París... 20 años después

LA TAREA NUNCA ACABA
    En México donde todavía no contamos con un plan de inversión e innovación y ciencia con miras a la digitalización; en momentos donde cada vez se siente más la presencia de un narco Estado; donde construimos refinerías y el mundo se aleja de ellas; en el que las políticas de sustentabilidad nos parecen “una moda” y en donde “la inflación” es parte de “un complot”.

    Regresar a París siempre es un privilegio. Sólo o acompañado, es una delicia y una oportunidad para quien sea. Viví entre sus calles y sus cafés durante seis años. Habité en las faldas de la ciudad, cerca de uno de los barrios con mayor población árabe, compartí departamento con una camerunesa, me alojé en un cuarto en la parte china con una señora francesa de edad avanzada, hasta que logré estabilizarme y llegué a una de las zonas más emblemáticas de la burguesía, el barrio VII, entre la torre Eiffel y los Inválidos. Llegué solo, no hablaba el idioma, no conocía a nadie, no tenía trabajo ni dinero; cuando volví, iba casado con una mazatleca que me encontró en París, Eryka, embarazada de nuestra primera hija, Natalia, con amigos franceses, mexicanos y del resto del mundo, que hoy son parte de nuestra familia.

    Las horas más tristes de mi vida las viví en París, pero también buena parte de las más gloriosas. De esa primera parte, quizás un día las comparta en este mismo espacio. Por el momento, diré que “esa” experiencia me hace ser quien soy y no me entendería nunca sin ella.

    Aprendí a hablar francés en el camino, Kamel, “el árabe” de la tiendita me ayudó a escribir el ensayo para cumplir con la primera etapa de la selección, lo mismo que Mathieu” C”, mi profesor de francés. Ambos me dijeron que sería imposible, nunca me aceptarían en la Universidad, no “en esa”. Trabajé 7 meses, los siete días de la semana, en “El Trío”, un restaurante donde hacían las margaritas con azúcar y los tacos con salsa agridulce; la mesera era de Madagascar, el cocinero de Sri Lanka y Jimmy, el marroquí dueño del lugar, nunca había visitado México. Así que me convertí en “el mexican curious” del lugar. Cuando me aceptaron, me fue imposible seguir mesereando, así que busqué otro trabajo; Philippe “Ch”, un judío francés dueño de una cadena de hoteles, restaurantes y albergues de la juventud me dio mi primer trabajo como velador, una vez que le demostré ser estudiante de la maestría. Así estuve durante un año y medio.

    Jean-Claude Colliard, mi director de tesis, fue una suerte de “ángel guardián”. Me quedé dormido en su clase, lo que no debió apreciar, menos tratándose del director de la Facultad de Ciencia Política, miembro del Consejo Constitucional de Francia, uno de los llamados “siete sabios”. Estuve consciente de mi error, máximo porque él era una de esas personalidades que me inspiró a entrar a dicha facultad, había sido jefe de la Oficina del Presidente de la República, François Mitterrand, durante toda la primera parte de su mandato. Cuando yo estudiaba todavía el doctorado, ingresó al Consejo de Venecia de la Unión Europea como uno de sus miembros y, unos años después, fue Rector de la Universidad de la Sorbona. Trabajar a su lado me parecía en ocasiones una alucinación.

    Toda la maestría y el primer año de doctorado los cursé sin beca, a lo que Colliard no daba crédito y eso me ganó parte de su apoyo. Luego fue él quien me ayudó a ganarme una beca del Estado francés y, por increíble que parezca, fue también él quien hizo un par de llamadas a México no dando crédito del “por qué” yo no estaba becado por el Estado mexicano, siendo que me había graduado con el séptimo lugar de generación. Por cierto, Eryka venía por tres meses, se quedó cinco años. Obtuvo una maestría por el Instituto de Investigaciones en Hotelería y Turismo, también en la Sorbona; la primera mexicana aceptada en 20 años. Cosa rara, la vida tiene formas extrañas de irte llevando.

    Mientras camino y me reencuentro en cada esquina con esta ciudad, veo cuánto ha cambiado ella, yo, nosotros y lo que ha sido de nuestro adorado México.

    París, Francia, ha dado el salto tremendo a lo digital. Ahora todo está automatizado, raro es aquel servicio que se procesa “a la antigüita”. Los servicios públicos de transporte, de salud, los museos, el correo, los restaurantes, el dinero, prácticamente todo lo han digitalizado. Como muchas ciudades del mundo, sin duda, pero atestiguar cómo ha arrastrado nuestra era a una cultura que ha tenido tanta resistencia frente a lo informático me deja una sola conclusión: o te adaptas o te quedas en el camino. Cuando se creó el internet, los franceses permanecieron con “su minitel”, es evidente que ya no existe.

    Antes cuando decías que eras mexicano todos sonreían y te hablaban de la fiesta, la siesta, Frida y Diego o bien, la sensación de que en nuestra cultura todos mandan (c’est catastrophique, comme une armée mexicaine). Ahora, cuando dices que eres mexicano, nos siguen sonriendo, pero, en cuestión de minutos, nos refieren “al narco”. Y luego, con una precisión milimétrica nos definen: “México se colombianizó”. Reconozco que esto ha sido particularmente duro aceptarlo.

    La ciudad entera está en construcción, se prepara para los juegos olímpicos en el 2024. Pero el tráfico que se genera en la urbe obedece a otras realidades. Las calles se volvieron más angostas, porque en todos los lugares hay “ciclovías” o más lugares para caminar. La salud es un tema, pero no sólo eso, “el mundo no tiene un plan “b”. Los franceses están concentrados en el tema de la sostenibilidad. Las energías limpias es algo que les ocupa de sobremanera. De hecho, hay una plena conciencia de cómo la industria automotriz dejará de producir vehículos de gasolina al 2030, es urgente reducir ese tipo de energía. Incluso, hay una cláusula en el tratado de la Unión Europea que así lo presupone. No es opcional.

    La seguridad ha ocupado un lugar importante en su desarrollo, pero ahora lo está en sus prioridades. Me refiero sobre todo a la seguridad personal, garantizada por el Estado. Puede haber conciertos, pero al interior de los estadios nadie trae botellas de vidrio; hay basureros por todos lados, pero con bolsas de plástico transparente, para que puedas ver qué tiran; si alguien olvida un bolso en el metro, toda la línea de transporte se detiene, hasta que lleguen los especialistas. Insisto, el Estado es la garantía.

    Y hay un tema de coyuntura que les preocupa. No hay mostaza en los cafés, cosa inaudita, porque Canadá tiene problemas con la producción de ciertos envases, lo mismo que Ucrania con los granos y los rusos con el gas. Sin embargo, la conversación de las mesas no es esa, sino la inflación. En seis meses, los precios han subido hasta en tres ocasiones. El país se prepara para un momento de tensión económica.

    Claro, veo aquí y pienso allá. En México donde todavía no contamos con un plan de inversión e innovación y ciencia con miras a la digitalización; en momentos donde cada vez se siente más la presencia de un narco Estado; donde construimos refinerías y el mundo se aleja de ellas; en el que las políticas de sustentabilidad nos parecen “una moda” y en donde “la inflación” es parte de “un complot”.

    Caminar por éstas mismas calles, visitando aquellos cafés, subirnos al mismo metro y aquellos camiones, pero ahora en compañía de Natalia y Nicole, como amigos de ahora y de antaño, es un regalo único y excepcional. Me sé afortunado. Gracias a la vida.

    Que así sea.

    PD. Mientras vivía en París, mi madre me marcó en dos ocasiones para darme malas noticias. La primera vez fue la muerte de mi abuelo, la segunda era mi abuela. Ahora recibí una tercera, falleció mi primo - “hermano”, Carlos. La vida tiene extrañas formas de manifestarse. Me permitió despedirme de él como se debía, compartiendo en medio del mar, entre risas y conversaciones. Sigue disfrutando donde estés y conquista el lugar con tu “don de gente”, como solías hacerlo. Buen viaje.

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