Nosotros los profes, ustedes los ricos

ENTRE COLUMNAS
    omar_lizarraga@uas.edu.mx
    La clase social a la que uno pertenece, normalmente se reproduce de generación en generación, de manera que, si usted nació pobre, lo más probable es que sus hijos, y los hijos de sus hijos sean pobres también. Se trata de un círculo vicioso o virtuoso, según sea el caso.

    Hubo un tiempo, hace unos 190 mil años, en el que no existían clases sociales. Las antiguas tribus nómadas dedicadas a la caza y colecta, vivían en sociedades igualitarias; no había pobres ni ricos. Fue a partir del invento de la agricultura, y la transición al sedentarismo, cuando empezó la estratificación social, la explotación y la desigualdad.

    Con los siglos, la población creció y se concentró en las ciudades. Las desigualdades se acentuaron, sobre todo a partir de la Revolución Industrial, cuando se admitió la ideología de que los dueños de los medios de producción recibirían mayores y mejores recompensas, en contraste con el proletariado que sólo tenía la fuerza de trabajo para subsistir.

    En la actualidad, podemos hablar en un sentido amplio, de tres clases sociales; alta, baja y media. Esta última la integramos personas asalariadas como médicos, profesores, abogados, odontólogos, ingenieros y pequeños empresarios. Generalmente, tenemos estudios universitarios, somos propietarios de uno o dos automóviles y tenemos una vivienda propia, adquirida a base de esfuerzo.

    Por otra parte, la clase alta se conforma por propietarios, directivos y/o ejecutivos de grandes empresas, o empleados de gobierno. Sus ingresos son notablemente superiores a los mencionados arriba. Por lo general, son familias con un enorme patrimonio heredado, de manera que son ricos desde la cuna.

    Finalmente, la clase baja o trabajadora, está formada por los trabajadores no cualificados. Generan unas rentas familiares que por lo general son inferiores a la media nacional. Sus trabajos suelen ser rutinarios y sometidos a una fuerte supervisión. Las familias de esta clase son muy vulnerables a los ciclos económicos. En épocas de crisis, en ellos recaen las mayores tasas de desempleo y pobreza. Su formación escolar es nula o muy básica.

    La clase social a la que uno pertenece, normalmente se reproduce de generación en generación, de manera que, si usted nació pobre, lo más probable es que sus hijos, y los hijos de sus hijos sean pobres también. Se trata de un círculo vicioso o virtuoso, según sea el caso.

    Sin embargo, suele haber casos de movilidad social, que es el tema al que me referiré en esta columna. Existen casos de movilidad social ascendente cuando un individuo o grupo, logra escalar una posición en la jerarquía socioeconómica. La movilidad social puede ser intrageneracional, o intergeneracional.

    Por ejemplo, tengo un buen amigo que, al igual que yo, nació y creció perteneciendo a la clase media; ambos somos hijos de profesores, pero ya siendo adulto emprendió y logró convertirse en un exitoso empresario. Ahora vive en la mejor zona de Mazatlán, viaja de placer por todo el mundo y estrena carro de lujo cada año. Aquí podríamos hablar de una movilidad social intergeneracional, que compara su situación, con respecto a la de su padre. Pero también podríamos hablar de una movilidad social intrageneracional, pues su trayectoria individual tuvo una escalada ascendente a lo largo de su propia vida.

    También tengo otro amigo que, es hijo de un conocido empresario local. Recuerdo que hace muchos años se daban la gran vida que yo admiraba. Sin embargo, mi amigo, el hijo de aquel exitoso hombre de negocios, no siguió sus pasos; fue expulsado de la preparatoria, un tiempo cayo en la drogadicción, y ahora es un modesto empleado en un centro comercial. En este caso, hablaríamos de una movilidad social descendente.

    Yo por mi parte, nací, crecí, y sigo perteneciendo a una modesta clase media. Heredé la profesión de la docencia y lo más probable (si no me saco la lotería), es que muera perteneciendo a esta clase social. Así que mi caso no es de movilidad social ascendente ni descendente, sino de inmovilidad, herencia o reproducción social.

    Pero como diría Aristóteles, la virtud está en la medianía; en el justo medio entre los dos extremos; sin caer en el exceso de opulencia, pero tampoco en la precariedad.

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