La filósofa alemana Hannah Arendt escribió en 1969 el libro titulado La condición humana, sin duda una de sus obras más importantes, en la que describe al ser humano como sujeto social que llega a condicionar su vida a través de las cosas que crea y de las actividades que realiza. Una idea de condición humana que va más allá del término de condición entendida como aquellas características que les son propias al ser humano en su naturaleza viva. Para ella hay una diferencia entre condición humana y naturaleza humana.
Nos dice: “La condición humana abarca más que las condiciones bajo las que se ha dado la vida al hombre. Los hombres son seres condicionados, ya que todas las cosas con las que entra en contacto se convierten de inmediato en una condición de su existencia”
En la idea de Arendt podemos entonces explicarnos que como seres sociales vivimos bajo condiciones que hemos creado y mantenemos vigentes como sociedad. Es decir que la realidad que se vive en nuestra sociedad establece condiciones que delinean, hasta cierto punto, lo que va a ser de tu vida y qué es lo que tienes qué hacer para vivirla, sobrellevarla o sobrevivirla, esto depende del entorno que tu propia realidad social te determina.
Hasta aquí podríamos decir que este razonamiento es entendible y forma parte del sentido común de nuestra sociedad. Las reglas son claras y cada quien sabe lo que tiene que hacer, lo que debe y hasta dónde puede, según lo permita cada circunstancia individual. Es decir que una parte importante de nuestra condición humana en sociedad es determinada por las reglas acordadas.
Encontramos entonces que hay reglas escritas, que forman parte de toda una convención de leyes y un marco jurídico que regula y condiciona nuestras conductas. Pero también, las hay aquellas no escritas, que de igual forma actúan como una fuerza “condicionadora”, que también regula circunstancias sociales.
Estas dos fuerzas, las reglas escritas y no escritas, que establecen las condiciones de nuestra realidad social, son las que le dan rumbo al futuro de nuestra sociedad y determinan las condiciones en las que vivimos.
Dos circunstancias reguladoras que funcionan de distinta manera en un mismo contexto social: por un lado tenemos las reglas que nos dicen que “robar es un delito” y por la otra, que “el que no transa no avanza”. Ambas son “normas sociales”, porque forman parte de la “normalidad” en cuanto a práctica social, las que a su vez condicionan cómo vives tu vida, tus decisiones y aspiraciones. Y aunque ambas normas son incompatibles entre sí, coexisten y son comunes en nuestra sociedad, lo que ha generado un cruce de campos moderadores de conductas con criterios que “normalizan nuestro comportamiento” y en el que surgen condicionantes tales como: “si vas a robar, que no te vean”.
Esta condición humana, regulada por un pensamiento “moral híbrido” de nuestro hacer social, diseña de igual manera los proyectos de vida en los que aceptamos una “laxa moralidad” entre el deber ser, lo que es y lo que puedo hacer.
El caso que más ilustra el tema que nos ocupa es el del servicio público, por ser un ámbito de interés social en común, además de encontrar en él una amplia diversidad de casos, representados principalmente en la clase política. Por ejemplo: empresarios que actúan como políticos y desempeñan responsabilidades públicas relacionadas con su actividad empresarial; los que por su trayectoria laboral han alcanzado entre una y dos jubilaciones o pensiones y continúan trabajando con un tercer sueldo, los que trafican con el poder para emplear a sus familiares como parte de las “prerrogativas políticas”, los que con un discurso de “izquierda progresista” hablan en nombre de los pobres y las minorías, pero viven en el privilegio con el presupuesto público y las ganancias que proveen sus negocios y empleados, los que se dicen luchadores o gestores sociales para chantajear autoridades a su favor, o de los jóvenes que ven en el servicio público no una vocación de servicio, sino una vía para alcanzar aspiraciones patrimoniales y estatus social.
Y aquí caben los siguientes cuestionamientos: ¿es correcto actuar de esa manera? ¿están en su derecho? ¿ello implica ser una persona indecente? ¿se justifica porque otros lo han hecho?
Habrá quienes piensen que está bien, si se desempeñan de manera eficiente en el servicio público, o quienes vean en ello la oportunidad para enriquecerse, o crean que lo conveniente es ser eficiente y también oportuno para sacar un discreto provecho personal.
Estas respuestas sin duda forman parte de una escala de valores colectiva que se establece, con cierta complicidad, por una híbrida interpretación de la tolerancia y la compasión: “Pórtate bien, pero si no lo haces, que no se den cuenta”. Es aquí en el que los juicios de valor constituyen las “condiciones” de vida que definen nuestra condición humana a la que Hannah Arendt se refiere.
Vivimos en una sociedad en la que aceptamos tales circunstancias y actuamos con plena conciencia de ello, pero con un ambiguo deseo por hacer lo correcto y al mismo tiempo dispuestos a practicar o aceptar lo incorrecto. Una condición humana vigente como resultado de nuestras propias contradicciones.
Hasta aquí mis reflexiones, los espero en este espacio el próximo martes.