Paternidad: el continuo aprendizaje, la experiencia más personal

EL OCTAVO DÍA
15/06/2025 04:02
    Feliz día, hoy y siempre, a quienes comparten esta prodigiosa retroalimentación educativa, esa repentina dicha, que representa ser un padre.

    La primera vez que llevé a mi hijo a un centro comercial en su flamante carreola me topé, precisamente al entrar, a un joven saliendo con su padre en silla de ruedas. ¿Eso podría ser el futuro? Era demasiado el simbolismo de las vueltas que suele dar la vida.

    Esa carreola fue mi primera compra por la red virtual, que tanto se apoderó después de nuestras vidas. Hablo de 2012. Desde entonces, paso a paso he vivido la experiencia de ser padre. El aprendizaje que trae recuerdos. Lo veo a él y me parece ver mis pocas fotos de niño. Me sorprendo diciéndole las mismas frases que me dijo alguna vez mi padre y siento que salen naturales.

    *

    Cuando él tenía 6 años, fui por primera vez con mi hijo al cine. Registré el momento: yo no tengo imágenes de mi primer ida a una sala cinematográfica, pero recuerdo que fue “Aladino y la lámpara maravillosa”... o quizás “Simbad el marino”. Cine Terraza Mazatlán, al aire libre, con techo de estrellas y cenadurías en la acera de enfrente,

    Le dije, hace poco al mostrarle esas fotos -mientras las veía de soslayo porque estaba concentrado ante un youtuber, ya tiene 13 años-, que las imágenes eran de la ocasión que fuimos a ver “Los Minions”.

    Me respondió que estaba equivocado, porque la película antes era “Mi villano favorito” y el personaje de Gru era más joven...

    O sea, ya llegué a la edad en que uno confunde cosas y etapas, pero por fortuna, se tiene un hijo como bastón o garrote a un lado para recordarte no pocas verdades de la vida.

    *

    Yo nunca pisé una guardería. Siempre en la calle con mi padre. Construyendo o moviendo cosas, presenciando acción sin rutina y miríadas de gente en torno.

    Durante años creí que mi papá conocía a todo Mazatlán porque donde quiera que había trabajo era bien recibido y hacía valer su voluntad.

    En mi infancia, él me traía vestido muy varonil. Pantalón de mezclilla, botas de trabajo y camisas vaqueras, nada de dibujitos infantiles. Conocí a decenas albañiles, a niños que trabajaban, ingenieros o todo tipo de vendedores ambulantes y marisqueros.

    Trepé a camionetas diesel, máquinas Caterpillar y recuerdo un safari azul con el que recorrimos un lodazal que luego sería Lomas de Mazatlán..

    Mi jefe dominaba aspectos de construcción, topografía, mecánica automotriz, electricidad y plomería, así que fue la salvación de uno que otro ingeniero.

    A mis 5 años tenía a su cargo una cuadrilla de más de 30 hombres y manejaba un safari azul del cual fui copiloto. Yo convivía libremente entre ingenieros, operadores de traxcavo, albañiles y peones que hablaban el español atravesado con mixteco.

    Antes, tuvo camiones de volteo y yo de niño atravesé con él la neblina del río Presidio, cargados de arena y madrugada. Consciente de los riesgos, al crecer su familia inmediata -nosotros- pasó a dirigir construcciones en la ciudad.

    A las primeras construcciones que mi padre hizo ya como contratista independiente de mi abuelo, solía tomarles fotografías. Por ahí anda una donde está él en lo alto de esta casa, junto a uno de sus oficiales, luciendo pantalones a la Pedro Infante y un físico atlético que lamentablemente olvidó heredarme en los genes.

    Por supuesto deseaba que yo fuera el arquitecto que él no pudo ser, aquel quien formara una compañía constructora donde se podrían continuar en otro nivel las virtudes de trabajo en la familia.

    No fue así. Las letras clamaron mi vida y su vida propia. Pero mi padre aceptó que yo torciera de su destino y viviera el mío. Ese fue su mejor regalo y herencia. A diario se lo agradezco.

    *

    Hace poco vimos, como a la 1:00 de la madrugada porque Ian tenía una tos que no lo dejaba dormir, un reportaje sobre los ladrones de tumbas en Egipto.

    Resulta que muchos de ellos no eran vulgares delincuentes, sino los funcionarios del tesoro que en alguna época del mismo Egipto antiguo saqueaban tumbas para capitalizar una nación en constante crisis por las sequías, las cuales aparecen mencionadas desde el Libro del Éxodo. Hasta entraron las cámaras a la casa de uno de ellos, que vivió hace 2 mil años y dejó un grafitti en la entrada.

    El hallazgo más reciente fue una vasija con un corazón momificado, el mismo que colocaba el dios Anubis en una balanza y no debía ser más pesado que la verdad, pero tampoco más ligero.

    Tuve que explicarle a mi adolescente que las momias sí existen, que no son parte de la mitología como el kraken y los hobbits, y que son un proceso religioso para evitar la descomposición de los cuerpos y ganar así el llamado Más Allá.

    Eso me hizo tener que detenerme en la explicación de que al morir nuestros cuerpos y huesos se vuelven polvo y los egipcios trataban de demorar ese proceso o cancelarlo de plano con la momificación.

    De ahí pasamos al postulado cristiano de que “polvo somos y en polvo nos convertiremos” o sea el ritual del Miércoles de Cenizas que iniciaba en unas pocas horas ese día.

    Todo vuelve a los mismos significados milenarios cuando se lo explicas pacientemente a un niño y, de paso, ves las extrañas simetrías entre los enigmas místicos del Cercano Oriente y el aprendizaje de ser padre y ser un hijo.

    Feliz día, hoy y siempre, a quienes comparten esta prodigiosa retroalimentación educativa, esa repentina dicha, que representa ser un padre.