La pandemia exponenció nuestra comunicación a distancia. En mi caso, ahora pertenezco a más grupos porque a eso nos ha llevado el confinamiento. Recibo a diario mensajes de los grupos escolares de mis hijos y de algunos vecinos. Los chats familiares son fértiles en mensajes y hasta respondo a los que me envían desde la habitación de al lado. Entre la gente con la que me comunico, a últimas fechas, se han configurado dos grandes grupos.

    En el primero, permanecen unos cuantos, los que dan por hecho que, pese al avance de la vacunación, aún es prematuro bajar la guardia. El segundo, claro está, se conforma por personas que han relajado varias de sus medidas de convivencia. Esta división se ha vuelto más evidente ahora toda vez que el semáforo en la Ciudad de México está a punto de llegar al verde y que ya hay un regreso a clases. La gran mayoría de mis contactos con hijos no lo han dudado ni un minuto: están dispuestos a mandar a los niños a la escuela.

    Quien acierta en las apuestas siempre tiene la razón sin importar si la probabilidad estuvo en contra. Aquel que decide apostar su resto a un caballo, a una carta o a una remontada de apariencia imposible en algún deporte y gana suele argumentar que lo sabía desde el principio. Esas intuiciones que se leen como certezas. De nada vale explicar cómo funcionan las distribuciones de probabilidad ni cómo, en efecto, la casa siempre es la que gana.

    La apuesta de estos meses ha sido similar para quienes han podido confinarse y no lo hicieron. He escuchado a varios que fueron a fiestas o a restaurantes, que no dejaron de hacer su vida normal y no se contagiaron. Lo presumen como si se tratara de una inmunidad superior. Apostaron y ganaron.

    No pudieron apostar, en ese mismo sentido, quienes tenían hijos en edad escolar. Por más que quisieran, no hubo forma de enviarlos a clase. De haberla habido, de seguro los habrían mandado. Ahora lo harán. Durante unos ocho días, escalonados y en horarios restringidos.

    No puedo evitar preguntarme si no serán ellos quienes tienen razón.

    A nosotros, los del primer grupo, nos quedan claras algunas cosas. A saber: que pese a la vacunación el número de muertes en México no fue menor en mayo de 2021 que en mayo de 2020; que los profesores fueron vacunados con una vacuna que no tuvo Fase 3 de pruebas; que los menores de 50 años (salvo por cuatro delegaciones) no estarán vacunados para el lunes que iniciaron las clases y son una inmensa mayoría; que en gran parte de las escuelas sólo habrá actividades recreativas; que el gel antibacterial y los tapetes sanitizantes de los que presumen algunos colegios no sirven para evitar contagios; que seguimos sin un plan serio de recuperación pedagógica.

    Es cierto, a muchos les urge regresar por diferentes razones. Sobre todo, a aquéllos que no pueden ni pudieron confinarse. Para el resto, la pregunta se vuelve recurrente: ¿no será que tienen razón?

    Si hay algo claro en esta pandemia es que en México tenemos alrededor de 600 mil muertos por el bicho. Las políticas públicas para contenerla no sólo han sido insuficientes sino, muy probablemente, equivocadas, cuando no criminales. Y es ese mismo gobierno el que pide que ahora se vuelva a clases. Porque el semáforo estará en verde, porque las elecciones son mañana, porque es un buen momento para regresar a clases aunque el ciclo escolar esté prácticamente perdido.

    Y habrá quien lleve o mande a sus hijos. Incluso jubiloso. Sin duda alguna. Y, según los grupos a los que pertenezco, serán una gran mayoría. Tal vez sean ellos quienes tienen la razón, me digo cada tanto. Y cada tanto me respondo que no, yo no soy de los que apuestan su resto y se endeudan con la esperanza de que la casilla donde puse mi ficha sea la elegida. Mucho menos, cuando no se trata de dinero sino de salud. Pero no me hagan caso, de seguro nosotros estamos mal.

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