Nómadas digitales y ‘tuluminatis’ en Mazatlán

ENTRE COLUMNAS
29/12/2025 04:01
    Mazatlán se ha vuelto atractivo para profesionales jóvenes -entre los veintitantos y los cuarenta años- con altos niveles de escolaridad y empleos que no requieren presencia física

    Cerca de mi casa, en Mazatlán, abrió recientemente una nueva cafetería. Una tarde de este fin de semana me detuve a pedir un capuchino y, en la mesa contigua, un joven angloparlante sostenía una videollamada. Era rubio, de piel bronceada, vestía ropa cómoda y a sus pies descansaba un tapete de yoga cuidadosamente enrollado. Su actitud no era la de un turista tradicional. Tampoco la de un residente en el sentido clásico. Era, más bien, algo intermedio.

    Pensándolo mejor, caí en la cuenta de que ese perfil ya no me resultaba extraño. Lo había visto antes en otros cafés y restaurantes de la ciudad: conversaciones en inglés a media mañana, mochilas de diseñador junto a laptops abiertas, tapetes de yoga apoyados contra la pared y una estética que combina playa, trabajo y espiritualidad.

    Fue entonces cuando entendí que el invierno mazatleco ya no solo trae jubilados del norte. También llegan jóvenes que trabajan a distancia. No vienen a “conocer” la ciudad como turistas, sino a habitarla temporalmente.

    Históricamente, Mazatlán ha sido asociado con la inmigración de jubilados estadounidenses y canadienses. Se trata de personas que encuentran aquí un lugar con clima cálido, donde sus pensiones rinden más, y los servicios son más asequibles que en sus países de origen. De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Migración, hasta 2025 se tiene el registro de 3,771 estadounidenses y 2,214 canadienses como residentes temporales y permanentes.

    Sin embargo, dentro de ese universo mayoritariamente compuesto por jubilados, comienza a destacar un perfil distinto. Mazatlán se ha vuelto atractivo para profesionales jóvenes -entre los veintitantos y los cuarenta años- con altos niveles de escolaridad y empleos que no requieren presencia física.

    Son los llamados nómadas digitales. No dependen de un territorio específico para generar ingresos, pero sí de ciertas condiciones urbanas: buena conectividad, cafés funcionales, espacios tranquilos y barrios bien ubicados, preferentemente cerca del mar. Su vida cotidiana responde a una lógica transnacional, pues trabajan alineados a horarios extranjeros, cobran en dólares y gastan en pesos. Consumen localmente, pero operan globalmente.

    En una órbita cercana, aunque con una estética y una narrativa propias, aparecen los llamados “tuluminatis”. El término acuñado originalmente en Tulum, alude a extranjeros jóvenes que se desplazan entre destinos “de moda”, asociados al bienestar, la espiritualidad y el emprendimiento creativo. Practican yoga, consumen alimentos orgánicos, participan en retiros y talleres. Mezclan el trabajo remoto con una búsqueda constante de experiencias auténticas, territorios aún no saturados y una identidad que combina lo místico con lo contemporáneo. Mazatlán, quizá sin proponérselo del todo, empieza a figurar en ese radar.

    Nómadas digitales y “tuluminatis” comparten una forma flexible de habitar la ciudad. No llegan con la intención explícita de quedarse para siempre, pero tampoco se comportan como turistas tradicionales. Alquilan por meses, establecen rutinas, crean redes sociales, regresan de manera cíclica y participan en la vida urbana local. Su estancia es intermedia y, precisamente por ello, difícil de cuantificar.

    Desde una perspectiva cosmopolita, estos flujos no deberían leerse únicamente bajo la narrativa de la amenaza como ocurre en otros destinos (gentrificación, encarecimiento o desplazamiento) sino también como una oportunidad para diversificar el paisaje humano, cultural y económico de Mazatlán. Y lo creo aun cuando ese capuchino me costó más que en cualquier otra cafetería de la ciudad.

    Es cuanto...