutinio a los poderes político y económico. Lo que importa es construir esa nueva hegemonía con un nuevo pacto entre élites nuevas y viejas, reconfigurarlo manteniendo intocado el silencio, la impunidad y las componendas.

    Ya no importa, quizás, porque este Gobierno ya “cerró la cortina”, le interesa la sucesión presidencial del 2024 y ahí están sus esfuerzos. Garantizar seguridad, libertad, vida e integridad personal de las personas pasa a segundo plano, porque lo que importa es administrar la crisis. Gobernar ahora es operar electoralmente, dos años en donde todo lo que se diga y haga tendrá un sentido en la ruta de la sucesión.

    A quienes sí nos importa, seguiremos recordando que esta barbarie no es normal.

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